... Una botella cubierta. Expectación.
El vino se precipita con una capa bien subida, cereza vivo con oscuros violáceos. Curiosidad. Algo cerrado de inicio, fruta madura, herbáceos. Paciencia. Poker-face. Se le da tiempo y la conversación vuelve a su cauce.
Mientras tanto el tinto va desplegando fuerza y aromas. Balsámicos, hierbas aromáticas, manzanilla seca, potente impacto mineral in crescendo. Auténticidad. Aquí no hay subterfugios, ni ingeniería química. Esto dice a gritos de donde viene, y deja un servidor frustrado por no saber resolver la incógnita, no conozco esta zona. Calidez, sí. Maduración, también. Pero muchas cosas más. Esto no es mi vino, pero tiene algo.
Toca probarlo y romperse los dientes con su potente músculo. Agreste textura, rugosa, desafiante. Taninos cuadrados, que decía Joan. Pecho palomo. Fruta muy madura. Pero, con todos esos valores que yo detesto en un vino, ¿por qué no puedo soltar la copa?.
Quizás porque es algo cálido, pero no cansino, hay alcohol, pero también hay acidez, estructura, y otra vez minerales. Porque su fuerza no es gratuita, sino meditada. Si este vino saliera en películas, sería Chuck Norris, el hombre que no duerme, espera. Y que contó hasta el infinito, dos veces.
Y mientras uno piensa en todas estas tonterías, sigue sacando fruta, regaliz negra, caramelos de café, cacahuetes tostados....
Finalmente se quita el velo, se despejan las dudas y nos desplazamos a Torroja del Priorat. Allí un grupo de chalados decidió trasladar la filosofía del microterroir borgoñón al Priorato, entregándose por entero a la garnacha, la cariñena y a unos mágicos suelos de licorella (pizarra parda desmenuzada). Terroir al Límit.
Este Dits del Terra 2007 es uno de los cinco vinos que hacen atendiendo a la orientación y terreno de cada una de las fincas que la bodega posee. Aquí las viñas miran hacia el sur y la uva es 100% garnacha con veinticuatro meses en roble, del cual sólo el 10% es nuevo. Se hicieron 2.135 botellas.
.... y se lo he querido contar como lo viví. La experiencia de abajo arriba (primero conozco el producto, luego su origen) de un tinto que, a priori, se aleja de todo aquello que yo, que no entiendo eso de los puntos, valoro en términos de frescura, de potencia y de lo que, en definitiva entienconcibo como los vinos que me gustan, es decir, aquellos de los que terminada la copa, me bebería desde otra más a todo el viñedo.
No fue el equilibrio, ni la fruta, ni los aromas, y ni siquiera la textura los que hicieron que me acabara cada copa. Aunque sigo disfrutando más de mis vinos más atlánticos, hubo un todo, un algo más allá que en cierta manera me hace pensar que eso de los gustos no responde siempre a parámetros racionales, o al menos geográficamente localizables, sino que en contadas ocasiones, hay terruños y formas de interpretarlos que traspasan las barreras de lo que uno inconscientemente se impone.
La única pena es que la experiencia ronde de largo los cincuenta euros que jamás hubiera arriesgado de no saber lo que me iba a encontrar. De hecho, aun sabiéndolo, tengo mis dudas.
Carpe diem.
* La foto del viñedo se la debo a Adictos a la Lujuria, y la cubierta del vino, al gran J.L. Louzán.