Revista Cine
La Cebra (México, 2011), de Fernando Javier León. La Revolución Mexicana vista a través de la esperpéntica mirada del debutante León no es más que "la bola" en la que abundan la muerte, la traición, la rapiña, y escasean los ideales revolucionarios que, en todo caso, pueden resumirse como tener mucho dinero, un buen pedazo de tierra y muchos peones para trabajar. O sea, hay que estar en la Revolución -y con el grupo "ista" que gane- para, cuando la bola termine, ser como el patrón. Eso lo tienen muy claro los pícaros protagonistas de esta dispareja pero muy divertida farsa "robolucionaria", Leandro y Odón (Jorge Adrían Spíndola y Harold Torres), dos aventureros que le roban la cebra del título ("potrillo rayado", "caballo joto", "cuaco gringo") a los sobrevivientes de un circo quemado por algunas de las gavillas obregonistas o villistas o zapatistas o carrancistas -da lo mismo- que plagan el seco Bajío mexicano. La cinta tiene momentos muy logrados, el rapport cómico entre Spíndola y Torres es de primer nivel, pero en su segunda parte la cinta languidece un poco -creo que se estanca en el segmento en el que nuestros protagonistas terminan sirviendo a una ridícula banda de militares con apellidos presidenciales- y el epílogo es muy malo. De cualquier forma, esta debió haber sido la cinta del Centenario de la Revolución, no ese brodio llamado El Atentado (Fons, 2010). Vista en Guadalajara 2012.
Nos Vemos, Papá (México, 2011), de Lucía Carreras. Opera prima de Carreras, presentada en Morelia 2011. La treintañera Pili (extraordinaria Cecilia Suárez) sufre la muerte de su padre y no puede lidiar con ella. La morosa mujer deja de ir al trabajo, se enclaustra en la casa paterna y duerme en la cama del muertito, decidida a no decirle adiós al hombre de su vida. Muy pronto será más que obvio que la obsesión de Pilar por su idealizado padre muerto ha ido demasiado lejos y su familia -su hermano, su cuñada, su tía- no saben qué hacer con ella. Suárez logra una interpretación notable: su locura puede ser inquietante, lastimosa, divertida y, finalmente, gozosa, como se manifiesta en la última toma, un primer plano de su rostro triunfante. Una locura feliz.
La Maleta Mexicana/The Mexican Suitcase (México-España-EU, 2011), de Trisha Ziff. Este documental podrá ser todo lo convencional y académico que usted quiera, pero los testimonios recabados, las lúcidas cabezas parlantes -entre ellas la de Juan Villoro- y la historia misma -el descubrimiento en 2007 de una maleta que contiene 45 mil negativos de los fotógrafos Robert Capa, David Seymour y Gerda Taro tomados en la Guerra Civil española- provocan que el espectador no despegue los ojos de la pantalla. Sí, es otra cinta más sobre el exilio español, pero el tema no se agotan fácilmente, como lo demuestra esta informativa y muy profesional cinta exhibida en la Cineteca Nacional.
Entre la Noche y el Día (México, 2011), de Bernardo Arellano. Francisco (el actor no profesional y discapacitado mental Francisco Cruz) es un adulto mayor autista que vive con su hermano Víctor (Joaquín Cossío) en alguna parte de la ciudad de México, muy cerca del bosque de Chapultepec. Francisco es muy funcional -de hecho, no es un autista clásico sino, en todo caso, un Asperger- pero, de todas formas, necesita supervisión constante, por lo que la esposa de Víctor, Silvia (Carmen Beato), ya no puede más con esa responsabilidad. La gota que derrama el vaso es que Francisco adopta una vieja rata desamparada. Al final de cuentas, "Fran" es enviado con su otra hermana, Gaby (Arcelia Ramírez), que vive en el interior del país (¿Veracruz?) y que tiene un violento novio de pocas pulgas. Arellano se muestra como un cineasta debutante muy controlado. El manejo del encuadre -la cámara es de Damián Aguilar- es impecable y la combinación de actores de prestigio con no profesionales da buenos resultados. En lo personal, la sección campirana del filme, cuando "Fran" encuentra su propio paraíso terrenal, me pareció muy forzada, pero creo que Arellano merece que no lo perdamos de vista.
Amour (Ídem, Austria-Francia-Alemania, 2012), de Michael Haneke. Una de las mejores películas que vi el año pasado, como lo anoté en mi "evangelio" del 2012. Mi crítica en el Primera Fila del Reforma del viernes pasado.
Lincoln (Ídem, EU, 2012), de Steven Spielberg. El director de Tiburón (1975) arrasará, con toda justicia, en el Óscar 2013. Si exceptuamos el filme de Haneke, no hay película más personal, lograda y pertinente entre la competencia. Escribiré largo y tendido de ella, pero adelanto algo más: esta cinta de Spielberg no desmerece, en lo absoluto, si se le compara con la obra mayor de Ford, El Joven Lincoln (1939). De ese tamaño es el logro de Spielberg. Pero, ¿alguien puede sorprenderse de ello?
Django sin Cadenas (Django Unchained, EU, 2012), de Quentin Tarantino. Los primeros 50 minutos de la nueva cinta de Tarantino es extraordinaria: en esa primera hora somos testigos del encuentro y asociación del dentista y cazador de recompensas Christoph Waltz con el esclavo negro liberado Jamie Foxx. La elocuencia de Waltz, la presencia de Foxx, la irresistible banda sonora y varias secuencias inspiradas -entre ellas, la parodia de cierta escena clásica griffithiana- logran que uno perdone y hasta olvide las gansadas que ha soltado Tarantino en las últimas semanas. Por desgracia, la película no puede sostener este tono porque no dura 90 minutos, ni dos horas, sino ¡165 minutos! Así no se puede. Eso sí, en la interminable secuencia de la plantación, Samuel L. Jackson aparece interpretando a uno de los mejores personajes del filme y esto ayuda a que uno recupere el interés. Mi crítica, en los próximos días aquí mismo.