Revista Cultura y Ocio

Pioneros de Égabre – 11

Publicado el 28 marzo 2016 por Debarbasyboinas @DeBarbasYBoinas

Salió a la carrera de la taberna sin mirar atrás. Se alejó un par de calles y redujo el paso para no llamar la atención. Guardó cuidadosamente su arma y comprobó su botín. No era demasiado, pero confiaba en que sería suficiente. Ahora solo tenía que calmarse lo suficiente para que Milos no la viera así de alterada. No es que fuera la primera vez que mataba a un hombre, pero no podía evitar que le temblaran las piernas tras hacerlo, y más aun cuando había provocado una muerte tan absurda. Sacudió la cabeza descartando esos pensamientos. Los remordimientos ya los resolvería a solas con una botella de vodka, ahora tenía que salvar su pellejo.

Llegó junto a Milos y antes de que este pudiera articular palabra le explicó su plan:

– Escuchame Milos, a partir de ahora tú eres mi hijo. Tu padre es marinero y va a partir esta noche, así que tenemos que salir de la ciudad a toda costa. Tú no hables, solo pon cara de triste. Eso, junto al soborno, bastará.

Irina cogió una mochila y le pasó la otra a Milos. agarró al muchacho de la mano y avanzó apresuradamente hacia la puerta. En cuanto los guardias la vieron, le dieron el alto, y empezó la función.

– Por favor señores, necesito salir – Dijo Irina con una voz exageradamente aguda – Mi marido zarpa esta noche y nosotros tenemos que ir con él, es muy importante señores guardias, por favor.

Los guardias se miraron entre ellos y le respondieron:

– Mire señora, lo siento mucho pero no se puede salir, usted lo comprenderá, como mujer de bien que es, si nos saltamos las normas podría esto se llenaría de maleantes.

Irina, haciendo acopio de todo su valor se echó a llorar y en tono de súplica les dijo a los guardias:

– Por favor, necesito salir. Mi niño necesita un padre – Dejó de hablar para intercalar entre sus palabras unos sonoros sollozos que llegaran al alma de los guardias, y a continuación se sacó su as de la manga – Les daré todo lo que tengo, el dinero para el viaje.

Dicho esto sacó la bolsa con el botín y fingiendo torpeza la tiró al suelo para que los guardias pudieran escuchar como tintineaban. Uno de ellos se acercó con los ojos brillantes y la recogió del suelo. Irina pudo ver como alzaba las cejas al calcular el valor de lo que había en la bolsa y se reunía con sus compañeros, con los que mantuvo un diálogo en susurros. Uno de ellos, el honrado del grupo parecía no estar muy convencido, así que Irina aumentó el volumen de sus sollozos.

Al cabo de un rato, el guardia honrado pareció darse por vencido y el corro se disolvió. El hombre con el que había hablado al principio se acercó a ella y poniéndole una mano en el hombro le dijo:

– Señora tranquilícese, no llore – Irina le hizo caso y cesó de emitir esos molestos sollozos – Por esta vez haremos una excepción, porque parece usted una buena persona.

Irina se sonrió para sus adentros, al ver como el guardia, tras aceptar un soborno, intentaba hacer pasar su acción por un acto de caridad.

Se recompuso y recogió la mochila que había tirado al suelo, y cogiendo de nuevo a Milos de la mano siguió al guardia hasta una pequeña puerta que habían abierto para ella. En cuanto la atravesaron, esta se cerró tras ellos e Irina arrastró a Milos por el camino hasta quedar fuera de la vista por unas tiendas. Allí se detuvo para pensar. Sin duda ya habrían dado la alarma. Los guardias de la puerta se iban a ver metidos en un problema por dejar salir a una asesina en medio de la noche. Con un poco de suerte lo negarían todo para librarse de la pena por aceptar sobornos, pero Irina nunca había confiado en la suerte. Tras haber cometido un asesinato con la cara descubierta y con abundancia de testigos, tenía que abandonar el lugar inmediatamente. El primer paso, era mezclarse con la gente. A lo lejos se escuchaba música, y los sonidos típicos de una fiesta. Decidió dirigirse hacia allí, a pesar de que suponía dar un rodeo. Con Milos a la zaga retomó el camino.

Una hora más tarde llegaba al Valkiria. El camino no había sido fácil, la policía del asentamiento estaba poniendo patas arriba toda la feria y se libró por los pelos de un par de controles que habían montado a la entrada del puerto. Obviamente no querían que nadie saliera. Un par de sus hombres montaban guardia sobre la cubierta. La saludaron con una suave inclinación de cabeza, suponiendo acertadamente que se les había acabado la guardia tranquila que llevaban hasta ahora.

– Muchachos, cuidad de este chico – Les dijo entregándoles a Milos – Hay que zarpar ya, ¿Está todo el mundo a bordo?

– Sí capitana, esta tarde Sergei mandó a todo el mundo volver al barco y estar alerta.

– Bien, pues no bajéis la guardia. La policía anda detrás de mí, si aparecen por aquí no les dejéis subir al barco bajo ningún concepto – Terminó Irina, ya bajando las escaleras para dirigirse al interior del barco.

Una vez dentro se dirigió al camarote que utilizaban de comedor. Allí se encontró a Sergei y otro de sus hombres curando las heridas de Brais. Este parecía tranquilo, incluso feliz. Irina interrumpió la bucólica escena llamando a Sergei y llevándoselo a su camarote.

– Hay que irse a toda máquina, he matado a un hombre y sobornado a los guardias de la puerta. La policía está muy alborotada y no tardarán en querer registrar todos los barcos.

– Uo, tranquila Irina, ¿Cómo que has matado a un hombre? – Antes de dejar tiempo a que Irina contestara, Sergei continuó – En cualquier caso, no podemos irnos. Ese tipo, Brais, va a ser una mina de oro. Lo ha soltado todo, y a pesar del porrazo que se llevó parece ansioso por colaborar. Lo malo es que unos cachivaches que necesita están guardados en un almacén del puerto. No podemos irnos sin ellos, al parecer son bastante caros y difíciles de conseguir.

– Maldita sea – Irina se frotó los ojos intentando pensar. Llevaba demasiadas horas despierta y eso le estaba empezando a pasar factura. Estuvo así unos instantes, entonces tomó una decisión y dijo – Quiero que despiertes a todo el mundo, los quiero en cinco minutos armados en la cubierta. Vamos a por esas cajas.

Silvestre Santé


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