Revista Arte

San Antonio con el Niño, 1656, de Murillo

Por Lparmino @lparmino

San Antonio con el Niño, 1656, de Murillo

San Antonio con el Niño, 1656, de Murillo
Catedral de Sevilla

La historia del arte español casi podría calificarse como de supervivencia. A lo largo de los siglos se han dado en nuestro país algunas de las manifestaciones más espectaculares en el campo de la estética. Quizá confluya en este éxito las muy variadas herencias que ha supuesto la dilatada y convulsa historia peninsular, tierra obligada de paso para los más variados conquistadores y aventureros. En contrapartida, en ese largo y conflictivo proceso, el arte siempre ha sido entendido como un bien material fungible y, por lo tanto, dispuesto a la rapiña más voraz por parte del saqueador de turno de palacios, iglesias, conventos y catedrales. Y cuando no fue la rapacidad extranjera, fueron los propios compatriotas los que se dieron sin descanso al saqueo más voraz de nuestros bienes culturales con los que sacar unos cuartos para sufragar las penosas existencias que solieron acompañar a los españoles hasta bien entrada nuestra historia más contemporánea. En esta historia, hay un cuadro sujeto a mil avatares que logró sobrevivir, San Antonio con el Niño, fechado en 1656, de Bartolomé Esteban Murillo (1617 - 1682).
Este aparatoso lienzo, de más de cinco metros y medio de altura y más de tres y medio de anchura, fue un encargo catedralicio. Formaba parte del retablote la capilla de San Antonio en la catedral sevillana, obra de Bernardo Simón de Pereda. Respondía a aquella estética que primaba la teatralidad barroca, con un imponente y grandioso lienzo que coronaba y servía de contrapunto el pequeño espacio arquitectónico de la capilla. La importancia del encargo ya nos indica la estima que la ciudad tenía por la obra de Murillo y él respondería con unos de sus cuadros más geniales, verdadero hito en toda su carrera pictórica.

San Antonio con el Niño, 1656, de Murillo

San Antonio con el Niño, detalle

Murillo plantea una composición con dos escenas confrontadas pero a la vez estrechamente vinculadas mediante la estricta comunicación establecida entre ambas. En la esquina inferior derecha, San Antonio de Padua, de rodillas sobre el pavimento, abre sus brazos y levanta la vista hacia la celestial visión que se desarrolla en la esquina superior izquierda. Allí, en un amplio espacio de intensa luminosidad aparece Cristo Niño avanzando hacia el Santo y rodeado por un ejército inquieto de ángeles niños que forman una nerviosa escena mediante su constante movimiento y sus atrevidas posturas. Son precisamente estos personajes los que enmarcan la escena divina, creando un celaje místico de intensa luminosidad que triunfaría en las posteriores composiciones de tema religioso del pintor sevillano, especialmente en sus Inmaculadas. En el resto de la escena, destaca el ambiente doméstico del Santo, en una estancia arquitectónica en la que se percibe el espacio tridimensional mediante una conseguida perspectiva aérea, al modo de Velázquez. En la esquina inferior derecha, el escritorio donde el Santo estudia, a modo de un bodegón; y detrás, la puerta abierta que deja ver la arquitectura exterior. En el desarrollo artístico de Murillo esta pintura se descubre como fundamental. A través de ella el pintor abandona su época de juventud y sus figuras delatoras de las influencias de Zurbarán y de los sobrios naturalismos que tanto éxito habían tenido en la Sevilla de la Contrarreforma, para dar paso al Barroco más exaltado y triunfante que trae consigo desde Madrid Herrera el Mozo. Todos los componentes del lienzo afirmaban que el maestro sevillano estaba asimilando a la perfección todo lo que estaba de moda en el terreno artístico en la Europa del momento. La arriesgada composición diagonal del cuadro, su atmósfera, la forma de abordar la composición y a los personajes y su paleta cálida anuncian el periodo de madurez de un artista que entendía su quehacer como un constante aprendizaje de todo lo que resultara novedoso y que tanto éxito le iba a suponer entre la clientela de la ciudad de Sevilla. 

San Antonio con el Niño, 1656, de Murillo

San Antonio con el Niño, detalle

 El cuadro siempre se ha encontrado en la Catedral sevillana aunque ha sufrido los avatares de la historia de la ciudad. En el año 1810 estuvo a punto de ser confiscado por el mariscal Soult. Las tropas del emperador Napoleón ejercieron una auténtica rapiña artística en tierras españolas y este cuadro ejercía un poderoso atractivo sobre el mariscal francés. Sin embargo, las autoridades catedralicias impidieron su confiscación a cambio de entregar el Nacimiento de la Virgen, todavía expuesto en las salas del parisino Museo del Louvre. Más tarde, en 1874 fue objeto de un acto cruel y vandálico: un ladrón o varios, viendo la imposibilidad de sustraer todo el lienzo debido a su aparatoso tamaño, decidieron rasgar la tela arrancando la parte correspondiente al santo. Poco después, el trozo mutilado aparecería en manos de un anticuario de Nueva York que daría parte al consulado español en la ciudad para así restituirlo a su lugar de origen, donde fue restaurado aunque todavía sean hoy visibles las cicatrices.
San Antonio con el Niño, obra fundamental para comprender la trayectoria de Murillo, es un claro ejemplo del sufrimiento atávico que de forma continuada ha sufrido el patrimonio artístico español. Sólo la concienciación ha permitido apreciar estos bienes como una herencia única cuya última meta es la conservación para su disfrute, no su comercialización y puesta en valor económico como solía suceder no hace tanto tiempo. Esperemos que no cambiemos mucho.
Luis Pérez Armiño

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