Revista América Latina

Rusia, día 4: y casi siempre pierden los mexicanos

Publicado el 18 junio 2018 por Javier Montenegro Naranjo @nobodyhaveit

Un mundial sin favoritos es muy parecido a morder un pepino por primera vez. Al principio te parece algo desconocido y nuevo, pero luego te das cuenta que es solo la ausencia absoluta de sabor. No existe nada más insípido que una competición sin favoritos. A cada jornada la etiqueta de posibles campeones se desdibuja. España no pasó del empate ante un solo hombre; Francia ganó de carambola; Argentina, si alguien contaba con ella, se estrelló ante el iceberg islandés (perdonen el chiste, no pude contenerme); y como si se tratase de una mala traducción al castellano, Brasil y Alemania eran favoritos hasta que les llegó su hora.

México abrió el arca perdida con el gol de Lozano, o al menos eso pensaron muchos; la debacle era cuestión de tiempo. Mientras más avanzaban los minutos, más segura era la tormenta de goles que caería de un momento a otro. Morlock, Rahn, Breitner, Müller, Rummenigge, Völler, todos esperaban su turno para castigar a los aztecas por violar algo tan sagrado como la portería alemana. El castigo no llegó, solo el miedo. El miedo se apoderó de cada uno de los alemanes (excepto Kross, cuando ganas tres Champions seguidas dejas de sentir); en algún punto entendieron que ellos eran los villanos, los que habían profanado una pirámide perdida en México, aunque no entendiesen cómo ni cuándo. Un favorito menos, pensó alguien mientras escuchaba una harmónica  a lo lejos.

A Brasil se le terminó el gas muy pronto y a Suiza le bastó con hacer lo que mejor saben, organizar su defensa y evitar errores. Solo Coutinho y ese disparo con rosca al ángulo, que un día terminará por patentar y de momento parece un poder de videojuego, pudieron tumbar el cero del marcador. De nada sirvió. Un tal Zuber remató solo de cabeza a menos de dos metros de la línea de gol. Carencias y empate frustrante. Imaginen la decepción de un carioca X. Ahí está, sentado en una estación de metro; nada puede sacarlo de su ensimismamiento, ni siquiera una mosca desagradable que se le pasea por el rostro. ¿Qué pensará? Quizás lo mejor sea no terminar primeros de grupo.

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