Revista Sociedad

Quattro anni fa

Por Lor Martín

Cuatro años del principio de aquel viaje que lo cambió todo.

Aquel viernes está grabado a fuego en mi memoria. Cargada de maletas y emociones, empezaba un paréntesis enorme en mi vida. Dejaba mi casa, mi familia, mis amigos, mi novio, mi universidad, pero también mi rutina, mis problemas, mis niñerías y mis miedos. Empezaba la que intuía sería una de las mejores épocas de mi vida… Lo que no sabía entonces es que aquella etapa, aquel tiempo en aquel pueblecito, me cambiaría de la manera en que lo hizo.

Llovía a mares cuando puse por primera vez los pies en Roma. Respiré aire húmedo y cargado al mismo tiempo. Escuché las primeras palabras en italiano. Arrastrando la maleta, con los ojos abiertos intentando no perderme absolutamente nada, llegué a una estación que daba más miedo que confianza. Acompañada por los que luego cambiaron su estatus (unos empezaron siendo unos desconocidos y otros han acabado siéndolo) subimos al bus que cruzaría todo el ancho del país, entre montañas altísimas que más adelante nos dieron algún que otro susto, valles verdes y pueblos perdidos.

Algo más de dos horas después, llegábamos, recibidos todavía por la lluvia, al pueblo que nos acogería los siguientes 9 meses y que, como digo, cambió gran parte de mi vida. Resguardados bajo el soportal de una iglesia, recuerdo mirar cómo el agua bajaba por las calles, cómo la gente paseaba bajo el paraguas y cómo unos y otros nos mirábamos pensando, posiblemente, que ese era un día realmente importante para todos.

Hubo muchos más días además de aquel 19 de septiembre. Días en los que reí. Días en los que lloré. Días en los que grité por mil motivos a la vez. Días que bailé. Días que besé. Días que quise volver y días que quise parar el tiempo.

Mucha de la gente que me rodeó durante aquellos meses tiene ganado su huequito en el cielo. Guardo con especial cariño algunas conversaciones frente a un café. Otras frente a unos montaditos tan cuidados y perfectos que daba pena hasta mirarlos. Unas en la cama, otras de fiesta, otras en un parque, otras en otros países.

No todo fue fácil. Eché de menos a muchas personas y eché de más a muchas otras. Pero sabía que aquellos momentos, todos ellos, acabarían dejándome una huella imborrable que hoy, para bien o para mal, marcan cómo soy. Mi carta de presentación no era la mejor… de hecho ni tan siquiera era buena, y aún así hice amigos, amigos muy buenos que hoy conservo y a los que les debo mucho.

Cada año desde aquel 19 de septiembre de 2008 recuerdo este día de una manera diferente, posiblemente fruto del paso del tiempo, del asentamiento de las personas y los sentimientos en mí misma, de la experiencia que voy adquiriendo.

Para muchos, la Lorena que se bajó del avión un día de julio, con lágrimas de tristeza, incertidumbre y miedo, era una versión muy parecida a la Lorena que se subió al avión tal día como hoy hace cuatro años. Sin embargo, sé que los que me conocieron allí y los que empezaron a conocerme más y mejor después de aquel paréntesis han notado que efectivamente hubo un cambio. Un cambio que posiblemente no fuera bueno al principio, pero que ha acabado siendo el necesario para que hoy sea como soy, esté rodeada por quien me rodea y vea las cosas como las veo.

Como cada año, un gracias inmenso e irretornable a los que hicieron de aquel tiempo algo imborrable, a los que viajaron conmigo, a los que aguantaron mis lágrimas, mis risas, mis borracheras, mis nervios, mis miedos. A los que aún lo siguen haciendo.

Quattro anni fa


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