Revista Cine

Poltergeist

Publicado el 08 junio 2015 por Pablito

“Ya están aquíiiiii”. ¿Los fantasmas? No: la tediosa moda de los infames y, sobre todo, innecesarios remakes de películas de terror clásicas. Salvo contadas excepciones en las que la copia supera o empata con la original -a mi mente viene la muy digna Posesión infernal (Fede Álvarez, 2013), incluso La matanza de Texas (Marcus Nispel, 2004)-, la gran mayoría de remakes del género son un infructuoso intento de reeditar lo que en su día fue un éxito. Cuando aún no nos hemos recuperado del descomunal desatino que la directora Kimberly Pierce hizo con el clásico Carrie (1976) de Brian de Palma -aún duele ver a Julianne Moore metida en semejante estropicio-, toca enfrentarnos ahora a la nueva versión de Poltergeist, el clásico con el que Tobe Hooper aterrorizó a medio mundo en 1982, aunque la leyenda cuenta que fue Steven Spielberg quien estuvo al frente de la película y que no figuró en los títulos de crédito porque ese mismo año rodó E.T El extraterrestre y la legislación vigente prohibía a los cineastas dirigir dos películas al mismo tiempo. Y bien: el resultado es desastroso. El remake de Poltergeist (Gil Kenan, 2015) no sólo no aporta nada respecto al original, sino que es una película tremendamente insulsa, aburrida y sin garra.

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La historia de esta alegoría de la unión familiar para vencer a las adversidades que es Poltergeist es conocida por todos: un matrimonio y sus tres hijos se mudan a una gran casa en un barrio residencial. Tras la aparente calma inicial, la casa no tarda en verse sacudida por espíritus que intentan contactar con la hija pequeña del matrimonio. Cuando la menor pasa “al otro lado”, los padres intentarán por todos los medios recuperarla. En el transcurso de la narración se repiten algunas señas de identidad de la marca Poltergeist, como el payaso, el armario, las ramas de árbol y, cómo no, la escena de la niña frente al televisor -pronunciando de nuevo la mítica frase-. Prácticamente se sigue el esquema de repetir paso por paso la cinta original, con la gran diferencia de que aquí la falta de talento hace que la sensación de angustia y desasosiego original no aparezca por ningún lado. Sales del cine conforme has entrado: olvidando al instante un espectáculo que se lanza a la búsqueda permanente del terror… sin conseguirlo. Porque Poltergeist no funciona como película de terror en ningún momento. Hay instantes en los que no funciona ni como película.

Se agradecen, eso sí, instantes como la del árbol asesino o la de la pequeña arrastrada -literalmente- por las escaleras, pero son notas muy puntuales en medio de una cinta que peca de tener peores efectos digitales que la original, dirigida hace más de tres décadas. El problema de los pobres efectos especiales no hubiera sido tal si como contraprestación nos hubiesen ofrecido un clímax a la altura de las circunstancias, algo por lo que todos recordamos a la original, pero lo aquí nos encontramos es un final atropellado, ridículo y completamente anodino. Es una lástima que el director y el productor Sam Raimi desaprovechen escenas que piden a gritos la locura como cuando el menor de la familia se introduce en el lado oscuro a buscar a su hermana, mostrándonos a los espíritus únicamente de refilón y durante segundos.  A los que nos gusta y disfrutamos con el terror no tardaremos en detectar que a la cinta le falta inventiva por un tubo y que lo que prevalecen no son más que los sustos fáciles, que también se pueden contar con los dedos de una mano -y sí, son los de siempre: una pelota rodando por el pasillo, el primer plano de un payaso, etc-. Sopor infinito.

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La nueva Poltergeist defraudará a los amantes de la película original y, por supuesto, a los incondicionales del género, que no tardarán en ver frustradas sus expectativas de ver algo mínimamente diferente y original. Cualquier remake tiene que tener algo que justifique la decisión de llevarlo a cabo, más allá de las (evidentes) razones económicas: una secuencia, un rasgo innovador, incluso una frase rompedora. El director debe imponerse algún desafío que incite a pagar por ver su particular visión de la historia. Nada de eso ocurre aquí. Ni su aceptable envoltorio visual -obra del siempre eficaz Javier Aguirresarobe- salva a este nuevo intento de dar gato por liebre de la quema, de figurar en el libro de “cómo no hacer un buen remake”

 


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