(HOY.es, 21/11/10, J. R. Alonso de la Torre)
Este verano estuve en Polonia y me entrevisté con el director de Wroclaw 2016. Allí me envidiaban por llegar de una ciudad favorita.
Wroclaw es una ciudad polaca de 632.000 habitantes. Es la capital de la Baja Silesia, queda a tres horas de Berlín y de Praga y a lo largo de su historia se ha llamado de 15 maneras diferentes. Antes de ser Wroclaw se llamó Breslau y perteneció a Alemania. En Polonia y en casi toda Europa, salvo en España, la conocen por la complicada transcripción fonética polaca de Wroclaw: vrotswaf.
Wroclaw era una de las 11 ciudades polacas que aspiraban a ser capital europea de la cultura en 2016. Este verano estuve allí y concerté una entrevista con el director de la oficina de Wroclaw 2016. La cita tuvo lugar en un precioso café de la plaza principal de la ciudad. Se llamaba Café de la Literatura y en sus salones había enormes estanterías repletas de libros, que la numerosa clientela cogía para leer mientras tomaba su café. También se veían numerosas revistas y periódicos, no había televisión ni tragaperras ni máquina de tabaco y sonaba música clásica o de jazz.
A las 11 de la mañana, apareció por aquel agradable café el profesor Adam Chmielewski, director de la oficina de Wroclaw 2016. Tenía prisa porque debía partir hacia Varsovia para presentar la candidatura oficialmente aquella misma tarde. A pesar de ello, distrajo un buen rato de su tiempo para atender a la embajada cacereña. Yo le entregué material promocional y un surtido abundante de publicaciones donde se explicaba la aspiración cacereña. Adam tenía poco que ofrecerme: una bolsa de tela con el anagrama de la candidatura y una gorra blanca con la leyenda Wroclaw 2016 estampada, que me pongo para subir a la Montaña.
Traía con él a dos traductoras de español, que formaban parte de su oficina, y, tras desearnos mutuamente lo mejor para nuestras respectivas ciudades, le mostré mi extrañeza porque la aspiración cultural europea de la ciudad no se veía en ningún cartel, en ninguna banderola, en ninguna pancarta, en ningún acto cultural. Adam me confesó que la oficina de Wroclaw 2016 llevaba funcionando cuatro meses y que las banderolas, los carteles y los eventos patrocinados solo llegarían si pasaban el primer corte pues antes no tenía mucho sentido ya que los miembros del jurado no visitaban la ciudad.
Los miembros del equipo del profesor Chmielewski me confesaron que en Wroclaw había muy pocas personas que fueran conscientes de la candidatura de la ciudad y reconocieron que, en la 'pomada' polaca de la capitalidad, las apuestas descartaban a Wroclaw y señalaban tres ciudades favoritas: Katowice, Gdansk y Szczecin. En cambio, a mí me consideraban un tipo con suerte pues llegaba de una ciudad que, incluso en Polonia lo creían, tenía casi todos los boletos para pasar el primer corte en España.
A pesar del pesimismo de Adam y su equipo, cuando me presentaron con detalle su proyecto, me pareció muy bueno. Se basaba en lo que diferencia a Wroclaw del resto de Polonia. Mientras que la nación polaca es muy monocultural, Wroclaw ha pertenecido a varias naciones y ha conocido una inmigración muy importante a lo largo de la historia. De hecho, cuando, tras la II Guerra Mundial, la alemana Breslau se convierte en la polaca Wroclaw, la población germana de la ciudad (570.000 personas) es deportada a su país de origen.
Hoy, en una Polonia que ha conocido la mayor emigración de su historia (tras ingresar en la Unión Europea, más de dos millones de polacos se han ido al Reino Unido), Wroclaw es la única capital del país que mantiene un fuerte contingente de inmigrantes, sobre todo de Ucrania, Lituania y de otras partes de Polonia. Este carácter mestizo ha sido aprovechado por Wroclaw 2016 para convertir la metamorfosis en el centro de su mensaje.
Metamorfosis de una ciudad que ha tenido 15 nombres y con cada uno se ha transformado. Metamorfosis que ha propiciado una ciudadanía multicultural. Metamorfosis simbolizada en una mariposa y en proyectos de cambio, ya en marcha, tan curiosos y efectivos como sustituir las viejas estatuas comunistas por otras actuales o intentar apartar la cultura del vodka y de la cerveza para abrazar paulatinamente la cultura del vino.
A mí me pareció un proyecto original y coherente. Además, descubrí una ciudad muy viva y con mucha actividad cultural, con mediocres carreteras y ferrocarriles, pero con un aeropuerto muy activo (es una de las bases polacas de Ryanair), que estaban renovando. A pesar de todo eso, me trataron como se trata a un favorito y ellos se mostraron humildes y casi resignados. El resto de la historia se la saben: la favorita Cáceres fue eliminada, o se la imaginan: Wroclaw, la perdedora, ha pasado el corte y sigue aspirando al 2016 junto con Varsovia, Lublin, Gdansk y Katowice.