Te enrojeces o te blanqueces, no puedes más, vas a explotar, afloja; no, no, no afloja, sigue subiendo, explotas, explotas…. y gritas.
Te vacías y vuelves a gritar. La ira baja y sube a retazos hasta que tu cabeza no sabe dónde está, tus ojos no saben dónde miras y solo quieres seguir gritando. Te duele la garganta, miras a tu objeto del grito y te callas.
De repente, te cuestionas por qué. Si vale la pena. Si no es un sueño o si, por el contrario, quieres que lo sea.
No puedes retractarte; lo dicho, dicho está o eso es lo que ellos dicen, y punto. Quieres gritar más pero ya no tienes voz y te enierras en tu propio mundo deseando que nadie te hable o te mire en los próximos, digamos, ¿200 años? Mejor, que sean 1000, si es tan amable. Gracias.
Y todo eso en no más de 60 segundos.
El ser humano: tan absurdo, tan perceptible y tan, ¿cómo decirlo…? Predecible.
Me voy a gritar… de nuevo… aunque sea en sueños.