Revista Pareja

Resiliente o neurótico: ¿quién eres tú?

Por Cristina Lago @CrisMalago

soportar dolor

Al mal tiempo, buena cara. La resiliencia es un término  que define la capacidad humana de asumir con flexibilidad situaciones límite y sobreponerse a ellas. ¿Qué diferencia a las personas resilientes de las personas que no lo son? ¿Cómo desarrollar esta habilidad? 

Llegué por el dolor a la alegría, decía el poema de José Hierro: a menudo podemos ver casos de personas que enfrentadas a circunstancias desesperadas o acontecimientos traumáticos sacan fuerzas de flaqueza y los convierten en su motor para evolucionar y valorar la vida. Son nuestros particulares cuentos de hadas de la superación personal.

Pero, bajando al planeta  Tierra, lo cierto es que la mayoría de las personas no pasaremos por sucesos tan extremos y a pesar de lo inspirador de las gestas de estos héroes existenciales, se nos quedan lejos, muy lejos, cuando estamos hechos trizas por avatares mucho menos épicos.

Y sin embargo, la calidad del sufrimiento no entiende de grande o pequeño. De inicio, nada ni nadie nos equipa para entender el dolor ni para saber cómo demonios se sobrevive a ello. Leemos libros, escuchamos canciones lastimeras, buscamos desesperadamente algo o a alguien que cubra ese espacio súbitamente vacío para constatar que el único camino para salir de este agujero negro lo tenemos que construir nosotros.

¿Qué pasa cuando no soportamos el dolor? ¿Qué sucede cuando huimos?

El caso de A. es un ejemplo ilustrativo de lo que sucede cuando no asumimos el dolor. Hace diez años, la pareja de A. le dejó por otra persona. En lugar de darse tiempo a hacer un duelo, A. se dedicó a ir de relación en relación huyendo del vacío de esa pérdida y esperando que un día llegase ese amor ideal que le sacase de ese carrusel desesperado en el que le había dejado la primera ruptura.

Hace ocho meses, A. encontró lo que buscaba. Se enamoró por fin de P. una chica que acababa de dejarlo con su pareja y sintió revivir de nuevo todas aquellas emociones anestesiadas que llevaba arrastrando diez años. Se volcó con ella y su vida cobró sentido con este nuevo amor que le demostraba que el problema no era él, sino que no había encontrado hasta ahora a la persona adecuada. Perdió el centro, empezó a agobiar a P. y ella acabó por pedir un tiempo, alegando agobio. Finalmente la relación se rompió. En la actualidad, A. está viviendo un duelo con diez años de retraso…sumado al de todos los demás clavos que fue dejando por el camino.

Si en su momento A. hubiese dedicado tiempo a recuperarse y a superar la primera relación, en lugar de escapar del dolor disfrazándolo con un parche tras otro, habría podido desarrollar la resiliencia.

En cambio, se había convertido en una persona neurótica que se tropezaba una y otra vez con la misma piedra preguntándose qué era lo que estaba haciendo mal.

La diferencia entre una persona resiliente y una persona neurótica, está en la fuerza interior. Si te enfrentas al dolor, te haces fuerte; si huyes de él, te vuelves débil.

Escapar de las emociones que consideramos negativas nos convierte en seres débiles que se tapian emocionalmente para no exponerse y finalmente acaban por desvincularse de lo que son y lo que sienten, funcionando únicamente en base a lo que creen que necesitan.

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¿Podemos cultivar la resiliencia?

Todo el mundo debería estar emocionalmente equipado para enfrentar el sufrimiento, ya que es la base para lograr la madurez. Puede que hayamos sepultado nuestros viejos dolores bajo cien capas de neurosis, pero el dolor que se evade no desaparece: permanece latente y nos va llevando por un camino en el que tarde o temprano, vamos a volver a encontrarlo.

Puede que hayas tocado fondo y ya no te queden fuerzas para seguir intentándolo. Enhorabuena: estás en el mejor momento para empezar a desarrollar tus recursos de resiliencia.

El primer requisito es dejar de responsabilizar a los demás de nuestras elecciones y nuestras acciones. Somos seres autónomos, con capacidad de decisión y observación y debemos asumir que nuestra vida es un reflejo de nosotros, no de otros. En el momento en que dejamos de ser las víctimas del malvado azar y empezamos a hacernos dueños y señores de nuestras existencias, damos el primer y gigantesco paso para ser verdaderamente fuertes.

El segundo requisito es el estudio. Como en todo aprendizaje, hay una parte teórica y una parte práctica. Buscar información sobre lo que nos sucede y porqué nos sucede, analizarse uno mismo en soledad, examinar las diversas experiencias que nos han llevado a este punto…son los básicos para crear nuestras primeras herramientas resilientes.

Tener una meta, un sentido de existir, es esencial para salir adelante incluso en los peores momentos. ¿No sabes qué quieres ni adónde vas? No hay prisa. Estás en un momento idóneo para irlo descubriendo. De momento no sabemos qué va a salir de este huevo, así que no te apures y concéntrate tan sólo en la tarea de romperlo. ¿Un buen consejo? Si no estás seguro/a de lo que te apetece ser o hacer, prueba simplemente con cosas diversas que te llamen la atención. Poco a poco, irás viendo pistas que te conduzcan a donde quieres llegar.

Cultiva la fe: todas las personas tenemos pensamientos que nos limitan (y que provienen del miedo al cambio) y pensamientos que nos estimulan (y que provienen de la necesidad de un cambio). Si hay contradicción en nuestra cabeza, nuestras emociones nos indicarán siempre un camino claro. ¿Sientes entusiasmo, pasión o interés por algo en particular? Deja los pensamientos a un lado y sigue ese rastro. Aunque no sea lo que buscabas, vivirlo te llevará a lugares nuevos. Si no te mueves, no pasará absolutemente nada.

Cuando parezca oscuro, deprimente y sin esperanzas, es tu actitud la que marcará la diferencia. ¿Quieres ser el héroe de tu vida? Pues empieza por mirarla cara a cara.

 


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