Revista Opinión

¿Qué se la ha perdido a la OTAN en Afghanistán? (3)

Publicado el 23 septiembre 2011 por Tiburciosamsa

A partir de 2008 las cosas en Afghanistán se pusieron muy calientes. ISAF montó algunas de las ofensivas más contundentes hasta la fecha. Un ejemplo de la magnitud que habían alcanzado las operaciones fue la Operación Pico del Águila organizada en agosto para aprovisionar la presa de Kajaki, que abastecía de electricidad a la provincia de Helmand. En esa operación participaron 3.000 soldados de cinco países de la OTAN más 1.000 soldados afghanos, 50 vehículos blindados de escolta, aviones helicópteros de combate y drones no tripulados para acciones de reconocimiento y bombardeo. La mayor contundencia vino con un precio: 2008 fue el año más letal hasta entonces para las fuerzas de ISAF con 292 muertos, de los que la mayor parte fueron norteamericanos. Para mediados de año ISAF tenía 53.000 hombres, de los que EEUU aportaba 20.600. A estos 20.600 hay que añadir otros 28.250 que tenía fuera de ISAF. El segundo país en número de combatientes era el Reino Unido con 8.330. Aparte de ellos dos, dentro de la OTAN sólo Alemania (3.310), Canadá (2.830), Francia (2.730), Italia (2.350), los Países Bajos (1.770) y Polonia (1.130) aportaban más de 1.000 hombres. La desproporción de las aportaciones entre EEUU y el resto es bastante palmaria.

Lo peor es que a pesar del incremento de efectivos, los talibanes iban exhibiendo una chulería cada vez más pasmosa. El 13 de junio en una operación audaz liberaron a 1.200 presos de la cárcel de Kandahar. El 13 de julio atacaron la base de la OTAN en Wanat. El 19 de agosto montaron una emboscada a las tropas francesas, que perdieron 10 hombres. La violencia en el país aumentó un 30% con respecto al año anterior (un 40% en las zonas de despliegue de las tropas norteamericanas). Y para colmo, los talibanes erosionaban la legitimidad del gobierno de Kabul manteniendo gobernadores en la sombra en 31 de las 34 provincias del país, frente a 28 que tenían en 2007.

Las cosas se habían puesto tan mal que al final de su mandato hasta el propio Bush con sus cortas entendederas fue capaz de ver que lo de Afghanistán no iba. En el verano, aprovechó los recortes de tropas en Iraq para enviar 8.000 combatientes adicionales a Afghanistán. Eso que en 2003 habría podido tener impacto, en 2008 fue como lanzar un vasito de agua a una gasolinera en llamas. Bush encargó también varios informes de valoración sobre el curso de la guerra en Afghanistán y las medidas que se deberían adoptar. Inevitablemente, una de las recomendaciones fue “¡Más madera! ¡Es la guerra!”, o sea, más soldados. Esa recomendación iba acompañada de otra igualmente dura: la necesidad de crear un plan de campaña militar para Afghanistán con un horizonte temporal de entre 5 y 10 años. ¿Cómo venderles a unos aliados renuentes que habría que enviar más hombres y encima por un período de tiempo tan largo?

El General John Craddock, que era el Comandante Aliado Supremo de la OTAN, asumió la tarea de realizar una evaluación de la misión de la OTAN en Afghanistán. Justo por esos días, el 20 de octubre de 2008, Craddock dio una conferencia, que considero interesante por venir de quién venía. Craddock reconoció que en Afghanistán la OTAN se estaba jugando su credibilidad. También reconoció que había habido “cambios muy reales en el entorno de seguridad global, cuestiones a las que hasta la fecha la OTAN no había sido capaz de responder.” En otras palabras, que Afghanistán había puesto de manifiesto que la OTAN seguía funcionando como si el enemigo a batir fuera el Pacto de Varsovia. Quitó hierro a declaraciones de otros líderes civiles y militares que habían dicho en semanas anteriores que la guerra de Afghanistán no se podía ganar. Craddock pensaba (para eso le pagaban) que sí que se podá vencer militarmente, a condición de que el esfuerzo militar fuera acompañado de un esfuerzo político y de la reconstrucción del país. Finalmente, Craddock resumía el problema para la OTAN en uno de voluntad política. “En la OTAN tenemos la ambición, tenemos la capacidad militar, pero ¿tenemos la voluntad de responder a esos desafíos [se refiere a los desafíos del nuevo entorno de seguridad, empezando por Afghanistán]?” Sospecho que mi respuesta no le iba a gustar nada a Craddock.

Más descarnado que Craddok fue el Secretario de Defensa norteamericano Gates: “Si una alianza de las mayores democracias del mundo no puede concitar la voluntad de hacer el trabajo […] entonces nuestros ciudadanos pueden empezar a cuestionarse tanto el valor de la misión como la utilidad del proyecto de seguridad transatlántico que ya tiene 60 años.” O sea, que si la primera vez que la OTAN invoca el artículo quinto, va y la caga, mejor que se reconvierta en un club de petanca.

Bush dejó tantísimos marrones a Obama que, en mi opinión, Afghanistán sólo es el tercero en la lista, justo por detrás de la crisis financiera y de Iraq. El 27 de marzo de 2009 Obama desveló cuál sería su estrategia en Afghanistán y Pakistán. Sí, desde finales de 2007, se había hecho evidente que Pakistán era parte del problema y una parte muy importante. Junto a esa verdad, Obama dijo algunas medias verdades, cuando no falsedades, para despertar el entusiasmo por una guerra enfangada: el riesgo de que al-Qaeda utilizase Afghanistán como santuario, cuando todo apunta a que los lazos entre los talibanes y al-Qaeda ya no son tan estrechos como en el pasado y al-Qaeda va siendo una sombra de lo que fue; la seguridad del mundo frente a los ataques terroristas está en juego.

Obama convino con los analistas de Bush en que hacía falta más madera porque era la guerra y, mientras la pedía, aprovechó para darle un capón a su predecesor por todos los marrones que le había dejado: “Pero durante seis años se le han negado a Afghanistán los recursos que necesita a causa de la guerra en Iraq.” Eso George, si hubieras estado a lo que tenías que estar, no me estaría comiendo yo este marrón. Obama anunció que mandaría 17.000 soldados más y que mejoraría la formación del Ejército afghano, cuyos efectivos además serían aumentados.

La estrategia de Obama implicaba también un mayor compromiso de los aliados. “Al tiempo que América hace más, pediremos a los demás que pongan de su parte. De nuestros socios y aliados de la OTAN no pedimos simplemente tropas, sino unas capacidades definidas con bastante claridad: apoyo a las elecciones afghanas, entrenamiento de las fuerzas de seguridad afghanas y un mayor compromiso civil con el pueblo afghano…” O sea, venía a insistir, pero todavía con más fuerza, en lo que habían sido las ideas básicas del Libro Blanco que la Administración Bush presentó en la Cumbre de Bucarest.

¿Cómo reaccionaron los aliados otánicos al discurso? En su tónica habitual: sonrientes y entusiastas, cual matrimonio bien avenido. Los británicos rindieron la pleitesía de costumbre y anunciaron que mandarían más tropas. Por cierto que muchos analistas vieron en el anuncio de los 17.000 hombres extras un arma de doble filo. Podía servir tanto para que los aliados decidieran también aumentar su contribución como para que se dijeran que ya que EEUU iba a echar más carne en el asador, mejor ellos retiraban la que ya tenían. De hecho hay quienes piensan que la estrategia de Obama estaba diseñada con el objetivo de permitir a los europeos que se dedicasen más a la reconstrucción, que es lo que les mola, mientras EEUU se concentraba en los combates. Dejar que los europeos se escaqueasen sería preferible que verles desertar abiertamente de Afghanistán.

Los meses siguientes vieron un aumento de los ataques talibanes. Aun así, los mandos de ISAF pudieron presentar como una victoria el que los talibanes no hubieran emprendido ninguna gran ofensiva en la primavera y el verano. “Que no se atreven, que los tenemos acojonados.” Ese éxito vino a un precio: en los primeros 10 meses del año murieron 255 soldados norteamericanos.


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