Revista Cine

Presunto Culpable

Publicado el 18 febrero 2011 por Diezmartinez
Presunto Culpable
Finalmente, después de haber ganado premios en Morelia 2009 y en Guadalajara 2010, ha llegado finalmente a las pantallas nacionales Presunto Culpable (México, 2009), documental dirigido a cuatro manos por Roberto Hernández y Geoffrey Smith. Como ya lo he escrito antes por estos rumbos, lo mejor del cine mexicano de la década pasada está en el cine documental y, ante la evidencia de lo que vi en Guadalajara 2010 -Presunto Culpable, Perdida (García Besné, 2010) y Vuelve a la Vida (Hagerman, 2010)- es probable que la tendencia continúe en esta nueva década.
Me resulta chocante escribirlo, pero lo voy a hacer de todas formas: Presunto Culpable es uno de los filmes más pertinentes que se hayan realizado en el México de hoy, en el México de siempre. Sin embargo, también es necesario apuntar una advertencia: la necesidad de una película como la dirigida por Hernandez y Smith no significa que, además, la cinta no tenga valores estrictamente cinematográfico. Más allá de la puesta al desnudo del sistema judicial mexicano, Presunto Culpable vale por sí mismo, por ser un notable filme documental, por la forma en la que el filme está construido, por provocar en el espectador una auténtica emoción, un genuino suspenso.
Hernández y Smith -su opera prima en el caso del primer, segundo largometraje en el caso del segundo- se dieron a la tarea de filmar de principio a fin el segundo juicio en contra de Toño Zúñiga, un joven comerciante de Iztapalapa y rapero de vocación, que es acusado de un asesinato y condenado a 20 años de cárcel. El matrimonio de abogados formado por el codirector Roberto Hernández y Layda Negrete (investigadora del CIDE) logran que el primer juicio condenatorio de Zúñiga se declare inválido -resultó que el abogado defensor era "pidata"- y también logran el permiso para grabar en vídeo la reposición de todo el juicio, además de entrar al Reclusorio Oriente en donde se encuentra Zúñiga para ver cómo (sobre)vive allá adentro.
La cinta apabulla no por los datos o estadísticas que nos entrega (93% de los detenidos nunca ve un juez, 93% de los detenidos nunca vieron una orden de aprehensión, 92% de las condenas se logran sin que haya evidencia física de por medio, 95% de las sentencias son condenatorias, 78% de los presos son alimentados por la familia, etcétera) sino porque nos muestra, de manera simple, directa, funcional, cómo se realiza un juicio penal en nuestro país. Llega un momento que el filme resulta de verdad desesperante: uno quisiera poder entrar a la pantalla y sacudir al juez, a la representante del Ministerio Público (-"Quiero que me explique por qué me está acusando", -"Porque es mi chamba"), a los judiciales abusivos, al testigo evidentemente mentiroso..
Menos mal que el caso de Zúñiga llamó la atención de Hernandez y Negrete, menos mal que Geoffrey Smith se unió al proyecto, menos mal que Hernández contó con la edición de Felipe Gómez y menos mal, también, que el propio Zúñiga contaba con sus propios momentos de escape cada vez que su situación empeoraba. Vamos, si el tipo no hubiera contado con el break-dance que practicaba frenéticamente, es probable que Zúñiga no habría sobrevivido emocionalmente a su viacrucis, pues "bailar es no estar en la cárcel".
Lo peor de todo es que a través de Presunto Culpable entendemos que lo peor no es la cárcel en sí misma, sino el asfixiante laberinto del sistema judicial mexicano, en el que el expediente no se cuestiona por más que esté lleno de inconsistencias: no vale que la prueba de radiozonato haya salido negativa, no importa que el testigo haya mencionado a Zúñiga hasta su tercera declaración, vale un sorbete que no haya habido descripción física del culpable del asesinato del que es acusado Zúñiga, no se toman en cuenta las nuevas evidencias en la reposición del juicio... Presunto Culpable presenta un infierno judicial que ni Terry Gilliam podría haber soñado en su mejor/peor pesadilla. Por eso mismo, la información final no puede entenderse como una cruel paradoja sino, apenas, como la constatación de una realidad que sería risible si no fuera trágica: el juez que condenó a Zúñiga copiando literalmente la primera sentencia sigue en su sitio, el comandante de la policía que detuvo a Zúñiga sin pruebas ha sido ascendido, el abogado "pidata" sigue ejerciendo sin que nadie lo haya molestado... No cabe duda: en el infierno, las cosas no cambian tan fácilmente.

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