Revista Cultura y Ocio

Pretérito Imperfecto

Por Humbertodib
Pretérito ImperfectoDespués de vencer cierto recelo que había acarreado por años, Manuel decidió inscribirse en un taller de escritura creativa que se había abierto en el Centro Cultural Ricardo Rojas. Estaba feliz, estaba entusiasmado. En el primer encuentro, tras la pintoresca perorata de presentación, el profesor pidió a los participantes -diez en total- que cerraran los ojos, imaginasen una historia y luego la escribieran sin autocensurarse. Manuel estaba tan inspirado que en pocos minutos terminó la suya, mucho antes que todos los demás compañeros. Sin embargo, cruzó los brazos sobre el pupitre y esperó respetuosamente a que los otros concluyeran, no quería llamar la atención o quedar como arrogante. Así que, ni bien el último rezagado colocó el punto final, Manuel estiró el brazo para alcanzarle la hoja al profesor.-No, mejor léala usted- aconsejó el docente.Manuel lo hizo pausadamente, saboreando las palabras, con tal arrobo que sus colegas soltaron un aplauso espontáneo cuando finalizó. Se sentía tan orgulloso que buscó los plácemes en la mirada del profesor, sin embargo, éste no sólo estaba serio, sino que parecía haber mordido un pedazo de helado con una muela cariada.-Hágame el favor, lea de vuelta la primera frase- le ordenó bruscamente.Esta vez Manuel lo hizo con mucha reserva, pues notó que algo no andaba bien. Los otros participantes se mantenían en un silencio expectante.-No, no y no- sentenció el docto -el pretérito imperfecto no puede ir seguido de un predicativo estativo permanente, ya debería saberlo, hay ciertos conceptos básicos que usted no... que usted...Y se detuvo, inflamado, impaciente, resoplando. Manuel se sintió humillado por la reprimenda, pero mucho más por no saber qué demonios era un predicativo estativo permanente, o por desconocer que su uso fuera tan básico para escribir una oración digna. Se puso de pie, hizo un bollo con la hoja y la arrojó a la papelera, luego salió de la sala, sin decir media palabra. Los demás compañeros lo miraron con desprecio, bamboleando la cabeza: ¡Cómo no sabía eso del... predicanente permeativo ematorio!-Aba, ía, ía, señores, aba, ía, ía- continuó el profesor, como si allí no hubiera pasado nada, mientras todos se miraban sin entender un cuerno -Digo que aba en la primera, ía en la segunda e ía en la tercera. El pretérito imperfecto, redactaba, desconocía y destruía, ¿o no soy claro?-Aaahhh- se escuchó en toda el aula- y la cosa siguió más o menos así.Terminada la clase, cuando los alumnos ya se habían retirado, el profesor se zambulló de cabeza dentro del cesto de basura para buscar el papel. Sí, allí estaba, los ojillos le brillaron de codicia. Lo alisó, lo metió entre las páginas de su libro de Gramática Española y se fue a la casa a toda prisa.Ese mismo año, con su nuevo cuento, el profesor ganó el Primer Premio del Fondo Nacional de las Artes. Como pocas veces había sucedido, el fallo del jurado fue unánime, a todos los integrantes les pareció que el tratamiento que le había dado a los tiempos verbales era innovador, único, genial, una brisa de aire fresco para la monótona literatura contemporánea. El galardonado apareció en los periódicos y salió por televisión, pero Manuel jamás se enteró de nada, es que ahora no se preocupaba por esas pavadas, estaba aprendiendo a tocar el violín con un método DIY que encontró en YouTube, lo hacía bastante bien, a veces pulsaba do en vez de re, pero eso no le parecía tan grave.

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