El último fin de
semana regresé luego de un largo recorrido que me llevó por las ciudades de
Toronto, Ottawa, Montreal y Nueva York.
Al aterrizar en Ezeiza
sentí un golpe duro, como una caída sin amortiguación. Regresar al país me
resultó como un viaje hacia el pasado, digamos unos 60 años hacia atrás o, tal vez, más.
Mientras en las
metrópolis citadas, avanzan a pasos agigantados para mejorar a diario la
calidad de vida de la gente, en la Argentina se hace un esfuerzo sobrehumano
para ir en la dirección opuesta.
La pregunta es por qué.
¿Acaso Cristina
Kirchner, los gobernadores y los dirigentes de la oposición no recorren el
mundo? ¿No ven lo que ocurre allí o sólo van a hacer shopping? Y aunque únicamente
realicen compras, ¿no tienen que caminar por la calle, tomar un subte o un
tren, o levantar la vista para ver cuánto más fácil es vivir bien?
Seguro que es así.
Entonces paso a la segunda pregunta: ¿por qué no copiar lo bueno que tienen
esas sociedades? Podría describir las bicisendas en pleno Manhattan, una ciudad
tumultuosa, en donde el fenómeno ha sido un éxito incomparable con las bicis de
Macri; o los trenes canadienses, alfombrados, equipados con electricidad e
internet para cada pasajero, mientras seguimos padeciendo las desgracias de la
corrupción kirchnerista; o las veredas de Ottawa, en donde es posible caminar
descalzo como en el living de casa, algo que seguramente ni imagine el ministro
Santilli. En fin, la lista es interminable.
Insisto, los marcianos
no son ellos sino nosotros.