Revista Deportes
Por El ZubiRecuerdo aquella Plaza de Toros que tenía Lucena (Córdoba), donde yo iba desde muy pequeño. Mi padre nos llevaba a mis hermanos y a mí a los toros. En esa plaza ya destruida por la piqueta, nació la afición y la pasión que ahora siento por la Fiesta de los Toros. La última vez que pisé su ruedo fue hace treinta años, cuando ya estaba prácticamente en ruinas, y entré en ella como alumno de la autoescuela en la que me estaba sacando el carnet de conducir, pues el ruedo se utilizaba de pista para las prácticas de conducir. Allí aprendimos muchas personas a aparcar y a hacer la rampa. Recuerdo perfectamente aquella placita de toros de mi pueblo. Era bonita, pequeña, acogedora y singular. Cerca de la entrada, en el pasillo interior en donde desembocaban los vomitorios de las gradas y tribunas, había colocada una placa de mármol, de homenaje al único matador de toros que ha dado Lucena, Francisco López Parejo “Parejito”, muerto en 1932 a consecuencia de una cornada en el vientre, en un espectáculo taurino en Jaén, donde resultó cogido dos años antes de su muerte. Sólo Dios sabe que habrá sido de esa placa de mármol. Lo único cierto es que ya no existe ni plaza ni placa.Fue en 1992, con motivo de la Expo de Sevilla, cuando volví a recordar a esta entrañable plaza, con motivo de una exposición organizada por la Consejería de Obras Públicas y Transportes de la Junta de Andalucía, sobre Plazas de Toros singulares de España. En esta exposición se recogía la historia urbanística y arquitectónica de 52 plazas de toros singulares de España. Y miren ustedes por donde, entre esas 52 se encontraba la de Lucena. Al verla reflejada en esa exposición, confieso que sentí una emoción indescriptible, porque se me agolparon multitud de recuerdos en mi cabeza en milésimas de segundos y también una vergüenza enorme de que alguien se diera cuenta de que yo era de Lucena, pues la historia de su demolición es para que a todo el pueblo se le cayera la cara de vergüenza. A esa plaza que veía en esos planos y fotografías, me llevó mi padre de pequeño infinidad de veces, y vi torear allí muchos espectáculos del Bombero Torero, y ya siendo un chaval llegué a ver a Manuel Benítez “El Cordobés” cuando aún era novillero. Si dudarlo un momento conseguí el catálogo de la exposición. Un extraordinario libro elaborado por Gonzalo Díaz-Y. Recasens, catedrático de Proyectos Arquitectónicos de la E.T.S.A. (Sevilla). Por esta exposición y libro supe que este coso de Lucena fue construido a finales del siglo XIX, sobre un edificio de planta rectangular, con un frontal de viviendas y dependencias de dos plantas donde estaba la puerta principal de acceso al ruedo. Era de forma poligonal, de dieciséis lados, y no tenía barrera, sino una contrabarrera de piedra y sillares, en la que había cinco o seis burladeros de madera. Las dependencias de la plaza estaban ubicadas en las cuatro esquinas de su planta: las cuadras, patio de caballos, desolladero, enfermería, toriles y chiqueros que daban directamente al ruedo. Tenía sus tendidos, y gradas con balconadas sólo en la zona de sombra, que estaban cubiertas de tejadillos y tenían unos ventanucos con postigos que daban al exterior justo a la puerta principal de acceso al recinto. El ruedo era de 51,50 metros cuadrados y los tendidos de gradas eran muy cómodos, con un ancho de 9,50 metros y una altura máxima de 5 metros. Su aforo era para 5.500 personas. Una lástima que la indolencia de esta ciudad permitiera su demolición, pero Lucena es así. Hoy en día el solar donde estaba ubicada esta singular plaza de toros, está ocupado por un disco-pub de verano llamado “El Ruedo” (¡qué sarcasmo!). Ahora un grupo de empresarios y aficionados lucentinos, aupados por el Ayuntamiento de la ciudad, han construido una bellísima, moderna y funcional Plaza de Toros, diseñada por el arquitecto Juan González Prieto, que parece ser ha devuelto la honra taurina a Lucena. En todo caso Lucena no tendrá más esa bonita plaza de toros antigua donde mi padre me llevaba de chico a ver al Torero Bombero, y nuestros hijos sabrán que era muy singular su arquitectura, por ese libro que publicó la Junta en 1992. Una triste guasa, ...no me digan.