Revista Cultura y Ocio
En contra de los que dicen que "el conocimiento es poder", como afirmaba Francis Bacon, muchos consideran que el conocimiento no tiene nada de bueno, incluso que es peligroso. Todo me lleva a estar de acuerdo con estos últimos, pues basta con remover un poco la historia de la Humanidad para darnos cuenta de que los que saben siempre han sufrido mucho más que los que no, que el conocimiento es una mácula funesta sobre el cuerpo individual y social, que el conocimiento es tortura y dolor, un castigo infernal. Creo que estoy haciendo un introito demasiado dramático, mejor voy directo a lo que quiero hablar. Sé que lo leí en algún libro, pero no me acuerdo en cuál. Tal vez haya sido enLa Divina Comedia, o en el Necronomicon, o en el Libro de Amduat, o…, en fin, para qué voy a seguir barajando nombres si no recuerdo con exactitud la obra, hacerlo significaría un ejercicio ostensible de vanidad erudita. Lo que sí recuerdo con claridad es que decía que uno de los castigos más terribles que un condenado podía padecer en el Infierno, aún peor que ser lanceado por centauros, más aterrador que estar colgado de la lengua bajo una lluvia de fuego, más grave que ser constantemente sodomizado por sátiros, peor que tener que comer excrementos humanos y beber sangre de ratas, era armar rompecabezas de caras humanas. Visto con ojos inocentes, parece más un juego que un martirio, cualquiera lo elegiría, pero cuidado, no hay que que cometer el error fatal de evaluar estas cosas con liviandad, alguno ya debe haberse casado y lo sabrá muy bien. Lo cierto es que el desgraciado se encuentra encadenado a una mesa de hierro, sin comida ni agua -esto es común para todos los habitantes del averno-, mientras tiene que encastrar las piezas en el lugar correcto de una cara, pues por cada equivocación que comete sufre torturas todavía mayores, eso decía el libro, un poco contradictorio en este punto. Así, a medida que cada pieza encaja, un rostro va tomando forma, entonces este penado del Infierno se une al ser vivo al cual el rompecabezas ya prefigura y ambos comparten algunas pesadillas, tribulaciones e ideas obsesivas, como si los dos fueran dueños de un mismo espíritu. Cuando el condenado coloca la última pieza, al fin conoce a la persona, entonces el poseedor del rostro del rompecabezas es acometido por un desesperante desasosiego, un vacío y un dolor tan profundos que no ve otra salida que no sea suicidarse. Y como todo suicida, va derecho al Infierno, ya que debe pagar por el daño cometido contra su vida, allí es condenado al peor castigo: armar rompecabezas de caras humanas hasta completarlas y saber a qué personas pertenecen esas caras, entonces tienen el poder de arrastrarlas al mismo tormento, formando un círculo interminable y aterrador.