Revista Opinión

¿Quién fue Jesucristo?

Por Tiburciosamsa


A menudo tengo sesudas discusiones de historia con JdJ (www.historiasdehispania.blogspot.com). Hace tiempo que descubrimos que nos resulta mucho más fácil ponernos de acuerdo sobre lo que significó el Ministro Chapaprieta para las finanzas de la II República, que convenir sobre quién fue Jesucristo e incluso sobre su misma existencia. 
Esta mañana leí la entrada que publicó JdJ el 5 de abril en su blog y resulta que yo tenía una entrada sobre Jesucristo escrita y sin publicar que viene ni que pintada para rebatirle. 
¡Va en tu honor, JdJ!
De pequeño me vendieron la imagen de Jesucristo como el Buen Pastor, el profeta angelical que predicaba a las muchedumbres las bienaventuranzas. Más tarde, quisieron venderme a Jesucristo, el revolucionario social que se parecía al Ché Guevara. Como es un tema que me interesa, he leído bastante sobre él y me he encontrado otros retratos suyos: el sofista peripatético, el profeta apocalíptico, el maestro que relataba parábolas que tenían un sabor a koans del zen y el Jesucristo transcendente de los cristianos renovados que tiene tales dosis de divinidad que no hay manera de ponerlo en relación con el judío Yeshua con vivió hace dos  mil años. ¿Quién de todos éstos fue Jesucristo?
Para responder a esta pregunta se impone leer los Evangelios sinópticos con detalle. Pienso que la mayor parte de los hechos que los Evangelios cuentan sobre Jesús son ciertos, aunque en algunos casos, seguro que hubo algo de edición. También pienso que la mayor parte de los dichos que allí se le atribuyen realmente los dijo Él. Puede que no parezca mucho, pero ya quisiéramos disponer de una colección de anécdotas y dichos tan nutrida para la mayor parte de los personajes de la Antigüedad. Y una observación final: si queremos conocer al Jesucristo real, mejor que dejemos el Evangelio de San Juan a un lado. Es el más moderno de los cuatro, se escribió sobre la base de unas premisas teológicas y ahistóricas y, además, se escribió con un ánimo polémico antijudío, lo que no hace de él un dechado de objetividad.
Los Evangelios, no obstante, presentan dos inconvenientes como documentos históricos:
1) Hay acontecimientos inventados que fueron introducidos y acontecimientos reales que fueron muy editados. Ejemplo de lo primero: la resurrección de Lázaro. Este milagro sólo aparece en el Evangelio de San Juan, que resulta que es el más moderno de los cuatro. ¿No resulta extraño que un milagro tan espectacular como el de resucitar a un hombre que lleva tres días muerto se les escapase a los otros tres evangelistas? Ejemplo de lo segundo: Jesús cura a un hombre que tiene una mano seca. San Mateo y San Marcos se limitan a decir que el hombre tiene una mano seca. San Lucas mejora un poco el milagro y nos dice que la mano era la derecha.
2) No podemos estar seguros de que la cronología en la que los Evangelios nos cuentan las cosas sea exacta. Es más probable pensar que los Evangelios se compusieron colocando las anécdotas y los dichos de Jesucristo un poco a mogollón, sin demasiado cuidado por la cronología. Que el relato de los sinópticos siga en líneas generales el mismo orden tiene una explicación muy lógica: San Mateo y San Lucas escribieron, cada uno por su cuenta, teniendo delante el evangelio de San Marcos, cuya ordenación adoptaron por lo general, aunque no siempre.
Siguiendo el relato del evangelio de San Marcos, la carrera pública de Jesús pasó por las siguientes etapas: bautizo por San Juan Bautista; retiro de cuarenta días en el desierto; va a Galilea, proclama su misión y capta a los cuatro primeros discípulos; milagros en Cafarnaún; recorre Galilea predicando y expulsando demonios; regreso a Cafarnaún, predicación y curación de un paralítico; primeros conflictos con los fariseos que empiezan a estudiar las maneras de deshacerse de él; predicación junto al Lago Tiberiades; constitución de los Doce Apóstoles; predicaciones y milagros en la zona del Tiberiades; regreso a Nazareth; ejecución de San Juan Bautista; multiplicación de los panes y los peces; la transfiguración; curación del ciego de Jericó; entrada triunfal en Jerusalén; expulsión de los mercaderes del Templo; Última Cena; Prendimiento.
Jesucristo debió de ser un judío de lo más normal. De hecho ninguna de las escasísimas noticias que dan los Evangelios sobre sus primeros treinta años es verosímil. Podemos asumir que era un carpintero de Nazareth (las posibilidades de que hubiera heredado el oficio de su padre José son muchas) y que estaría casado y que tal vez tuviera hijos. Un judío de treinta años soltero habría sido excepcional. La sorpresa con la que sus paisanos le acogen cuando comienza a predicar es la misma que tendríamos nosotros si el vecino del rellano de la escalera y al que hemos conocido desde que era un chavalín, resultase que de un día para otro se ha convertido en un pintor famosísimo.
Jesucristo provenía de Nazareth, una ciudad judía próxima a los dos centros más cosmopolitas de Tiberiades y Sephoris. En los años en los que vivió Jesucristo, la zona estaba pasando por un momento de dislocación social. Superpoblada y con escasez de recursos, es posible que Jesucristo hubiera visto como muchos paisanos suyos caían en la pobreza. A ello se unía el influjo deletéreo de las nuevas costumbres e ideas con las que el dominio romano puso en contacto a Palestina. Sociológicamente Jesucristo sería un artesano acomodado. Jesucristo seguramente estaba bien familiarizado con el Antiguo Testamento y sabía leer. La familiarización con el Antiguo Testamento, común entre los judíos, puede advertirse en las citas que hace de vez en cuando y que, es de suponer, hacía de memoria.
Una cosa muy importante para comprender a Jesucristo es no olvidarse nunca de que era judío. Aunque nos hayan vendido otra cosa, Él no vino a crear una religión nueva. Quería reformar los corazones pero dentro del marco del judaísmo. Aquí se puede equiparar a los grandes profetas bíblicos, que querían remover las conciencias y atacar unas estructuras que veían anquilosadas y se sentían en una comunicación especial con Dios. Jesucristo precisamente dijo: “No penséis que he venido a abolir la Ley y los profetas. No he venido a abolir sino a dar cumplimiento.”
Por tanto, para encuadrar bien la pregunta de quién fue Jesucristo, tendremos que empezar viendo cómo era el judaísmo del siglo I. Los judíos del siglo I compartían una serie de elementos comunes: monoteísmo estricto, respeto de la Ley de Moisés, práctica de la circuncisión como señal de la alianza divina… Pero más allá de ahí, estaban profundamente divididos. El historiador Flavio Josefo, que es la principal fuente para este período, menciona a los saduceos, los fariseos, los esenios y los zelotas como ramas en las que estaba dividido el judaísmo. Es probable que hubiese muchas otras facciones no recogidas por Josefo. Posiblemente éste sólo quisiera mostrar que el judaísmo no era un bloque monolítico y tampoco buscase establecer una enumeración exhaustiva de sus facciones. Por ejemplo, aunque sabemos que San Juan Bautista tuvo un grupo de seguidores que aún seguían activos dos décadas después de su muerte, para Josefo no resultaron lo suficientemente importantes como para incluirlos en su enumeración. Por otro lado, Josefo tampoco bajó hasta el detalle y así omitió las querellas entre dos grupos distintos de fariseos, la casa de Hillel y la de Shammai. En resumen, que probablemente había más sectas, grupúsculos y maestros de los que Josefo nos ha contado.
De los cuatro grupos de los que nos habla Josefo cabe decir lo siguiente: 1) Los saduceos eran el establishment sacerdotal. Era una élite con muchos intereses en el culto del Templo. Sólo aceptaban la Ley escrita y rechazaban los añadidos que los fariseos le querían hacer por vía de interpretación y de tradición. Tenían una actitud acomodaticia con el poder romano; 2) Los fariseos estaban más próximos al pueblo, al que enseñaban y guiaban en el cumplimiento de la Ley; 3) Los esenios eran una secta apocalíptica, obsesionada por la pureza. Habían optado por apartarse para no mancharse con la podredumbre social; 4) Los zelotas, incluidos aquí tal vez porque ni Josefo ni los propios judíos distinguían bien entre movimientos puramente religiosos y políticos. Los zelotas eran revolucionarios fanáticos opuestos al poder romano.
Podemos suponer que a Jesús le entró la crisis de los treinta (con la esperanza de vida existente entonces, la crisis de los cuarenta era un lujo que pocos se podían permitir) y decidió acudir a uno de los profetas autoproclamados que entonces abundaban en Palestina, San Juan Bautista.
San Juan Bautista debía de ser uno de esos telepredicadores que están permanentemente cabreados. Vivía como un asceta puritano. Pensaba que la sociedad estaba corrompida y que la gente debía convertirse, porque estaba próximo el día que Dios no aguantase más y diese un puñetazo en la mesa. San Juan Bautista debía de ser el típico fundamentalista que no compromete sus principios, así le cueste la cabeza, que fue lo que precisamente le ocurrió. Aunque un tipo iracundo, vestido con pieles y que se desayuna con langostas (de las del desierto, no de las fetén) no nos resulte muy atractivo, en aquellos tiempos San Juan Bautista arrasaba. Los tiempos de dislocación social son los mejores para este tipo de profetas. Además, frente a la religión organizada en torno al Templo, ofrecía una espiritualidad más al alcance de la gente, menos oficial, que llegaba más dentro. Ser bautizado por San Juan debía de ser una de esas experiencias que te marca. Te ibas al borde del desierto, estabas muerto de hambre y de pronto un energúmeno cogía, te medio ahogaba en un río y te decía que te convirtieses. Como para decir que no.
El judío normalito que era Jesucristo fue se bautizó y algo ahí dentro hizo click, porque se puso a predicar y acabó teniendo mucho más éxito que su padrino. Y aquí empiezan las preguntas: ¿Hasta que punto predicó Jesucristo lo mismo que predicaba San Juan Bautista y hasta dónde innovó? ¿Qué tipo de predicador era? ¿Realmente destacaba entre todos los profetas que circulaban por entonces en Palestina o era uno de más, sólo que tuvo la suerte de encontrarse con un san Pablo? ¿Verdaderamente se veía a sí mismo como el Mesías?


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