Es una costumbre antigua, clásica, ésta de proponer una breve pausa, una reflexión, antes de proseguir el camino. Sobre todo, antes de finalizarlo en la meta que uno se había propuesto alcanzar. Digamos que se trata de un segundo proemio pero en un lugar que no es el que, por naturaleza, le correspondería. Con la breve pausa pascual, e incluyendo los días pasados en las Islas Canarias (en los que descubrí no pocas cosas...), son ya más de dos meses de camino, casi 9000 km rodados y más de 40 bodegas visitadas, charladas, bebidas, vividas. Salí de Barcelona hacia el sur, con la idea de dejar Catalunya para mi última etapa. He estado en Utiel-Requena, en La Manchuela, en La Mancha, en Alicante, en las Sierras de Granada, de Málaga y del norte de Sevilla, en Cádiz, en Extremadura, en el centro de la Península (en Carabaña, en Méntrida, en San Martín de Valdeiglesias, en Cebreros), en la Sierra de Francia y los Arribes, en Zamora, en Toro, en la Ribera de Duero, en Rueda, en el Bierzo, en Galicia, en la Rioja y Navarra.
Se ha quedado en el camino la Cornisa Cantábrica (Cangas, Liébana, la zona marítima de Euskadi), que intentaré recuperar en un viaje más corto y centrado. Falta ahora, en las próximas semanas y antes de que el calor apriete más de lo que uno desea cuando patea viñedos, una de las partes que más me apetece de este viaje: Catalunya y Baleares. Aunque la gente piense que conozco bien la zona, sé que tengo mucho por descubrir todavía. Y, sin duda, tengo algunos vinos que he bebido con placer pero cuyos viñedos y bodegas no conozco. En los próximos días, publicaré alguna nota sobre lo que más me ha gustado de la Rioja y Navarra (Roberto Oliván, Olivier Rivière, Elisa Úcar y Enrique Basarte). Y espero poder terminar mi Iter Hispanum con algún apunte catalán y, quizás, balear.
Vivo con intensidad estos meses, siento sin dificultad cuándo hay conexión con un viñedo, con un paisaje, con las personas que hacen en este o aquél lugar sus vinos. Charlo mucho y con gente muy diversa. No sé en qué momento entro en sus vidas, pero la gente se abre y acepta, generosa. Me dan su tiempo, su energía, su conocimiento, su experiencia, su amor por lo que hacen. También paso mucho tiempo en silencio (no sólo el de la noche, que casi nunca ha sido blanca), sobre todo mirando con atención el paisaje y sus habitantes, escribiendo y leyendo. Aprendo que no existe una fórmula, una solución. Quien tiene todas las respuestas a las cuestiones que la tierra o el vino le plantean, hace un vino que no me interesa. He visto y aprendido cómo se escucha al viñedo, cómo se observa su evolución. Sé ahora (aunque no siempre pueda hacerse...) que hay una sola manera de comprender qué y por qué es un vino: viajar, ver, charlar, beber, aprender. Callar y respetar. Dejarse absorber. Finalmente, entender y asimilar. Los jóvenes suelen hacer una o dos estancias largas e intentan aprovechar los hemisferios para hacer dos cosechas en un solo año. Les diría, si alguno quiere escucharme, que no es la manera de entender.
En el camino está la respuesta, no en la estancia. Ahora lo sé. Lo único que no entiendo (aunque estuve un buen rato frente a la casa de A. García Calvo en Zamora) es por qué el camino tiene nombre de mujer y el río lo tiene de hombre. Voy a seguir, a ver si encuentro una respuesta...