Toda creación de arte es gestada por su tiempo y, muchas veces, gesta nuestras propias sensaciones. De esta manera, toda etapa de la cultura produce un arte específico que no puede ser repetido. Pretender resucitar premisas artísticas del pasado puede dar como resultado, en el mejor de los casos, obras de arte que son como un niño muerto antes de ver la luz.
Hay otro tipo de igualdad exterior de las formas artísticas, que tiene su fundamento en una gran necesidad: la igualdad de la aspiración espiritual de todo un medio moral espiritual, la orientación hacia fines que, aunque fueron perseguidos un tiempo, fueron más tarde olvidados.
Después de una prolongada etapa materialista, nuestro espíritu aún está despertando y, desprovisto de fe, sin horizonte preciso y sin sentido, anida en sí semillas de desesperación. Una luz tenue surge, como un punto pequeñísimo en una inmensa esfera negra. Es un presentimiento que el espíritu teme mirar, ya que no sabe si esa luz es sólo un sueño y la esfera negra la realidad.
La vida del artista es compleja y sutil, y la obra que surja de él producirá lógicamente, en el público capaz de apresarlas, emociones tan multiformes que nuestras palabras no podrían representarlas.
La misión del artista es echar luz sobre las tinieblas del corazón humano, dice Schumann. El artista es un hombre que sabe trazar y pintarlo todo, dice Tolstoi.
Los espíritus hambrientos salen igualmente hambrientos. La multitud deambula por las salas y halla grandiosas o bellas las pinturas. Aquel hombre que podría haber hablado no dijo nada, y aquel que podría haber escuchado no oyó ninguna cosa.
Tal estado del arte se denomina l’art pour l’art. La supresión de los sonidos interiores que constituyen la esencia de los colores, la dispersión de las fuerzas del artista en el vacío, es el arte por el arte.
El movimiento
Representada en un gráfico, la vida espiritual sería como un triángulo agudo dividido en tres partes desiguales. La menor y más aguda de ellas señala hacia arriba; a medida que se desciende, cada parte va agrandándose y ensanchándose.
Ese triángulo tiene un movimiento lento, casi imperceptible, hacia adelante y hacia arriba: en el lugar donde hoy se halla el vértice superior, mañana estará en la parte siguiente.
En la cima del vértice hay, muchas veces, sólo un hombre. El gozo de su contemplación es igualable a su desmedida tristeza interior. Los que se encuentran cerca de él no lo entienden, y con indignación, lo acusan de loco o impostor.
En cualquier parte del triángulo hay artistas. Todo aquel que puede ver más allá de los lindes de su sección es un profeta para los que lo rodean y contribuye en el lento movimiento del carro. Si, en cambio, no posee esa mirada visionaria o renuncia a ella, sus pares lo apoyarán y celebrarán.
Los períodos en que el arte no posee un representante de altura, en los que el pan está transformado, son épocas de decadencia en la vida espiritual. Las almas descienden todo el tiempo de las partes superiores y el triángulo parece estar quieto.
El arte, que en tales circunstancias sobrevive humillado, se emplea únicamente con fines materiales. Busca su existencia en la materia dura porque no conoce la exquisita. Representar objetos inmutables es su único fin. El qué del arte se extingue eo ipso. La única pregunta que les preocupa es cómo representar cierto objeto en relación con el artista. El arte pierde su espíritu.
Ese cómo también conlleva la emoción espiritual del artista, y puede hacer surgir su experiencia más sutil. El arte emprende entonces el camino en el que pronto reencontrará el qué perdido, que será el pan espiritual del despertar que está comenzando.
Ese qué es un contenido que sólo el arte puede poseer y que sólo el arte puede expresar nítidamente con los instrumentos que le son privativos.
El viraje en el mundo espiritual
El triángulo espiritual vira lentamente hacia adelante y hacia arriba. Una de las secciones inferiores, una de las más voluminosas, escucha en la actualidad las primeras leyes del credo materialista, aunque desde el punto de vista religioso, sus miembros reciben rótulos diversos. En realidad son ateos, ya que aceptan sin prejuicios a algunos de los más osados y a otros de los más medidos. Desde el punto de vista político, son adeptos a la democracia popular o son republicanos.
Las secciones superiores son neciamente ateas y basan su ateísmo en juicios ajenos. En estas secciones surgen nuevos temas que no existen más abajo: la Ciencia y el Arte, entre los que figuran la Literatura y la Música. Científicamente, son positivistas: sólo aceptan aquello que puede ser medido y pesado.
Desde el ángulo artístico, son naturalistas que admiten y dan valor hasta cierto límite que otros han señalado y que es, por ende, pasible de un gran respeto, personalidad, individualismo y genio artístico.
Si continuamos ascendiendo, encontramos una confusión mayor todavía, semejante a una gran ciudad, construída firmemente sobre leyes matemáticas y arquitectónicas, que fuera sacudida de pronto por una fuerza poderosa. Sus moradores habitan, de hecho, una ciudad espiritual, que es invadida súbitamente por fuerzas que no habían pronosticado sus arquitectos y matemáticos espirituales.
Más arriba aún, hay sabios profesionales que estudian una y otra vez la materia, que no se acorbadan frente a ninguna cuestión, y que, incluso, ponen en consideración la propia concepción de la materia sobre la que hasta hoy descansaba todo y en la que se fundaba todo el universo.
Muchos científicos, incluso materialistas puros, ponen su empeño en el análisis de fenómenos extraordinarios, que ya no pueden permanecer ocultos. Por último, cada vez es mayor el número de personas que duda de los métodos de la ciencia materialista aplicados a la no materia, la materia que nuestros sentidos no perciben. Y de la misma manera que el Arte recurre a los primitivos, ellos buscan auxilio en tiempos y métodos olvidados, que aún permanecen vigentes en pueblos a los que solemos compadecer y despreciar desde nuestro alto conocimiento.
La pirámide
El artista no tiene como fin la reproducción de la naturaleza, aunque esta sea artística, sino la manifestación de su mundo interior, y es por ello que hoy siente envidia al comprobar cómo este objetivo se logra, naturalmente y sin escollos, en la música, que es el arte más abstracto.
La puesta en paralelo de los medios de un arte con los de otros, y la inspiración recíproca, sólo tiene valor si se realiza sobre la base de los principios, y no meramente sobre la base de lo exterior.
Al ahondar dentro de sus propios medios, cada arte señala las fronteras que lo distinguen y, en este hecho, vuelven a unirse por un mismo esfuerzo interior. Todo empeño puesto en ahondar sobre los tesoros ocultos de un arte, es un aporte valioso en la edificación de la pirámide espiritual que, algún día, tocará el cielo.
Los efectos del color
Si miramos una paleta repleta de colores, pueden producirse dos efectos:
1 – Un efecto físico exclusivo: el embelesamiento producido por la belleza y los atributos del color.
2 – El efecto psicológico provocado por el color. La energía psicológica del color produce un movimiento en el ánimo. La energía física primitiva es el camino por el cual el color llega al espíritu.
La asociación no agota la explicación de los efectos del color sobre la mente. En términos generales, el color es un instrumento para influir directamente sobre el alma. La armonía de los colores debe estar fundada específicamente en una ley de contacto propicio con el alma humana, a esto lo llamaremos “ley de necesidad interior”.
El idioma de las formas y los colores
La forma existe de manera independiente, como representación de un objeto o como delimitación abstracta pura de un espacio o una superficie. No sucede lo mismo con el color, que no puede expandirse infinitamente. El rojo infinito sólo puede ser concebido en el intelecto. Cuando oímos la palabra “rojo” no hay límites para nuestra imaginación. Es una idea difusa porque no cuenta con un matiz determinado de color rojo. Pero también es precisa porque su sonido interior está despojado de tendencias hacia el frío o el calor, que podrían ponerle vallas.
La relación innegable que existe entre el color y la forma, nos muestra los efectos que esta tiene sobre el color. Las formas, incluso las completamente abstractas, que pueden reducirse a una forma geométrica, poseen dentro de sí un sonido interno.
Ciertos colores son exaltados por ciertas formas y atenuados por otras. Así, los colores agudos encontrarán mayor resonancia cualitativa en las formas agudas (el amarillo en un triángulo). Los colores que se inclinan a la profundidad son consonantes con las formas redondas (el azul en un círculo). De todas maneras, es evidente que la disonancia entre forma y color no es necesariamente disarmónica sino que, en cambio, abre una nueva armonía posible.
Los dos agentes que actúan sobre la forma son también sus dos objetivos. La delimitación externa es adecuada cuando pone de relieve el contenido interior de la forma del modo más expresivo posible.
No obstante, la variedad de la forma nunca rebasará dos límites externos. Es decir:
1 – La forma tiene por fin recortar sobre un plano, por delimitación, un objeto material.
2 – La forma es abstracta, o sea, no dibuja un objeto real sino que constituye un ente completamente abstracto.
La imposibilidad y la nulidad, en el arte, de copiar un objeto sin un fin determinado ni el deseo de dotarlo de una expresión, son las premisas desde donde el artista parte para lograr objetivos artísticos puros (pictóricos), tomando distancia del aspecto literario del objeto. Esta es la senda por la que llega a la composición.
Teoría
La pintura actual se encuentra en un estadio diferente: su liberación de la naturaleza recién está comenzando. La utilización del color y de la forma como agentes internos ha sido casi inconsciente hasta hoy.
Es preciso que el pintor cultive su alma y no sólo su sentido visual, para que ella misma pueda clasificar el color y no sea un mero receptáculo de impresiones externas (a veces también internas) sino una fuerza activa en la gestación de las obras.
El arte está en un nivel superior al de la naturaleza, esto no es una premisa nueva. Los principios nuevos nunca salen de la nada, sino que se encuentran en una relación causal con el pasado y el futuro. Lo que hoy importa más es saber dónde encontrar esos principios y hasta dónde llegar con su auxilio en el futuro. Cuando el artista logre afinar su alma con este diapasón, automáticamente sus obras adquirirán un tono concreto. La progresiva liberación de nuestros días se desarrolla sobre el reino de la necesidad interior que, como hemos dicho, es en el arte la fuerza espiritual de lo objetivo.
La obra de arte y el artista
El artista constituye misteriosamente la auténtica obra de arte a través de una vía mística. Aislada de él, ella toma vida propia y se constituye en algo individual, una entidad independiente que respira en forma autónoma y posee una existencia material real.
La pintura es un arte, y el arte en su conjunto no implica una creación innecesaria, de entes que se diluyen en la nada, sino una fuerza que contribuye al desarrollo y a la sensibilización del alma humana, la cual funda el movimiento del analizado triángulo espiritual. El arte es el código que se comunica con el alma de las cosas, que es para ella un pan cotidiano, imposible de obtener de otra manera.
Epílogo
Muchos cuadros, grabados, miniaturas, de épocas artísticas pasadas, son composiciones rítmicas complejas, con un elemento sinfónico poderoso.
En casi la totalidad de las obras, la composición sinfónica aún está ligada con fuerza a la melodía. Esto implica que al eliminarse lo figurativo y emerger lo composicional, surge una composición edificada con un sentimiento de calma, repetición pausada y con una ubicación homogénea.
El espíritu de la pintura tiene un lazo directo con la ya comenzada constitución de un reino espiritual nuevo, pues este espíritu es el alma de la época de la espiritualidad mayor.