Revista Cine

Pride

Publicado el 30 marzo 2015 por Pablito

Ocurre cada cierto y, cuando sucede, no cabe más que celebrarlo. Hablo de la película perfecta. La industria del cine acoge a cintas mejores y peores, pero muy de cuando en cuando nos regala la que no admite otro calificativo que PERFECTA. En mayúsculas. Pride (Matthew Warchus, 2014) es el último ejemplo. Intento enfrentarme con la máxima objetividad a todas y cada de las críticas que escribo, destacando los aciertos y errores que encierra cada producción. Sin embargo, de la cinta británica de Warchus se me hace imposible señalar el más mínimo defecto. Todo en ella me parece redondo. Genial. Único. Irrepetible. Y hablo después de haberla disfrutado dos veces en pantalla grande -la película invita a un segundo visionado, y a un tercero, y a un cuarto…-. Escribo estas líneas, no obstante, intentando mantenerme lo más ecuánime posible, dejando de lado el sentimiento de euforia que me asaltó las dos veces que disfruté esta absoluta maravilla. Y bien: estamos, sin ninguna duda, ante la mejor película británica de los últimos años. Aunque podríamos quitar la nacionalidad y hacer la frase aún más contundente: una de las producciones más redondas, radiantes y brillantemente manufacturadas de lo que llevamos de siglo.

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Basada en hechos reales, Pride se ambienta en el Londres de 1984, año en el que el Sindicato Nacional de Mineros convocó una huelga por las medidas que Margaret Thatcher emprendió contra el colectivo, como el cierre de 20 minas de carbón y el plan de cerrar otras 70, lo que supondría la destrucción de 20.000 empleos. Un grupo de gays y lesbianas no tarda en solidarizarse con los mineros, colectivo poco reticente a que un grupo de personas con las que creen no tener nada en común acudan a su ayuda, aunque acabarán entendiendo que la unión hace la fuerza. ¿Por qué recomiendo Pride? Básicamente porque es todo un manifiesto a la integración, a la tolerancia, a la conciliación y al respeto; un artefacto inabarcable en su incontinencia de soltar titulares, frases redondas y en su cúmulo de valores, como el amor, la amistad, la búsqueda de la identidad personal o la importancia de los ideologías. La película toma como excusa unos hechos de hace tres décadas para recordarnos que no hay imposibles cuando se mantiene la moral en alto y se adopta la tenacidad por bandera. Nos recuerda, asimismo, la necesidad de dar voz a las minorías, y lo vil que ha sido y sigue siendo la sociedad por menospreciar al diferente. El hecho de transmitir todas estas moralejas de forma tan nítida, nada pedante, hace que la película se meta al público en el bolsillo ipso facto. 

Auténtica inyección de buena energía, Pride acumula varios momentos imborrables, como la escena del baile o el discurso en el bar gay. Brilla un reparto coral lleno de encanto, en el que cuesta dilucidar quiénes son los protagonistas y quiénes los secundarios. Y es que todos los personajes, encarnados por actores que engrandecen unos roles ya de por sí brillantemente escritos y entrañables, cumplen una función determinada en la película, la enriquecen y engrandecen, y a todos se les concede prácticamente la misma importancia. Además de su gran acierto de cásting, otras de sus grandes bazas es lo bien que sabe controlar el tono en todo momento; desde su vibrante comienzo -sus 20 minutos iniciales son un prodigio en cuanto a presentación de personajes- hasta su último fotograma, la película engancha se mire por donde se mire. Gracias a un montaje musical y su ritmo pegadizo, sus 120 minutos parecen quedar reducidos a la mitad. De esas películas que podría durar 2 horas más y no pasaría nada. Warchus, además, se mantiene impermeable a los clichés y a la vulgaridad en la que fácilmente podría haber concurrido una película de estas características y combate estos males a golpe de ingenio, talento y luminosidad. De hecho, puede que sea éste último el calificativo que mejor defina a la película: Pride es una obra luminosa. De esas en las que te quedarías a vivir y estarías dando abrazos a sus protagonistas todo el día. De optimismo contagioso, la inteligencia de su guión permite que salgamos del cine con una sonrisa dibujada en el rostro y las ganas de vivir multiplicadas a la máxima potencia. 

PRIDE

Narrada con infinita sensibilidad y sutileza, se nota que quien dirige este artefacto aconsejable para estudiosos de acontecimientos históricos y, en general, a cualquier apasionado de las historias humanas, es alguien con mucho gusto y las ideas claras. Aunque exista quien la pueda tachar de panfletaria, las intenciones de esta nominada al Globo de Oro a Mejor Comedia o Musical van mucho más allá: dar a conocer al público unos hechos pocos conocidos cuyos coletazos llegan hasta nuestros días. Al final no se trata de ser minero, gay, lesbiana… Pride reivindica a las personas por encima de todo, así como la necesidad de ayudarse mutuamente cuando las circunstancias lo requieren. Quien esto escribe le es imposible detectar, y os juro que lo he intentado, qué hay de malo en ello, máxime cuando se narra con tanta humanidad. A la gente más conservadora no le gustará, pero nadie dijo que las películas perfectas tuvieran que gustar a todo el mundo. 


Pride


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