Muchos se preguntan cómo Richard Serra es capaz de transmitir calidez, belleza e intimidad con un material como el acero y unas dimensiones tan descomunales. Quizás sea el minimalismo de sus obras; quizás sea por «su audacia para vertebrar el espacio urbano», según el jurado del Premio Príncipe de Asturias; o quizás sea su peculiar forma de trabajar el acero corten; lo cierto es que el resultado final nos sobrecoge y nos impulsa a pasear entre sus creaciones, a tocarlas, a sentirlas.
Richard Serra, nacido en San Francisco en 1939, de padre español y madre rusa, se forjó entre los altos hornos de las fábricas de acero de Pitchburg, en donde entró para conseguir el dinero que le permitiera estudiar Literatura inglesa, y salió conociendo el manejo del acero y la forma de darle vida: «Mi madre tuvo una gran influencia en mí en el tema del arte. Fue una persona que inculcó en mí la idea de que podía llegar a ser artista».
Después de sus estudios de Literatura en la Universidad de California y de Arte en la de Yale, en las que conoció a artistas como Philip Guston, Jasper Johns, o Frank Stella, viajó a París y a Florencia, donde se vio envuelto en un mundo artístico y cultural que le llevó a cambiar sus inclinaciones artísticas: abandonó las letras y se entregó a la escultura, con la que ha llegado a ser «el más grande de los escultores vivos» según el arquitecto Norman Foster.
Sus primeros trabajos fueron totalmente abstractos, todavía lejos de sus grandes dimensiones posteriores, basados en el movimiento conocido como process art (arte en proceso) donde: «Lo importante de esos primeros tiempos era el proceso creativo, no el resultado final». En esta época, el artista se basó en cuatro principios para crear: to hurl, to split, to roll and to heap (arrojar, rajar, rodar y apilar), experimentando además con las propiedades plásticas de materiales como el cuero, el neón o el plomo. Surgen en estos años las series Prop (Apuntalar), con piezas apoyadas unas en otras, una explicación personal de los principios del equilibro; y Belts, cinturones suspendidos de un muro como figuras blandas y retorcidas, ambas expuestas en el Solomon R. Guggenheim Museum de Nueva York, en 1976.
Su primera exposición individual la había realizado, algunos años antes, en Roma, en la galería La Salita, demostrando su gran originalidad y también toda su rebeldía ante lo que se consideraba «exposición» ya que recreó el hábitat de varios animales vivos, encerrados en sus jaulas y lo llamó Live Animal Habitat y que, más tarde, prefirió no incluir en su catálogo de creaciones, por no estar dispuesto a reproducirlo de nuevo y por considerarlo fuera de su auténtica obra. Quizás por eso, la gran exposición auspiciada años después por el galerista Leo Castelli fue tan diferente. Serra realizó para su galería unas cien esculturas arrojando plomo derretido contra una pared y contra el suelo, para que el metal se estrellara antes de solidificarse y creara así las más puras formas.
Como los artistas no suelen conformarse con una sola faceta del arte, Richard Serra también probó suerte con el cine y realizó el corto Hands catching Lead (La mano cogiendo el plomo), continuando con el mundo del vídeo durante los años setenta. Sin embargo, no podía alejarse de sus esculturas y, tras ser galardonado con el Premio Theodoron en el Guggenheim de Nueva York, protagonizó una exposición individual para el Museo de Arte Pasadera, aunque sus inquietudes se dirigían más a los espacios urbanos. Es el momento en el que el artista se lanza a por la escala monumental. Su objetivo es relacionar al ciudadano con su espacio creando esculturas impactantes por su tamaño y también por su sencillez.
¿Tuvo algo que ver en esto la botadura de un petrolero, a la que asistió con su padre cuando solo tenía cuatro años? Es posible. Quizás el enorme tamaño de aquel barco, su gran peso o la sensación de inestabilidad que demostraba impactaron en el artista hasta el punto de buscar estos efectos en las obras monumentales posteriores.
En 1981, en el gran maestro del acero crea obras tales como el Tilted Arc (Arco inclinado) para la Plaza Federal de Nueva York, originando, sin embargo, una gran polémica entre los trabajadores de los edificios colindantes, que se quejaban de no poder atravesar directamente dicha plaza. Hasta tal punto llegó su oposición que, en 1989, se desmontó y trasladó la escultura a un parque público, perdiendo todo su poder y su sentido.
Después de esta, vinieron otras grandes obras caracterizadas, sobre todo, por sus formas (grandes rollos en forma de láminas) y por su material (el acero corten), cuya composición química produce una oxidación que protege la pieza de la corrosión del exterior sin a penas perder sus propiedades. El artista, además, buscaba la manera de unir la obra con su ubicación en lo que se ha llamado land art, que trata de liberar a la escultura de los límites de la talla y el entorno. Surgen así piezas como la serie Snake (Serpiente), creada ex profeso para el Museo Guggemheim de Bilbao, en su inauguración, o Equal-Parallel-Guernica-Bengasi, para el Reina Sofía de Madrid, con el deseo de que el público que las visitara, las recorriera por entero, las atravesara, las «viviera».
Su relación artística con España comenzó en 1982 cuando vino para conocer de cerca la escultura mozárabe. Después, sus obras no han dejado de visitar nuestros museos, algunas para quedarse definitivamente. Este es el caso de la ante mencionada Snake y del conjunto La materia del tiempo, expuesto en 2005 y definitivamente instalado en la Sala Arcelor de este museo bilbaíno. Una experiencia que el artista definió como sobrecogedora y la creación más grande de su carrera. Otros la han definido como una increíble sensación de vértigo y de espacio en movimiento.
Durante todos estos años, Richard Serra fue creando numerosas esculturas repartidas por todo el mundo, Fulcrum (1987) para la boca de metro de Liverpool, en Londres; Charlie Brown, para la nueva central de Gap Inc., en San Francisco (2000), o Tuileries and Obalisque, en París (2008).
Siguió participando en numerosas muestras y exposiciones, aunque no lo hiciera siempre con sus monumentales esculturas. Por ejemplo, en 2006, participó en la Bienal del Whitney Museum de Nueva York, con la obra Stop Bush, un dibujo negro de crayón que representaba a un preso de Abu Graib, y que luego utilizó la propia bienal para realizar los carteles publicitarios, aunque con el lema algo alterado (Stop B S).
En 2007, protagonizó una de sus mayores exposiciones retrospectivas, la del Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMA), titulada Richard Serra Sculpture: Forty Years, en la que se presentaron muchas de las obras de sus «cuarenta años» de carrera, desde sus primeros materiales hasta las últimas esculturas.
Ciudades de medio mundo e instituciones culturales del otro medio han reconocido su obra; unas ocasiones, exhibiendo sus esculturas, otras otorgándole diferentes premios y galardones. Es Doctor Honoris Causa por las universidades de Yale, Londres y Navarra. Es Caballero de la Orden de las Artes y las Letras de Francia y España y, en 2010, fue galardonado con el Premio Príncipe de Asturias de las Artes. Un curriculum realmente increíble para uno de los arquitectos más importantes del momento.
Actualmente, su obra está presente en la Galería Serra del Boijmans de Bruselas, hasta octubre de 2015, basada en los «secretos» de una de sus obras más conocida, la escultura Arcos crecientes (Waxing Arcs). Y, nuevamente en el Museo Guggenheim de Bilbao, se presenta durante todo este año La materia del tiempo.
Richard Serra, convertido en el mago del acero, en el estudioso del espacio, comenzó su andadura artística recorriendo Europa y visitando su arte. Una de esas visitas tuvo lugar en el Museo del Prado en donde el escultor sintió que algo cambiaba en él: «Viendo la obra de Velázquez me di cuenta de que quería explorar la relación entre objeto y sujeto. Quería colocar el sujeto en la percepción del movimiento de quien ve la obra. Ése fue el mayor descubrimiento de mi vida».