Por El Zubi
Desde hace muchos años, estuve yendo a Jerez a ver torear a Curro y a Paula, en comunión de dos entrañables amigos sevillanos, que comparten conmigo además de una buena amistad, una pasión común por el maestro de Camas. Se llaman Pepe Castro y Antonio de las Heras. Con ellos dos, descubrí varios placeres que eran tangenciales a Curro y a la Fiesta de los Toros. Me refiero a la buena mesa y a la buena sobremesa. Nosotros siempre nos íbamos para Jerez a la una del mediodía. Siempre íbamos a comer al mejor restaurante o de Jerez o del Puerto de Santa María. Comer bien era fundamental antes de ir a ver a Curro, y lo sigue siendo para ver una buena corrida de toros. En realidad comer bien es fundamental en cualquier circunstancia o lugar de la vida. Para pasar fatigas es mejor quedarse en su casa de uno. Así que puestos en carretera, es importante tratar bien al estómago. Aquel día en el Puerto de Santa María, después de una buena comida, tuvimos una agradable y tranquila sobremesa, con copa y un buen puro habano aderezado todo con una agradable conversación taurina que giró en torno a los pronósticos sobre la actuación que iba a tener ese día el viejo maestro. Tras este disfrute terrenal nos fuimos con tiempo de sobra a Jerez. Aparcamos bien el coche y dimos un paseo tranquilo por el ferial. Saludamos a amigos y conocidos con los que nos tomamos una copa y después... a la plaza.
Aquel 18 de mayo del año 2000, Curro cortó tres orejas y un rabo en Jerez, algo fuera de lo común, así que imaginen ustedes cuantísimo arte se destapó esa tarde en aquel albero. Fue la tarde en la que Rafael de Paula se arrancó la coleta, al no poder matar ninguno de sus toros por la invalidez que tiene en las rodillas, pero el jerezano sin embargo toreó de maravilla a ambos toros de su lote con el capote y la muleta. Sonó esa “música callada del toreo” de la que el poeta José Bergamin nos habla en su libro, del mismo nombre (“La Música callada del toreo”), dedicado precisamente al torero jerezano. Y por último, Finito de Córdoba estuvo sensacional, cortándole una oreja a cada uno de sus toros. La corrida fue muy emotiva, no sólo por la locura y el derroche de arte inmenso de Curro, sino por el gesto de Paula y el buen hacer de Finito. Aquella tarde en Jerez, los relojes se pararon a las siete de la tarde, y el maestro Curro Romero nos sorprendió de nuevo a todos reinventando de nuevo el toreo. Volvió a crear el temple, el ritmo, el son, la lentitud y el sentimiento puro del arte de torear. Sin duda, aquella faena la llevaba el maestro en el corazón o fue tal vez que Dios ese día bajo a merendar a Jerez de la Frontera un chocolate con churros, le picó el gusanillo de torear un poco al ver en los carteles a Curro y se dijo: ¡ea….hoy voy a torear un poquito!...y se reencarnó en Curro durante un par de horas. Lo cierto es que hizo una faena de embrujo con la que Curro detuvo el tiempo en Jerez de la Frontera.Los tres amigos que allí fuimos acabamos la corrida muy nerviosos y estresados, pues vivimos en pocas horas una serie de emociones muy fuertes. Nos volvimos después a Sevilla nada más terminar el espectáculo. Llegamos a las diez menos cuarto de la noche o así. Nos disponíamos ya a despedirnos y coger cada uno su coche para regresar a nuestras respectivas casas, y mi amigo Antonio de las Heras nos dice a Pepe y a mí: “¿oye no tenéis hambre? yo estoy ‘desmayao’”. Estábamos en la plaza de Cuba en la puerta del restaurante “José Luis” y nos dijimos: “pues mira vamos a tomarnos unas cervecitas, y nos relajamos un poco, porque es temprano y experiencias como la de hoy se viven pocas veces”. Total que... entramos en aquel establecimiento. He de decir que mi amigo Antonio es un especialista en las máquinas tragaperras. Mientras que Pepe Castro y yo soñábamos en la barra de aquel bar, con medias verónicas, trincherillas, desplantes, pases de pecho y naturales con la izquierda, nuestro amigo Antonio estaba “ordeñando” a la maquinita tragaperras, a la que logró sacarle en pocos minutos unas 20.000 pesetas. ¡Dios es grande!.
Estaba claro que ese día los hados estaban con nosotros... ¿Qué hacer con ese dinero?, pues comer y beber hasta que se terminó y después nos fuimos “cada mochuelo a su olivo” aproximadamente cuatro horas más tarde.De tal forma que eran las dos de la madrugada ya del 19 de mayo, cuando me estaba metiendo en la cama como una serpiente, con gran sigilo para no molestar a mi mujer, y de pronto sentí esa sensación de santa felicidad, de inmensa calma, como si estuviera en “gracias de Dios” y “levitara”, teniendo conciencia de haber disfrutado una barbaridad, con mis amigos, con los toros, comiendo, bebiendo, y viendo torear de verdad a Curro, a Paula y a Finito. Y antes de que Morfeo me envolviera con su manto dulce de tibieza y me transportara al País de los Sueños, pensé que la felicidad es muy barata. Que basta con tener buenos amigos, elegir alguna pasión con la que ilusionarse y tener unas pocas pesetas en los bolsillos, para poder acceder a la plena felicidad. Claro que nosotros ese día tuvimos suerte. Tal vez Dios ese día quería torear y bajó de los cielos a merendar en Jerez y de paso se encarnó en Curro Romero y deseo torear un rato, y por eso se lió el taco que se lió en Jerez. Qué se yo… Semanas después, el cantaor “El Turronero” le cantó aquella soleá que decía así:“Romero, Romero, Romero,cuando hace el paseillo,qué temple y qué majestad,que hasta el albero se quejacantando por soleá...Los arcos de la Mestranza al tendío le comentan:los lances que pega Currosaben a limón y menta.Si algún día te vas del torotós moriremos de penarecordando aquella tardecon aquel toro de Domecqen Jerez de la Frontera”. Les comento esta corrida de Jerez con tanto detalle para que vean como tras una afición o un sentimiento como el “currismo” se puede acceder a otras esferas de la vida como la amistad, el hedonismo por el disfrute del buen comer y beber, y a la felicidad auténtica de sentirse absolutamente bien y libre. Sobre todo a la felicidad, porque yo tengo que manifestar que le tengo una gratitud enorme a Curro Romero, primero porque he sido muy feliz viéndolo torear, pero es que además gracias a su sentido del toreo, he encontrado el camino de la amistad, de la verdad y de lo auténtico.
Quiero además contarles como a través de esta profesión de periodista y de esta afición por la Fiesta, he encontrado uno de los más valiosos tesoros que un ser humano puede tener: la amistad. Por un lado desde que en el año 1989 saliera en Córdoba la revista taurina “La Montera” no he dejado de escribir y publicar artículos taurinos y esto me ha servido para entrar en la amplia familia taurina de la ciudad de Los Califas y hacer grandes y profundas amistades con buenos aficionados de allí. Escribir de toros, es como la “guinda de la tarta” en mi profesión. Por otro lado me dio desde entonces el gusto de escribir conferencias cada año sobre la Fiesta y esto me ha permitido conocer por toda España a personas extraordinarias, como ustedes, que comparten conmigo una gran amistad y una pasión común que es la Fiesta de los Toros. Hace tiempo un buen amigo mío de Lucena, que se llama Javier Gómez Molero, que ahora vive en Bruselas, me dijo que con el tiempo “yo me había convertido en un coleccionista de amigos”, algo que es cierto pero que hasta ese momento yo no había observado. Yo tengo afición de coleccionar algunas cosas: radios antiguas, periódicos y revistas de eventos muy señalados, etc... Pero con el paso de los años me he convertido en un coleccionista de amigos. Una actividad que produce satisfacción pero que mezclada con los Toros es aún mayor, y si además estaba por medio Curro Romero y el “currismo”, la amistad y la satisfacción se multiplican por mil. Y eso es lo que le está ocurriendo a mi vida, que a veces me da miedo ser tan feliz con lo que tengo.