Revista Cine

San Andrés

Publicado el 02 julio 2015 por Pablito

Salvo honrosas excepciones como Titanic (James Cameron, 1997) o El coloso en llamas (John Guillermin & Irwin Allen, 1974), el cine de catástrofes pocas veces ha gozado del beneplácito exacerbado de la crítica. Durante décadas se ha considerado, injustamente, un cine de segunda división. Muchos achacan que estas películas no constituyen más que un mero y simple entretenimiento; lo que ocurre es que el concepto “mero y simple entretenimiento” tiene, al menos para mí, un valor incalculable. ¿Saben los críticos más puritanos lo difícil que es hacer una película que te mantenga los ojos como platos y te haga disfrutar como un enano mientras la ciudad, el país o incluso el planeta entero se va al garete? Para empezar hace falta una ingente cantidad presupuestaria que permita hacer escenas visuales portentosas y, posteriormente, desarrollar las situaciones límites suficientes para mantener el interés siempre en alto. Dentro del género, obviamente, habrá escalas: unas películas de catástrofes estarán mejor que otras, pero por lo general basta ya de infravalorar a un género que, probablemente, sea el más honesto que hay. San Andrés (Brad Peyton, 2015), como muchas de sus homólogas, no aspira a ganar ningún premio, tan sólo ofrecer un espectáculo de evasión al público. Parece poco pero no lo es. Prefiero esa honestidad  inicial que no la chirriante pretenciosidad de trabajos que lo único que provocan es el bostezo.

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La película gira en torno a los esfuerzos que debe hacer el técnico de operaciones de rescate Ray (Dwayne Johnson) en salvar a su ex mujer y su hija de un fuerte terremoto y tsunami en California. El director no pierde el tiempo y comienza a mostrar las devastadores consecuencias del cataclismo desde los primeros minutos, supliendo con acción unos personajes esquemáticos exentos de carisma y unos diálogos plagados de frases hechas, ya que muchas veces sabemos lo que los personajes van a decir antes de que lo digan. No obstante, la película hay que interpretarla como lo que es: unos personajes que deben ir superando obstáculos como si se tratasen pantallas de un videojuego. El director sabe perfectamente que lo que el espectador de este tipo de películas quiere es ver a los protagonistas en situaciones límite, y se encarga de proporcionárselo. No intenten buscarle la más mínima lógica a su conjunto o se sentirán defraudados. Simplemente déjense llevar por este torrente de destrucción.

Me ha gustado San Andrés, y negarlo sería hipocresía. Hacía tiempo que no me lo pasaba tan bien en una sala de cine. A diferencia de otros que esperaban de esta película un ejercicio de arte y ensayo, yo sí que tenía claro lo que iba a ver cuando pagué por ver la película -si tenéis oportunidad de verla en 3-D mucho mejor-. Sabía desde el principio que debía dejar mi mente en blanco, despojarme de prejuicios y disfrutar con este ejercicio de devastación ante el que conviene dejar de lado cualquier suspensión de la credibilidad, porque la cinta abusa del factor casualidad y está plagada de situaciones inverosímiles. Mi duda era si todo su cúmulo de efectos especiales no iba a terminar saturándome o importándome más bien poco, como sucede con otras cintas de catástrofes que al final terminan desesperando al personal por su exceso de ruido y el nulo interés de la historia. Nada de eso ocurrió con San Andrés, al revés: no me aburrí ni un solo segundo de película. Y creo que esta es la máxima que se ha autoimpuesto el propio director: no dar un segundo de respiro. Que ninguno sintamos la tentación de sacar el móvil durante la proyección, porque los 10 segundos perdidos en mirar el teléfono se traducen en 10 segundos en los que te pierdes lo que está sucediendo en pantalla. ¿Cómo voy a menospreciar una película que consigue algo tan insólito? ¿Cómo voy a considerar una cinta como San Andrés cine residual, como la catalogan algunos, si es una película que no engaña a nadie y consigue hacernos sentir vértigo y helarnos la sangre con sus escenas más logradas -algunas, ya inscritas para la historia como la del derrumbe del puente de San Francisco por un transatlántico-

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Además de sus increíbles escenas de acción capaces de ir conformando una película entretenidísima, hay otras virtudes de las que la película puede alardear, como unas actuaciones notables -Johnson pulsa con éxito sus notas dramáticas, y la joven Alexandra Daddario es todo un descubrimiento-, una banda sonora que enfatiza con elegancia las emociones y lo bien insertados que están los golpes de humor, necesarios para digerir tanta catástrofe. Tampoco podemos pasar por alto la presencia de Paul Giamatti, uno de esos actores que engrandecen cualquier película y que en esta ocasión vuelve a dar empaque y prestigio al producto final. Todo esto da como consecuencia un film comercial por los cuatro costados que no se avergüenza de serlo. Y ninguno de nosotros deberíamos sentir vergüenza por ver una película tan libre, descarada y tan concebida para que lo pasemos bien como esta. 


San Andrés

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