Revista Vino
Mi primer encuentro serio con el trago largo, placentero, traqueal para entendernos, tuvo lugar este lunes pasado en Monvínic. Con la esperanza de que todo el galimatías médico de semanas anteriores terminara bien, Isabelle Brunet me había guardado plaza para una sesión única: con complicidades como la suya, uno va muy tranquilo por el mundo del vino... Se trataba de la primera vez (por lo menos que yo haya visto en Barcelona) que ella y su hermano, Christophe Brunet, preparaban y presentaban una cata con algunos vinos de la asociación que él representa como "wine ambassador": Primum Familiae Vini. Sesión única para mí: reencuentro con buenos amigos, con algunos enormes vinos y sentimiento de plenitud, de que mis sentidos y capacidad de complicidad para entenderlos estaban al 100%, tras una depuración total como la que había vivido. La sesión no decepcionó, al contrario, hubo momentos de gran esplendor (uno, quizá, más que otros: el que da título al post) que me han llevado a proponeros hoy algún comentario. Ellos son poderosos (Drouhin, Antinori, Mouton-Rotschild, Vega Sicilia, Torres, Tenuta San Guido, Beaucastel, Müller, Hugel, Graham, Pol Roger...), ellos no me necesitan en absoluto para comunicar sus vinos.
Pero yo sí necesito decir que en ese reencuentro hubo momentos muy afortunados. No todos los asistentes a la sesión (esa es la gracia del asunto, claro) nos pusimos de acuerdo en cuáles fueron. Y tras cada presentación, tras la comprensión y goce de cada vino, hubo comentarios y debate. Contrastres. Genial, sin duda. Qué necesidad hay de ponerse de acuerdo: todos tenemos nuestros parámetros de felicidad vínica sintonizados de manera distinta. Y entendemos y valoramos las cosas según esa sintonía. En la mía, destacaron un Château Clerc Milon 2008 (Pauillac): las muy minoritarias cabernet franc y petit verdot (apenas llegan al 17% de ese vino) estaban extraordinarias, aportando una gran frescura y una expresión aromática que me sedujeron. En boca estaba algo delgado el vino, pero en nariz...Un Bolgheri Sassicaia 2003 de Tenuta San Guido, con un primer golpe de fruta en nariz de gran impacto (mermelada de frambuesa) y una figura estilizada y fina (con 24 meses de madera...). En boca perdía algo de consistencia, pero su buqué me gustó mucho. El Château de Beaucastel, Ch-du-P, Hommage à Jacques Perrin 2001 me elevó un palmo por encima del suelo. Dicen las fichas (lo confirmó Christophe) que es un monovarietal de monastrell, pero mi nariz me decía que no, que había algo de garnacha, quizás algo de syrah y un toque de variedad blanca. En cualquier caso, es un vino de una frutosidad impresionante, elegante pero firme, sedoso pero de impacto brutal. No se me va de la cabeza.
Y sobresalió entre todos, llevándome directo al séptimo cielo, el champaña Sir Winston Churchill 2000 de Pol Roger. Lo confieso: tomé tres copas y no cayó un milímetro en las tres horas en que anduvimos juntos. Al contrario...Ramon Francàs (con quien tuve la suerte de compartir uno de los flancos de mi cata) apuntaba "es un trabajo de orfebrería, de gran precisión". Vaya...ese espíritu que Pol Roger quiso embotellar, el que dominaba a uno de sus clientes preferidos, estaba allí bien vivo: ligeramente tánico pero con una finura excepcional. Burbuja delicada pero siempre presente. Sentido del humor con gotas de malicia (acidez en boca, más que en nariz, vertiginosa). Avize, Cramant, Bouzy: mayoría de pinot noir (más de dos tercios), y chardonnay. La finura de la brioche recién horneada. La mantequilla ligeramente salada. La avellana poco tostada. Las pieles de la uva. Naturaleza de albaricoque y melocotón. La fruta y el trabajo del artesano siempre presentes. Las lías que sugieren, jamás enmascaran. La madera a lo lejos, casi en el bosque, pero también en tu copa. Gloria bendita del reencuentro con un gran vino en una añada que, ahora mismo, se muestra en plenitud. La foto de las botellas procede del equipo de Monvínic. La de los viñedos pertenece a Pol Roger.