A veces es porque son demasiado buenos; otras, porque son, si no malos, sí susceptibles de caer en el olvido; las más de las veces por falta de tiempo, ese embustero eufemismo que sustituye a la pereza; el caso es que parece que cuanto más leo, menos reseño. Tampoco estoy seguro de que eso sea algo malo. Pero como soy de los que piensan que, así como todo matao tiene derecho a sus quince minutos de gloria, del mismo modo todo libro, por muchos méritos que tenga o deje de tener, merece también sus dos líneas de reseña, aquí van los restos de temporada de este año (primera parte). (Para ver una reseña más extensa, haced clic en los enlaces).
El sombrero del cura, de Emilio de Marchi. De Marchi (1851-1901) está considerado como el creador del giallo, un tipo de novela policiaca que, en lugar de centrarse en la resolución de un misterio, explora las repercusiones sociales que tiene un crimen en una pequeña comunidad. La obra gozó en su época de gran popularidad y la nueva editorial Ginger Ape ha tenido un gran acierto al recuperarla. Todo un descubrimiento.
Reportajes, de Joe Sacco. Sacco es uno de los más grandes autores de reportajes gráficos, y su excelente, celebrada y controvertida Notas al pie de Gaza ya la reseñé aquí. Reportajes se basa en una serie de ídems escritos hace unos años. Son todos ellos muy interesantes, pero lo mejor es la lectura crítica, y nada benévola, que el propio autor hace hoy de estos reportajes.
La vida para principiantes, del polaco Slawomir Mrozek. Estos relatos son geniales, divertidísimos y, desgraciadamente, se leen en un ratito.
Asesinos sin rostro, de Henning Mankell. Los thrillers de este tío siempre vienen bien para descongestionarnos de lecturas más enjundiosas. Estos días me he acordado mucho de esta novela, dado que parte de la acción sucede en Sudáfrica, con un plan para llevar a cabo un magnicidio en un país con un Mandela recientemente liberado y un Frederik de Klerk hostigado por los afrikáners.
De repente llaman a la puerta, de Etgar Keret. Otro libro de relatos absolutamente genial. Keret es todo un fenómeno social en Israel, y en estas historias se muestra como un escritor de una imaginación desbocada.
Cuerpos extraños, de Cynthia Ozick. Jamás había oído hablar de esta señora, hasta las entradas que le dedicó Óscar. Este libro es una especie de revisitación, como decimos los pedantes, de The Americans, de Henry James, pero se disfruta igual de bien sin haber leído dicha novela.
Las hermanas Makioka, de Junichiro Tanizaki. Pedazo de novela, comparable a una película de Yasujiro Ozu. Poética, lenta, centrada en la familia y en la contemplación de los cerezos en flor, todo muy respetable y muy contenido en apariencia, pero hirviendo bajo esa superficie con un conflicto entre el mundo de ayer, que no se quiere ir, y el nuevo, que no acaba de llegar. Tiene, así, cierto aire que nos recuerda a esas grandes novelas centroeuropeas situadas en la decadencia del Imperio Austro-húngaro. Apasionante.
La muñeca rusa, de Juan Miguel Contreras. El autor de este libro, antiguo librero y creador del blog El caimán sincopado, creó la Internazional samizdat para poder publicar esta estupenda novela, que espero un día poder reseñar como Dios manda. De momento, estoy disfrutando de su segundo libro, Cardiopatías.
El cercano oriente, de Isaac Asimov. Asimov es uno de esos genios a los que el mundo se les hace pequeño. No sólo fue el escritor de ciencia-ficción que todos conocemos, sino que escribió también una Historia Universal, cada una de cuyas páginas no tiene desperdicio. En este volumen, nos habla de asirios, sumerios, acadios, y lo leí en plena fiebre de epopeyas. En concreto, me acompañó en la lectura del Gilgamesh.
Bajo una estrella cruel, de Heda Margolius Kovály. Salir de Guatemala y meterse en Guatepeor (o Guateigualdemala, si preferís), léase, del nazismo al estalinismo. La vida de una judía huida de un campo de concentración en la Praga de finales de la guerra y los años posteriores. Salvadores convertidos en verdugos.
La muerte salió cabalgando de Persia, de Péter Hajnoczy. Menudo tipo, el húngaro éste. Un alcohólico crónico que murió antes de los 40 y que parece que escribió este librito en estado de ebriedad. Y no le salió nada mal.
El caballo negro, de Borís Savínkov. Entrañable terrorista que se ganó el cariño de Maugham y Picasso, entre muchos otros intelectuales de la época, Savínkov nos cuenta en forma de diario las tribulaciones de un grupo de revolucionarios bolcheviques comprensiblemente reconvertidos en antirrevolucionarios viscerales. Asesinatos a gogó y la guerra civil rusa vista desde bambalinas.
Thoreau. La vida sublime, de Maximilien Le Roy y A. Dan. Creo que éste ha sido el año Thoreau, por su aniversario o algo así. Esta novela gráfica nos da una somera, pero intensa, visión del filósofo, eremita y pananarquista norteamericano.
La promesa de Kamil Modracek, de Jiri Kratochvil. Impresionante, divertida, original y genial novela de este autor checo.
Pizzeria Kamikaze, de Etgar Keret. Después de leer la ya mencionada De repente llaman a la puerta, esperaba otra gran colección de relatos de este autor israelí. Pero en esta pizzería, escrita anteriormente, me he encontrado con muchas buenas ideas echadas a perder por la excesiva verborrea del autor. A veces hasta la imaginación más poderosa requiere un poco de contención si no quiere convertirse en pasto exclusivo de veinteañeros colocados. Eso sí, extraordinaria la historia sobre el pueblo situado a las puertas del infierno.
A la caza del amor, de Nancy Mitford. Leí esta obra en una racha de autores británicos con mala leche, y la verdad es que, pese a los grandes elogios que ha recibido, me ha dejado un poco frío. No sé si se debe a su mezcla de sátira social y biografía, centrada sobre todo en su hermana, pero me ha parecido que la autora no tenía muy claro adónde quería llegar.
El fiel Ruslán, de Gueorgui Vladímov. La figura del perro como personaje central e incluso narrador goza de larga tradición en la literatura universal. En la rusa, además, ya nos brindó la genial Corazón de perro. En esta novela de Vladímov, el chucho en cuestión se queda desconcertado el día en que, por algún motivo inexplicable, los campos del gulag abren las puertas y dejan salir a los presos. Y a partir de ese momento, nuestro amigo no sabe qué hacer con su vida.
North and South, de Elizabeth Gaskell. Llevaba este libro años rondando por casa, y no fue hasta que leí la genial trilogía de campus de David Lodge, y en concreto la tercera parte, Nice work, que decidí que había llegado el momento. Literatura industrial con garantía inglesa del XIX.
The film club, de David Gilmour. Un planteamiento mucho más interesante que la obra en sí. Propuse esta lectura a mis alumnos, muchos de los cuales son profesores de secundaria. En ella, el autor, que no tiene nada que ver con el guitarrista de Pink Floyd, se enfrenta al problema de su hijo, drogata a punto de dejar los estudios colgados, y no se le ocurre otra cosa que permitirle al susodicho que haga lo que quiera y deja la escuela, pero con dos condiciones: dejar de meterse, y sentarse a ver, junto a su padre, crítico de cine, tres películas a la semana. El modo en que se puede educar a un hijo por medio de clásicos del cine resulta más que atractivo; el problema es que el libro no trata de eso.
Jane Eyre, de Charlotte Brontë. Reader, I read it.
Limónov, de Emmanuel Carrère. Uno de los libros del año. Jamás había oído hablar de este tío, que es todo un personaje en Rusia. En esta especie de biografía (Carrère se cura en salud diciendo que es una obra de ficción), el autor nos lleva a un paseo por el tiempo, desde los años dorados de la URSS hasta su crisis y caída, pasando por la Guerra de los Balcanes. De un tirón.
No vendrá el diluvio tras nosotros, de Joseph Brodsky. Y tanto aparecía Brodsky en el libro de Carrère, que el nene no pudo resistirse y rescató de su biblioteca esta antología del gran poeta y Nobel ruso. No es lo que se dice un libro fácil.
Nuestro pan de cada día, de Predrag Matvejevic. Fascinante viaje por tahonas, pueblos milenarios, clásicos de la literatura, refraneros y etimología.
Any human heart, de William Boyd. Menuda decepción. Boyd no es un gran autor, pero hasta ahora, todo lo que había leído de él me había entretenido y hasta interesado. Esta novela, traducida al español como Las aventuras de un hombre cualquiera, gozó de gran éxito en Inglaterra y la verdad es que el planteamiento es, a priori, bastante atractivo: una especie de historia del siglo XX paralela a la vida de un hombre, supuestamente vulgar y corriente, que vivió de cerca sus mayores acontecimientos históricos.
Cuando has leído 100 páginas y piensas "a ver si al llegar a la guerra la cosa se anima un poco" es que algo no marcha. Abandonada por aburrida.
¿Eres mi madre?, de Alison Bechdel. De esta autora había leído Fun home, sobre su relación con su padre. El libro no era precisamente fun, pero sí muy interesante. En ¿Eres mi madre? nos habla del periodo de creación de aquella novela y de su relación con la madre. La erudición de la autora a ratos me hacía sentirme como un auténtico ignorante.
Los forajidos del Misisipí, de Allan Pinkerton. Al fundador de la celebérrima agencia de detectives le dio por escribir las crónicas de algunos de sus casos más sonados, con fines más bien de marketing que literarios. Y sin embargo, este libro, uno de los muchos que escribió, tiene tanta frescura, acción y tiroteos que puede decirse que, sin darse cuenta, ni mucho menos proponérselo, el señor Pinkerton renovó el imaginario del western y sentó las bases de la literatura de detectives moderna.
Buick Rivera, de Miljenko Jergovic. Como sabemos, la guerra de Yugoslavia no empezó en 1991, y probablemente tampoco acabó en el 1999. De hecho, siguió librándose en otros escenarios. Jergovic la traslada al medio oeste americano, en las inesperadas relaciones entre dos ex-compatriotas cuyos caminos se juntan un buen día. Aunque difícilmente podía el autor escribir algo tan grande como La casa de nogal, si me decidí a leer esa maravillosa novela fue gracias a esta excelente Buick Rivera. Pocos personajes, pocos escenarios, todo ello muy teatral, buena historia y logrado final. ¿Qué más quieres, Baldomero?