Hace tiempo que habíamos oído hablar de este restaurante de Espinardo, pero ahí quedaba todo. Sabíamos de su existencia, que era un antiguo molino de pimentón restaurado y poco más. No habíamos hablado con nadie que hubiera ido a comer allí. Por lo que no sabíamos si se comía bien, mal o regular. Ni siquiera que tipo de comida servían. Llegamos al restaurante al medio día y tras subir unos escalones o una rampa alternativa que rompe las barreras arquitectónicas, entramos en el viejo molino. La primera impresión fue más que positiva. Merece la pena ir, aunque solamente sea para ver el molino, con la armoniosidad con la que ha sido restaurado este centenario edificio. Han conseguido transformar el local a restaurante sin apenas quitarle su esencia original. Una sala amplia de techos altos y presidida por las viejas torvas donde cohabitan a la perfección el suelo primitivo desgastado por el paso del tiempo, con unas lamparas de diseño. Una pequeña barra para preparar los aperitivos y una gran pizarra que anuncia las especialidades completan el sencillo diseño de la sala. Sorprende ver el buen gusto con el que cuidan los detalles.
Enseguida nos ubicaron en nuestra mesa, preparada con los aperitivos de la casa. Mientras traían las bebidas que habíamos pedido, pudimos echar un vistazo a la carta y ver el tipo de cocina que íbamos a tomar. -Esto si que era ir a la aventura.
Los aperitivos de la casa no son nada convencionales, unos kikos garrapiñados y unas chips de plátano. Originales y ricos. La cosa promete. La carta va acorde con el tipo de local, una cocina de autor que no olvida las raíces tradicionales pero que no pierde la oportunidad de hacer guiños a la cocina internacional con perfectas fusiones. Quizás sea en los entrantes donde muestran más atrevimiento, cosa que debo confesar no supimos aprovechar al cien por cien. Éramos un grupo muy heterogéneo, por lo que a la hora de pedir los platos al centro, fuimos conservadores de más. Arrancamos con un plato de jamón con parmesano. Productos de primera calidad, pero que, para mi gusto, ocupaban el lugar de otros entrantes más elaborados. También probamos sus caballitos. Servidos en vaso y acompañados de un helado de cerveza. - ¿Que murciano podría decir que no a un plato así? - Supongo que solamente aquellos que optaran por el pulpo asado con helado de pimienta rosa o los alérgicos al marisco. Cuando me llevé el caballito, mojado en el helado de cerveza, a la boca, experimenté unas sensaciones muy conocidas. Es la simplificación de una de las tapas más características murcianas. ¿Quien no ha tomado en Café-bar un caballito y a continuación ha dado un trago a su fresquica caña?. Pues en un solo bocado han consiguido idéntico resultado.
El último de los entrantes fue una ensalada de habitas con gulas y huevas de arenque. Presentado por separado las habitas junto a las gulas y las huevas, que no eran pocas, y por otro los vegetales, lechugas varias, soja o fresas. También me quedé con las ganas de probar otros platos como el maki de caldero con nube de soja y jengibre o el foie relleno de calabazate, crocant de kikos y salsa de arrope. Todo esto regado por un Altico de bodegas Carchelo, un vino de Jumilla servido a su correcta temperatura. Algo que es lo normal pero últimamente no lo habitual. Si algo puedo decir de su bodega, es que sin ser excesivamente amplia, no es una bodega convencional, aunque lo que los precios tampoco lo son.
Con los principales también dude y mucho. No iba con la idea de pedir un arroz, pero probar un arroz de pato y berenjena o uno de pulpo y pimiento, me atraía mucho. Al final no caí en la tentación ya la llamada del solomillo de buey al foie con salsa de higos pajareros pudo más. Y no fue ni por el solomillo ni por el foie. No diré ni que acerté ni que fallé, ya que el solomillo estaba delicioso. El foie, junto a la salsa de los higos, hacía una combinación maravillosa. También tuve la oportunidad de probar el arroz con pulpo y tampoco hubiese defraudado. Otra buena opción era los tacos de atún con brotes.
En estas estábamos, disfrutando del placer del buen comer, cuando una de las patas de la mesa, que era abatible, se batió, quedándonos con la mesa sobre nuestras rodillas, el vino en el mantel y las copas en el suelo. - La cosa pudo ser peor. - Reaccionamos con rapidez, tanto nosotros como el servicio, que hasta el momento era un poco lento, pero muy agradable, y mientras ellos recogían el estropicio, nosotros cambiamos de mesa con nuestros platos y lo poco que quedaba de la botella de Altico. Es la primera vez que me ha pasado algo así, pero me sirvió para darme cuenta de ciertos detalles por parte del local que de otro modo nunca hubiese conocido. La botella de vino estaba en las últimas, y aunque un mínimo estaba en mantel de la mesa caída, nos trajeron sin pedirlo una botella de Carchelo, al no que darles de Altico.
Terminamos los principales y para concluir decidimos tomar postres. Pedí un Belmonte invertido. Un cremoso de chocolate coronado por la leche condensada en forma de espuma. Puede que fuera por la buena impresión que me produjeron los entrantes, sobre todo los caballitos, o por la carne de tan buena calidad, pero estando bueno, el postre me supo a poco. Me recordaba demasiado a la copa Danone de chocolate y nata. Otra opción, que no fue mucho mejor, fue el chocolate blanco con cuatro texturas. Pero como tantas otras veces, son esperanzas creadas por mí, fruto unicamente de mis deseos. Con el café, esta vez ya convencional, pedimos la cuenta, que trajeron en una bonita caja envejecida. Muy buena relación entre la calidad y el precio.
En cuanto al personal, aunque en algunos momentos de la comida, el servicio fue lento de más, lo compensaron con simpatía y la atención de la camarera que hizo que en ningún momento sintiéramos que se habían olvidado de nosotros. Al revisar la cuenta pudimos comprobar que no solamente la última botella no la cobraron, sino que además nos obsequiaron con la primera. Son detalles como estos, innecesarios pero que se agradecen, los que marcan la gran diferencia entre restaurantes como este o en los que solamente se come bien. Comimos muy bien, el incidente nos dio tema de conversación duranteel resto de la comida y encima sin haber sido culpa de nadie, lo compensan de una manera más que satisfactoria. Tengo clarísimo que no solamente volveré a ir a La Salica, sino que además lo recomendaré como sitio actual de referencia del buen trabajo.
El Restaurante La Salica, está en la calle Antonio Flores Guillamón número 2 de Espinardo, en Murcia y su teléfono para reservar es el 968899039.