Revista Cultura y Ocio
Creo que no hay actitud humana que me desagrade más que la pedantería, aunque supongo que es difícil no haber caído alguna vez en este pecadillo al que somos tan aficionados, el de alardear de nuestros conocimientos, con o sin causa para ello. Por desgracia, la mayoría de las veces, se utiliza la pedantería para empequeñecer los logros ajenos, como si nos hicieran tanto daño que la única manera de librarnos de ese dolor, es destruir la causa del mismo (Ya hablé de este peculiar pecadillo en: Siete pecados capitales: La envidia).
Pero hoy quería reivindicar la risa, la carcajada que nos sale de dentro hasta hacer que nos duela el estómago. Siempre he pensado que la vida no tiene sentido sin dos cosas: el Amor y el Humor. En una u otra proporción siempre las he tenido en mi vida, y procuro que me acompañen a todos los rincones de mi humilde existencia.
Si algún día desaparezco hasta el punto en el que nadie me recuerde, espero que todavía resuene el sonido de las carcajadas sonoras que me ha provocado alguno de los libros de Eduardo Mendoza.
Hoy es el protagonista de este post, Eduardo Mendoza, flamante premio Cervantes 2016, un autor cuyos libros no me canso de leer, hasta esos que algunos, de los que nadie recordará sus nombres, han calificado de "humoradas". Lo único sensato que se puede decir de aquéllos que califican así a sus libros, es que ya les gustaría a ellos escribir como lo hace Eduardo Mendoza, independientemente del libro del que estemos hablando.
Y es que estamos instalados desde hace demasiado tiempo en una sociedad que sólo ve valor en las cosas que se hacen como si te hubieras tragado una escoba, cuanto más estirados y serios, mejor, y si es con lágrimas en los ojos de la pura pena, se convierte en un compendio de excelencia, aunque sea la birria mayor del reino.
No sé de qué remota parte de mi ser nace mi desesperada huida hacia la risa y todo lo que conlleva. Si acaso, juraría que es así por instinto de supervivencia, y es que en algunos momentos de mi vida, lo único que me ha salvado de mi misma y mis circunstancias, ha sido ese espasmódico movimiento que llamamos risa. Curiosamente, a mi padre le pasaba lo mismo, y ahora le entiendo perfectamente, ya que compartimos demasiadas células llenitas de genes comunes.
Mi recomendación más ferviente para todos los que se han tragado una escoba y van por ahí con su seriedad a cuestas (con lo que pesa), es que se despeinen y salgan cuando más llueva, que corran y griten, que jueguen como niños hasta que se les quite la cara de acelga, que se dejen llevar por los vientos que van y vienen, que se vistan con alegres colores e iluminen las calles con la más amplia de sus sonrisas. Seguro que si buscan bien, encuentran motivos para desempolvar la risa, la carcajada y la madre que las parió, y, cuando lo consigan, se darán cuenta de que habían perdido el tiempo dando demasiada importancia a lo que no la tenía.
Tal vez entonces entiendan que la vida no tenía ningún sentido sin cosas tan simples como la risa. La pregunta será: ¿Cómo pude vivir tanto tiempo sin darme cuenta?