
Cuando estudiaba la carrera de Historia del Arte las asignaturas de arte contemporáneo tardaban en aterrizar, primero había que memorizar la lista de papas que hacían cortapega en Roma y la evolución del kurós griego, pero al final llegaban. Un día entró por la puerta un tipo joven sin pinta de catedrático, no se parecía a los tertulianos de la tele, y se presentó, era el profesor. Nos dio unos cuantos consejos, marcó fechas de exámenes y al final nos pidió que respondiésemos en una hoja a una pregunta que resultó tan previsible como jodida: ¿Qué es el arte contemporáneo?
No recuerdo que payasada pretenciosa contesté en aquel momento. Hoy cuando alguien me hace esta pregunta evito la respuesta (sólo Pérez-Reverte la sabe), pero suelo citar un par de ellas ajenas que me gustan, una seria y otra no tanto. Con la primera incluso se puede ligar. Suena a título tontón deIsabel Coixet, pero es un hito revolucionario en diez palabras publicado por Dino Formaggio en 1973: “Arte es todo aquello a que los hombres llaman arte”. En esta sentencia, tan redonda y tan twitera, Formaggio atribuye al arte una ruptura de límites y normas previas duchampiana inédita hasta hace apenas un cuarto de hora. Un punto y aparte radical con su lado oscuro, canaliza todo el poder en los hombres, temibles, y los hombres son la institución y sus prácticas: galerías, exposiciones, ferias y otros contubernios que hoy son auténticas plataformas de espectáculo y legitimación política pero apenas discretos laboratorios de creación.
La otra respuesta, la menos seria y cargada de ironía, me la comentó un amigo hace un par de meses. Es del inclasificable Miquel Noguera y la dijoen uno de sus Ultrashow Transcribo sus palabras: La trilogía de El señor de los anillos, con sus tres películas, ilustra un viaje de unos hobbits a por un anillo, hay acción, hay batallas alucinantes, nos está ilustrando la Cultura Popular. ¿Qué haría el Arte Contemporáneo? Pues haría otras tres películas… para la vuelta. Es decir, ya volverían felices, sin ganas de luchas ni malos rollos, se detendrían a mirar la hierba, se pararían a hablar con los árboles, tienen sueños y reflexiones amor-odio, y todo tras muchas horas de planos lentos y cambios de luz. Eso ya es el arte contemporáneo, el regreso después de destruir el anillo.
En realidad podemos encontrar tantas respuestas como tanto tiempo libre y un buen ADSL tengamos. Nos hacemos esta pregunta más veces de lo que creemos, visitando exposiciones, girando rotondas, o la temporada pasada en el Camp Nou, pero lo importarte y útil de verdad es el propio hecho de plantearla y abordarla sin prejuicios. Es necesario enfrentarse a la creciente desconfianza, cuando no menosprecio, de una mayoría ante el intrincado panorama del arte actual. Sin olvidar, por supuesto, el esfuerzo urgente y necesario para reinventar vías didácticas y prácticas culturales, pero asumiendo la mejor aportación que nos da hoy el arte - la misma que tanto indigna a Vidente Verdú en El País (Pintar sin pintura 18-01-2010) y escandaliza a los editores del telediario asustaviejas de Antena3 en su paseo anual por ARCO- es decir, la nueva pluralidad de códigos que apenas abarcamos y define un territorio inestable, nihilista, sujeto a una redefinición continua que agita y perturba al público. El espacio de las artes plásticas ya no es sistemático y ordenado, es intranquilizador, debe serlo.
Hace tiempo le preguntaron a Luis Gordillo por la polémica cúpula de Barceló en la ONU y respondió sin despeinarse que “ante el debate artístico, la gente se caga de miedo”. Así es, en el arte actual falta debate, falta contarlo, y sobran aforismos. La experiencia del arte es enteramente individual y ninguna interpretación, de nadie, puede superar a lo que Susan Sontag llamó la transparencia estética, la expectativa de experimentar el arte. Búscala y cuéntala, es gratis.
Andrés Rodríguez Morado