Es cierto que desde que empecé con el blog, me fijo en más detalles a la hora de salir a comer a algún restaurante. Cosa que por otra parte es un incordio por aquello de "ojos que no ven", aunque también me permite desahogarme si el trato ha sido tan malo que me siento engañado. Pero no todas las experiencias tienen por que ser negativas. De vez en cuando me encuentro con cosas muy positivas. Y realmente es ahí cuando más se disfruta de la comida. Un trato exquisito, una comida excelente, buena compañía y precio justo, es una combinación que vayamos donde vayamos, siempre triunfa. En esta ocasión, la cena fue en el Restaurante Entrecolycol de Alfonso Egea. Un pequeño, moderno y a su vez acogedor restaurante donde nuestra mesa de doce comensales practicamente abarcaba dos tercios de la sala. Una larga barra iluminada con leds azules, casi más lila, a modo de botellero y el predominio del blanco combinado con gris, terminaban de darle el toque de modernidad que trasmiten en sus platos. Aunque lo realmente expectacular es el exterior, una fachada de diez metros de cristal iluminado de nuevo con unas luces verticales multicolores que no pasa desapercibida, sobretodo por la noche.He de reconocer que no es la primera vez que iba, y con resultados dispares. Un día estuvimos cenando en la barra y salimos francamente contentos. En otra ocasión en la que el restaurante estaba completamente vacío y sin aparentes reservas, nos sentaron en la, a nuestro parecer, peor mesa. Al pedir que nos cambiaran de sitio, la camarera se negó con buenas palabra. Con lo que no nos quedó más remedio que levantarnos e irnos. Creo que ese día querían cerrar pronto. La cuestión es que fuimos un grupo numeroso para las dimensiones del restaurante y por no complicar, ni complicarnos mucho, la organizadora del evento pidió un menú cerrado a precio asequible a todos los bolsillos. Nos sentamos en una mesa cuadrada donde la mitad de las sillas eran sin respaldo, bancos que habitualmente estan pegados a la pared, pero que desplazaron para la ocasión. Es una cosa que no me gusta nada, pero que se le va a hacer. Enseguida vino un camarero a tomar nota de las bebidas. No era nada simpatico, pero si muy correcto. Al fín y al cabo había venido a trabajar, no a cenar con nosotros. Traía una mousse de atún para que nos entretuviéramos untando en pan tostado, mientras llegaban los últimos comensales. La espera no fue larga, así que enseguida llegaron al mismo tiempo las bebidas y los últimos comensales. Ya podíamos empezar con la cena. Tras la mousse, sirvieron un paté casero, acompañado de pepinillos, sal y pimienta y tras este, de una manera ininterrumpida y con la cadencia justa para no agobiarnos con muchos platos en la mesa, ni con parones eternos entre plato y plato, fueron trayendo una ensalada con bonito y anchoas, una brocheta de pulpo sobre una espuma de patata aliñado por unos ajos fritos y un aceite con pimentón. Por ahora todo estaba de maravilla. Una perfecta interpretación de la cocina tradicional sin olvidar ese toque de modernidad o reinterpretación, que caracteriza la cocina de Alfonso Egea. El pulpo merece la pena.La cosa iba "in crescendo", no iba a ser fácil llevar este ritmo. Y así fue. A continuación vino el turno de las croquetas. Sirvieron tres de las que destacaban las de morcilla, y las de gambas. Es cierto que estaban ricas, pero después del pulpo, sabían a poco. Como había un alérgico al marisco. En lugar de la croqueta de gambas, trajeron unos buñuelos de bacalao y como alternativa al pulpo, su bikini, un suave sandwich de queso brie y una crema de trufa. Se perdía el rico pulpo, pero en parte compensaba. La ensalada con bonito, el pulpo al horno. -¿Que falta?- Efectivamente, los caballitos. Una reinterpretación del caballito. No me sorprendió tanto como el de La Salica, pero la combinación con la ensalada de encurtidos era original. El pobre alérgico se encontró con una pequeña ración de jamón y queso que compartió con el resto de los presentes. Pero lo mejor aún estaba por llegar. Unas láminas de alcachofas perfumadas con trufa y coronadas por unas lascas de jamón que sudaban al calor de las alcachofas, realizando una perfecta sinfonía de sabores. Es un plato donde las alcachofas están más sabrosas que el propio jamón. -¡Sorprendente y difícil de olvidar! La conversación fluía y nuestros vasos siempre estaban llenos, ahora de cerveza, ahora de vino. Todo eran elogios para la cena que llegaba a su punto final cuando nos sirvieron el último plato. O al menos eso es lo que creíamos. Una coca de verduras donde los pimientos, cebollas, calabacín, berengenas y anchoas, apenas dejaban ver la rica masa. -¡Que delicia de coca! Cuando ya el presidente había sacado el segundo pañuelos y nos veíamos incapaces de dar buena cuenta de toda la coca. Y no fue por falta de ganas. Nos volvieron a sorprender con sus hamburguesas gourmet. A simple vista eran unas mini-hamburguesas de lo más normal, pero con el primer bocado, pasaron a ser las mejores mini-hamburguesas que recuerde. Y eso que las tomamos con el estomago sacando bandera blanca y pidiendo cuartel. Estaba siendo una noche perfecta. Hasta el vino, un Lavia de Bullas nos sabía a Ambrosía. Con el postre llegábamos al ocaso de la cena. En el menú venía una crema de queso, aunque antes habíamos visto y pedido probar sus afamadas gachas con arrope, calabazate y costrones de pan que pegan en estas fechas de difuntos y ánimas. Pero la realidad fue que ni ellos se acordaron de traerlas, ni nosotros teníamos capacidad para probarlas, por lo que creo que ya tenemos una excusa para volver, aunque sospecho que no volverá a ser lo mismo. Solo faltaba el café, la cuenta y si no es muy disparatada una ola.Parecía mentira. Aunque sabía que el precio estaba cerrado, es cierto que con una sola bebida por comensal. Al traer la cuenta nos cobraron lo pactado sin añadir un solo euro de más y eso que, sin abusar, habíamos tomado más de una copa de vino. Por lo que haciendo balance de la noche de autos, cenamos mucho, cenamos bien, nos atendieron divinamente, la compañía era difícil de mejorar y el precio sorprendente. Siempre se ha comido bien aquí. Las críticas desiguales venían por la cuestión económica. Pero que solamente pueda decir que algunas sillas sean sin respaldo, que por cierto no me tocaron a mí, y que no probamos las gachas como lo único anecdótico de la noche, deja a Entrecolycol, en mi modesta opinión, en lo más alto de la gastronomía murciana. Al presidente no le quedó más remedio que conceder las dos orejas y el rabo mientras felicitaba a la organizadora de la velada por tan buena elección.Entrecolycol está en la Calle Alfonso X el Sabio número 14 de Murcia, en la calle que va hacía la salida del parking y el teléfono para reservar en 968 97 44 20.