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Primeras segundas citas

Publicado el 07 julio 2020 por Claudia_paperblog

Nos paramos en el semáforo en rojo. Le sonrío todo el rato, él sonríe tímido. ¿Por qué te ríes de mí? Siempre que le sonrío se cree que me estoy riendo de él, de su pelo, de algo que tiene en la cara. Cambia a verde y cruzamos sin darnos la mano. Desde la acera de enfrente, una mujer cruza montada en bici. “Esa señora te ha mirado mal. Habrá pensado que dónde va el hippie este”. Ahí sí me río y él también.

Es raro, es duro, es reconfortante, es una emoción nueva que no había sentido nunca. Es una sensación picante y dulce, pero también algo salada, que te hace escocer los ojos, pero también reír desde el fondo de la garganta, que da ganas de gritar de felicidad y también causa pena por la situación o más bien porque esta vaya a acabarse. ¿Tú lo has sentido también? No eres un espejismo, ¿verdad?

Me pregunta por mi familia; yo le pregunto por sus compañeros de piso. Al principio, hay muchos silencios, pero llegamos a una fuente. “Aquí es donde metimos los pies, ¿verdad?” Lo recuerda, ¿cómo iba a olvidarlo? Barcelona está plagada de referencias a nosotros. No nos hemos amoldado a lo que ofrece la ciudad, al revés, la ciudad gira en torno a los dos, a lo que hemos vivido. Y no se nos va a poder sacar de las entrañas.

Seguimos caminando mucho rato, él peinándose el flequillo que le ha crecido mucho durante estos meses, con la bicicleta sujeta con la otra mano, yo acalorada por el tejano largo y ajustado que me he puesto. ¿Qué habrás pensado de mí? ¿Que estoy más guapa, más delgada, más morena, más sonriente, más triste, más callada, más charlatana, que he cambiado o que sigo igual que siempre? Yo te veo algo cansado, y algo triste, pero guapísimo, como siempre, y muy bien vestido, aunque cualquier cosa te queda bien, pero también te veo más metido en tus pensamientos.

Entonces le cojo la bici y me subo a ella y empezamos a bromear y siento que es la persona que mejor me conoce del mundo y la que mejor me hace sentir. Cuando llegamos al Jardín de Cervantes, que tiene unas pocas rosas secas a su alrededor, saco la toalla de la mochila y nos sentamos en el césped. Me habla mucho del trabajo. Por un lado, me interesa, me encanta ver que consigue las metas que se propone, aunque eso le suponga noches de insomnio, quebraderos de cabeza y horas extra. Sin embargo, sé que él no ha nacido solo para eso, él tiene algo dentro que aún no ha dejado ver a nadie, puede con todo y más, sería capaz de cambiar el mundo, y antes era consciente de eso, pero ahora no se lo cree. Espero que pronto vuelva a confiar en todo lo que puede hacer.

Tengo mi lista entre las páginas de ese libro que comencé ayer mismo -Gracias a esa novela no me he puesto tan nerviosa de camino aquí-, pero no la saco de la mochila. La intento recordar para hacerle todas las preguntas que se me han quedado sin respuesta y para contarle una a una las cosas que me han enfadado, o emocionado o cambiado de algún modo. Le hablo de la lista de preguntas y me pide que la saque. No lo hago por vergüenza, pero tampoco me callo. Le pregunto por sus rutinas de ejercicio, si se ha cocinado durante la cuarentena, qué le pareció La piel que habito, le demuestro que he aprendido a hacer el puente. Creo que a él le gusta mi espontaneidad.

Entonces su madre le llama varias veces y él le cuelga el teléfono. Le pide ayuda con la declaración de la renta y en ese momento, él se agobia, con eso y con todo lo que tiene que hacer una vez llegue a casa, porque mañana es lunes.

Propone ir a tomar algo y nos sentamos en el bar más feo y caro de Diagonal. Sabía que él pediría unas bravas, nunca se puede estar de comer. Yo me pido una cerveza alemana y él una 1906. He vuelto a perder, mi cerveza no está muy buena. Me propone hacer un cambio, es el mejor.

-¿Podré comer bravas? Las hemos pedido los dos, ¿no?

Cuando llegan las bravas, están malísimas y le digo que ya no quiero.

-Pero, ¿no que las habíamos pedido los dos? –y se ríe, con esa sonrisa enorme.

Entonces él ya se ha acabado la cerveza, dice que quiere volver a casa, que está muy cansado, y yo le acabo de enseñar las fotos del pantano donde fui el otro día con Marc. Cuando entra a pagar, me quedo mirando hacia el sol fijamente y me lloran los ojos, y lloro también, porque veo que no está bien y me gustaría cuidarle toda la vida y estar juntos para siempre. Sé que va a llevar tiempo, pero me da igual.

Sale de pagar y en cuanto me ve con la cabeza girada, sabe lo que pasa, y me abraza con mucha fuerza, como si no fuera a soltarme nunca. Nos vamos de allí y él empieza a llorar también. Y me disculpo porque no quiero que llore por mí, le digo que soy una tonta. Se debe sentir culpable, pero él no decide sobre sí mismo ahora, no debe sentirse mal.

Le abrazo yo ahora. “¿El amor no es suficiente?”. Y él asiente con la cabeza, aún con lágrimas en los ojos. Caminamos hasta Plaza España y ahí me cuenta un poco más sobre lo que le pasa, o más bien, yo voy descartando posibilidades.

-Supongo que te comparas con tu yo del pasado y te sientes mal porque ahora mismo no puedes dar todo lo que dabas antes.

Nos despedimos en la parada de metro y le regalo un marcapáginas que hice yo misma. Esta pluma escribirá toda la felicidad, el amor, las risas y los viajes que te quedan por vivir. Entonces me abraza y me besa y me dice que me quiere mucho. Y yo no necesito nada más, ya me puedo morir tranquila.

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