Revista Ilustración
Después de devorar con saña, durante meses y de forma repetitiva, su anterior libro: Idioteca (El Gaviero, 2010), volver a leer material nuevo de Raúl Quinto era una necesidad poética de primer orden, quien además, para mi sorpresa, lanzaba su última creación en la editorial que publicó mi querido Odio: La Bella Varsovia.
Que Raúl es un buen poeta pocos lo ponían en duda después de La Piel del Vigilante (DVD, 2005), que se trata de uno de los mejores creadores de imágenes poéticamente hablando, también. Porque es capaz de elaborar con precisión y fluidez a raíz de la anécdota, del comentario, de un nocturno programa de televisión del año 98, porque lo hace bien, con la palabra adecuada, concreta, sin grandes aspavientos, pero cargado de simbolismo.
Este poeta, nacido en Cartagena en 1978 es ya uno de los poetas a tener en cuenta dentro de panorama nacional. Pese a su juventud, ha conseguido una voz propia, interesante, compleja y necesaria en el anquilosado sistema poético español. Desconozco sus influencias, pero contemplo a Riechamnn tras algunos versos y, en esa estela, me veo a mí mismo dentro de algún tiempo.
Raúl Quinto ha conseguido transmitir, como dirían los rockeros de antaño, el mensaje. Su discurso cala, pero el lector no se da cuenta del calado hasta que termina el libro, hasta que ha detenido el tiempo para reflexionar en torno a conceptos atemporales como el ruido, la conversación, la interferencia, la comunicación o la televisión.
La Bella Varsovia sigue apostando por libros de autores jóvenes, con sus ediciones cuidadas, metódicas, donde todo se predispone para que el autor termine felizmente contento de su aportación a esta editorial, cada día que pasa, más necesaria. Porque con la que está cayendo, que haya editoriales que sigan apostando por poesía joven y española, es digno de ser reconocido. Y aplaudido.