Revista Religión

¿Quién fue Jesucristo?

Por Tiburciosamsa


Hay partes del mensaje de Jesucristo que tienen su paralelo en San Juan Bautista. Él también compartía su opinión de que el final de los tiempos y la venida del Reino de Dios estaban cerca: “El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca: convertíos y creed en la Buena nueva”; “Id y proclamad que el Reino de los Cielos está cerca”. Más claro todavía: “En verdad os digo que hay algunos de los que están aquí que no probarán la muerte hasta que vean el Reino de Dios después de que haya venido con poder.” Dado que han pasado 2.000 años de aquello y sospechamos que todos los que oyeron esas palabras probaron la muerte, ahora se ha impuesto la lectura alegórica de esas palabras. Lo lamento, pero tomado literalmente (y no sé porqué tendríamos que pensar que aquí Jesucristo estaba hablando alegóricamente), Jesucristo está diciendo poco más o menos lo mismo que el escritor norteamericano Tim LaHaye, que está convencido de que es cuestión de un par de fines de semana que Dios suba a los cielos a los chicos buenos y os deje a todos los demás en la Tierra a aguantar el apocalipsis.
Al igual que el Bautista, Jesucristo pensaba que la suerte de los que se quedasen fuera no iba a ser demasiado afortunada: “…serán echados a las tinieblas de fuera; allí será el llanto y el rechinar de dientes.” Para no quedarse fuera es preciso una conversión profunda, una conversión de corazón, no un mero cambio de vida. “Convertíos porque el Reino de los Cielos ha llegado”. Uno tiene la sensación de que en este llamamiento a la conversión había una diferencia esencial entre Jesucristo y San Juan Bautista. Jesucristo enfatizaba más el lado amoroso. Dios te ama, responde a su amor, mientras que San Juan Bautista prefería el lado punitivo: “Pecador, como no te conviertas, Dios mandará una legión de ángeles a que te den collejas.” Pero bueno, Jesucristo también sabía utilizar el lado punitivo si hacía falta: “El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca, arrepentíos.” No sé porqué me parece que la frase está como incompleta, que había algo más, algo que Jesucristo tenía en la cabeza y no terminó de decir: “arrepentíos, porque si no…”
Una de las partes más bonitas del mensaje de Jesucristo es la que se refiere al Reino de Dios. Es una parte que me recuerda mucho a la visión de Isaías del león y el cordero paciendo juntos y el banquero y el deshauciado dándose besitos. Así, el Reino de Dios es como un grano de mostaza que crece hasta convertirse en un árbol frondoso a cuyas ramas vienen los pájaros en busca de sombra. Es un sitio al que sólo se entra si se tiene el corazón de un niño. Ese predicador amable e irénico es también el de las bienaventuranzas y el del Padrenuestro.
¿Cómo conjugar entonces todo ese buen rollito con frases como “no he venido a traer la paz sino la espada” o con el episodio de la expulsión de los mercaderes del Templo? Aunque nos cueste reconocerlo, el mensaje de Jesucristo está muy permeado de “el que no está conmigo, está contra mí”. No recuerdo dónde leí una teoría muy seductora que trataba de conjugar ambos Jesucristos, el irénico y el conflictivo: tras su conversión, al inicio de su predicación, Jesucristo habría ido más de buen rollito. El lado más conflictivo habría venido luego, cuando se encontró con que fariseos y saduceos eran impermeables a su mensaje. Los evangelios y los Hechos de los Apóstoles dan pie para pensar que fariseos y saduceos no se limitaron a no seguir a Jesucristo, sino que debió de haber episodios de acoso directo a sus seguidores. No olvidemos el autorretrato que San Pablo hace de sí mismo: un fariseo que se dedicaba a perseguir a los seguidores de Jesucristo. Así pues, el Jesucristo pendenciero del episodio del Templo habría sido el Jesucristo del final, el Jesucristo que estaba un poco amargado por el trato al que le tenían sometido sus adversarios.
¿Era Jesucristo entonces un revolucionario al tipo del Ché Guevara? Jesucristo tenía bastante en común con los fariseos, que veían con recelo a la religión institucionalizada liderada por los saduceos y estaban más próximos al pueblo, cuyas necesidades espirituales atendían. Había fariseos obsesionados por la Ley y la pureza, con los que Jesucristo estaba siempre a la gresca, pero había otros con los que seguramente se entendía mejor.
El Talmud cuenta la siguiente historia: un gentil fue a Shammai, un famoso fariseo de aquellos tiempos, y le pidió que le enseñase toda la Torah mientras estaba apoyándose sobre un solo pie. Shammai le respondió que se fuese a vacilarle a su abuela. El gentil, que además de un poco berzas debía de ser inasequible al desaliento, fue a Hillel, que era otro famoso maestro fariseo. Hillel le respondió: “Lo que no quieras que te hagan, no se lo hagas a tu hermano. Esto es toda la Torah. Todo lo demás es comentario. Ahora ve y estudia.” Esta anécdota recuerda a lo que dijo Jesucristo en San Mateo 7,12: “Todo lo que queráis que hagan los hombres con vosotros, hacedlo también vosotros con ellos: Esta es la Ley y los Profetas.” Esto muestra que la división entre Jesucristo y los fariseos no era tan tajante como normalmente nos creemos. Los evangelios nos hablan positivamente del fariseo Nicodemo y nos describen a Jesucristo en cierta ocasión invitado a comer en casa de un fariseo. Es de suponer que no serían episodios aislados.
Seguramente Jesucristo tuvo agarradas fuertes con algunos fariseos y la versión de que algunos fariseos conspiraron con los saduceos para que fuese condenado, sea cierta. Todo aquello, sumado a la persecución de los primeros cristianos por los fariseos, dejaría un poso de amargura muy fuerte, que hace que si uno lee los evangelios a la carrera salga con la impresión de que todos los fariseos eran unos cabronazos de mucho cuidado que le hicieron la vida imposible a Jesucristo.
Aunque Jesucristo pudiera tener puntos de conexión con muchos fariseos, es bastante lo que le separaba de ellos. Los puntos más significativos en los que se separaba de ellos eran: 1) Jesucristo no consideraba sacrosanta la Ley y atemperaba su cumplimiento con consideraciones de caridad; 2) A Jesucristo no le preocupaban las consideraciones de pureza ritual; 3) Fruto de lo anterior es que a Jesucristo no le importaba codearse con sectores de la población que a muchos fariseos los habrían rechinado, como las prostitutas, los publicanos o los samaritanos.
Volviendo a la pregunta de si Jesucristo era un revolucionario, en el contexto judío se le vería seguramente como un reformador un poco extremista. Lo que más chocaría sería la universalidad de su mensaje, su apertura a judíos y gentiles, a prostitutas, publicanos, pescadores y cualquiera que se le acercase. El mensaje de Jesucristo era básicamente espiritual, no político. Abogaba por una conversión interna. No parece que la ocupación romana le quitase el sueño ni que propugnase un levantamiento popular para echar a los romanos.
Pero ojo, para los judíos del siglo I lo religioso y lo político iban muy unidos. Que el mensaje de Jesucristo no fuese político desde nuestro punto de vista, no implica que tampoco lo fuese para sus coetáneos. Y aquí entra el famoso episodio del Templo, que fue el desencadenante que llevó a su procesamiento y ejecución. Los saduceos tuvieron toda la razón del mundo al ver el incidente como un acto de contenido político que podía poner en peligro sus privilegios cultuales. Es este episodio el único en el que Jesucristo parece un Che Guevara. Los evangelios lo colocan al final de su ministerio y lo más probable es que la ubicación cronológica sea exacta. Estaría en línea con la idea que me he hecho y que creo que es correcta de un Jesucristo que fue sintiéndose más y más exacerbado a medida que pasaba el tiempo y la oposición, por no decir la enemistad, contra él crecía.
Podemos imaginarnos a Jesucristo como a un maestro peripatético, cuyos recorridos solían circunscribirse siempre a la misma región. Habitualmente iría seguido por unos cuantos habituales y en cada lugar tendría discípulos que le esperaban. Debió de ser un gran maestro. Los dichos suyos que recogen los evangelios son inspiradores. A mí la hipótesis defendida por bastantes estudiosos de que existió un documento Q, que simplemente recogía dichos de Jesucristo y que fue utilizada por San Mateo y San Lucas al escribir sus evangelios, me parece convincente.
Es tradicional insistir mucho en la manera que Jesucristo tenía de enseñar mediante parábolas. Un autor leí que en su entusiasmo por las parábolas de Jesucristo le encontraba un aire a maestro zen. Sí, y en la Última Cena pidió sushi. Las parábolas de Jesucristo son muy bellas, pero resulta erróneo verlas como algo excepcional. La parábola era un recurso común en el judaísmo. La Mishnah recoge muchas parábolas. Cierto que fue escrita unos doscientos años después de Jesucristo, pero seguramente recogió parábolas que llevaban mucho tiempo circulando en forma oral. Además, el uso de la narración alegórica ya existe en el Antiguo Testamento, aunque tal vez no tan desarrollado como posteriormente en Jesucristo y la Mishnah. En resumen, el uso de parábolas en su enseñanza no muestra la excepcionalidad de Jesucristo, sino lo enraizado que estaba en el judaísmo de su tiempo.
Un aspecto del que hay que hablar es de los milagros de Jesucristo. Ya sé que la tendencia actual es el escepticismo, negar que Jesucristo hiciera milagros. Sin embargo, me cuesta creer que le crearan esa fama de taumaturgo sin que hubiera nada detrás. En el Mundo Antiguo, y Palestina no era una excepción, no eran raros los hacedores de milagros. Josefo cuenta sobre un exorcista llamado Eleazar que expulsaba demonios mediante un anillo inscrito con el sello de Salomón. También Josefo y el Talmud mencionan a un tal Hanina ben Dosa, que curaba mediante la oración. Como vemos, un Jesucristo hacedor de milagros hubiera encontrado toda una tradición en la que insertarse.
¿Cuán exitoso fue Jesucristo? Si atendemos a los evangelios, en cada sitio le seguían multitudes. El historiador Flavio Josefo habla de Él y dice que “atrajo a muchos de los judíos y a muchos de los gentiles”. Interesante, por desgracia los estudiosos no están de acuerdo en si ese párrafo lo escribió realmente Josefo o es una interpolación posterior. En mi opinión, si los saduceos y algunos fariseos se tomaron la molestia de forzar a los romanos a que lo ejecutaran, es que le veían como una amenaza. Un iluminado al que siguen dos pringados y que un día te derriba las mesas de los cambistas en el Templo, te puede mosquear. Un profeta carismático con un buen número de seguidores acérrimos es harina de otro costal.
Termino con una cuestión peliaguda: ¿de verdad creían sus discípulos que era el Mesías? Necesidades teológicas y de rivalidad con el judaísmo han llevado a la tradición cristiana a enfatizar la excepcionalidad de Jesucristo y uno de los puntos en los que más la han enfatizado ha sido en el tema de su condición de Mesías. Lo cierto es que en la Palestina del siglo I había más Mesías que habitantes.
En tiempos de Jesucristo una parte importante de la población judía esperaba la llegada inminente del Mesías. En lo que discrepaban era en su naturaleza concreta. Unos esperaban un Mesías político que expulsase a los romanos y restaurase la monarquía davidiana, otros un ser suprahumano que instaurase el Reino de Dios, y entre esas dos posturas había todo un elenco de posibilidades. En este contexto, no es de extrañar que algunos pudieran considerar que Jesucristo era el Mesías. De hecho Jesucristo no es el único que se atribuyó o al que atribuyeron el título de Mesías en aquellos tiempos. Los propios Hechos de los Apóstoles hablan de un tal Theudas que afirmaba ser alguien. Otro que tal baila y al que se menciona brevísimamente en los Hechos es Menahem hijo de Judas el Galileo. Pero el más destacado de estos Mesías que mencionan los Hechos fue un tal Simón: “En la ciudad había ya de tiempo atrás un hombre llamado Simón que practicaba la magia y tenía atónito al pueblo de Samaria y decía que él era algo grande. Y todos, desde el menor hasta el mayor, le prestaban atención y decían: «Este es la Potencia de Dios llamada la Grande.» Le prestaban atención porque les había tenido atónitos por mucho tiempo con sus artes mágicas.” Fuentes no testamentarias confirman que este pájaro decía de sí mismo: “Soy la palabra de Dios, soy el que consuela, soy el todopoderoso, soy todo lo que hay de Dios.”
En resumen, creo que imaginarse quién fue Jesucristo es posible, a condición de que nunca nos olvidemos de su condición de judío y de hijo de su tiempo. Jesucristo fue un gran maestro, con vínculos menos hostiles con el conjunto del  fariseísmo de lo que nos pensamos, que quiso renovar el judaísmo y que se quedaría pasmado si bajase a la tierra y viese lo que en el Vaticano se ha montado en su nombre.


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