Revista Salud y Bienestar
‘La respiración, la alimentación y el contacto afectivo o emocional son los tres mecanismos de alimentación básicos y evidentes por los cuales el hombre mantiene la forma y preserva su espíritu’. Jose Luis Padilla.
Mi hija, con 18 meses a sus espaldas, sigue asombrándose, disfrutando y descubriendo cosas de la vida y de la Naturaleza. Cosas que nosotros ya pasamos desapercibidas, como sentir la rugosidad de la arena del mar, mojarse con la lluvia, sentir el viento o pasarse un buen rato anonadada con un pelo mío entre sus manos como si estuviera enhebrándolo (le falta la aguja y el dedal). Gran caminadora, corredora, escaladora, trepadora, investigadora, exploradora, observadora, aventurera, detective, valiente, tiradora de piedras, cotilla, chillona, gritona, peleona, risueña, divertida, conocedora de su idioma, hacker, reservada con los desconocidos, amorosa con los suyos, imitaora, balaiora, tozuda… busca su autonomía e independencia siendo su único objetivo: Valerse por si sola. Es una niña feliz y bien sana. Ya tiene algunos dientes y desde siempre todo lo que ha comido lo ha ‘masticado’ muy bien y tomándose su tiempo. Es alucinante la manera que tiene para triturar una sola almendra. ‘¡¿Le das almendras tal cual?! ¡Estás loca, se puede ahogar!’ Pues si, esto es lo que me dicen. Y pues no, nos soy una madre inconsciente ya que a ella no se le ocurriría meterse algo en la boca y tragárselo sin más. Primero inspecciona, muerde y luego mastica. Además de tomar teta a la hora que le ha apetecido, ha estado comiendo mis potitos caseros de cereales (cereal en grano y uno por comida) y verduras hasta que un día empezó a rechazarlos. A pesar de su negativa, yo seguí cocinándolos igualmente. Le insistía un poco pero no había manera así que siempre acaba comiéndolos yo. Muy ricos, por cierto. Fueron unos días en que ya empezaba a sentirme como la típica madre de: ‘Mi hija no me come’. Menos mal que pronto reaccioné y decidí relajarme y no insistir para no ir a contracorriente. La dejé unos días sin potitos (tranquilos, continuaba con teta a demanda, la teta no la rechazaba) y pronto me vino una idea: Si ella imita todo lo que hago, también me imitará cuando yo coma. Y así ocurrió. Compré un platito de cerámica color azul cielo y sustituí su cucharilla de arce por una de postre de las ‘normales’ pero más redondita. Lo siguiente fue cocinar más cantidad de comida, para así comer las dos, y con más tiempo de cocción, para que fuera más digerible para ella. Serví la comida en su platito y luego en el mío. Y voilà! Cogió la cuchara y empezó a comer su plato del día compuesto por arroz integral de grano redondo, trocitos de calabaza y calabacín, alga kombu y un pelín de merluza de pincho mientras le decía buen provecho y ella asentía con la cabeza con una sonrisa de felicidad y victoria. Desde ese día empezó a comer sola. Tardamos lo mismo en comer. Con delicadeza va llenando su cucharilla con la comida que toque ese día. Nada de carne por el momento, por mucho que insistan ‘los entendidos en la materia’ (que no son pocos), y sólo condimentado con aceite de oliva primera presión en frío y sésamo tostadito y molido. Ella disfruta y yo más al verla comer y al haber descifrado su mensaje de que ella ya podía, por sus propios medios, comer sola y sin mi ayuda. Y cuando termina me da el plato. ¡Increíble! Lo último de estos días ha sido que me ha pedido mi tenedor así que ahora yo como con su cuchara. Lo que tenemos que hacer las madres… Como anécdota contar que nunca ha llevado babero. Se lo ponía y ella se lo quitaba. Está claro, yo no llevo babero. Así que, en su lugar, le pongo una camiseta encima y después de comer se la quito y listo. Creo que debería ponerme babero, tal vez así se animaría a llevarlo. El día a día es todo un aprendizaje para mi, sigo asombrándome de lo inteligentes que son y lo espabilados que están.
Hace unos días fuimos en avión, su primer vuelo, y la azafata, antes de despegar, le puso el cinturón y, justo cuando ella se marchó, se lo desabrochó en un plis plas. Me dejó con la boca abierta y a la pasajera de al lado con los ojos como platos. Así que sigo alucinando con estas criaturas tan especiales. Eso sí, alucinando con aquellas criaturas que realmente se les deja ser ellas mismas y que no están siendo domesticadas ya que me he percatado, desde que soy madre, de que hay mucho ‘salvaje’ en cautiverio y, la verdad, es una verdadera pena. ‘La preocupación por lo que come o no come el niño puede hacerse demasiado intensa y entonces es fácil que aparezca la batalla entre la madre y el niño. Él enseguida percibe que ese asunto reclama la atención de la madre y para mantener su autonomía intenta imponerse a ella.’ Isabel Menéndez. Actualmente, el archiconocido pediatra, adorado por unos y odiado por otros, que nos ‘enseñó’ cómo dormir a nuestro hijo, ha sacado otro libro en colaboración con una psicóloga y pedagoga (los títulos y acreditaciones dan mucho juego en el mundo de la crianza) donde esta vez trata de ‘enseñarnos’, un vez más, cómo dar de comer a nuestros hijos. Mi curiosidad innata hizo que me leyera este libro y así, de paso, estar al día (por llamarlo de alguna manera) de los métodos usados y recomendados por los ‘profesionales’. Ya intuía cuál sería mi opinión al respecto y más habiendo leído su primer libro: No comprendo qué empeño tenemos los adultos de quitar libertad a los pequeños, de impedirles crecer a su manera y a su tiempo… Muchos retrasan su andadura por el mundo, si, retrasan que anden y los mantienen en las sillitas para tenerlos controlados: - ¡Qué grande está! ¿Ya camina? - Si fuera por él ya andaría pero no le dejamos porque se nos acabaría la tranquilidad. ¡Menudo bicho está hecho! Hemos decidido esperar. Otros retrasan la comida sólida porque así ganan en limpieza y ahorran en ropa sucia, lavadoras y en tiempo: - ¡Qué grande está! ¡Ya con muelas y colmillos! ¿Come sólido? - ¡No! Deja, deja, que así no me mancha y termino antes de darle la comida. Seguiré una temporada más con potitos. Además, no los escuchamos, no escuchamos los mensajes que nos trasmiten cuando no quieren comer o no quieren dormir o cualquier otra cosa que se nieguen a hacer ya que no sólo se trata de sus necesidades básicas de supervivencia sino de sus estados emocionales. A lo que iba, según el autor, este método es imprescindible para ‘lograr que el niño interiorice un hábito correcto de comer en una o dos semanas’. Señores, seamos sinceros y honestos: Está claro que es para lograr un hábito cómodo para el adulto y no le demos más vueltas ni pongamos más excusas. ‘Si nuestro hijo rechaza la comida, nos debemos volver sordos y ciegos sin abandonar una actitud, serena y llena de afecto mientras volvemos a llevarle la cuchara a la boca, si la rechaza de nuevo, volveremos a intentarlo. Mantendremos esta situación 3 minutos pasado el tiempo retiraremos el plato como si se lo hubiera comido todo, retiramos babero y nos comportamos como si hubiera comido. Pasados 3 minutos volvemos a repetir la operación fingiendo que antes no ha pasado nada. Esta vez serán 4 minutos, si rechaza de nuevo la comida lo seguimos intentando durante 4 minutos. Pasado el tiempo retiramos todo y esperamos 4 minutos para repetir operación como si nada hubiera pasado. El tercer intento durará 5 minutos y seguimos con actitud tranquila, sonriente y positiva aunque por dentro nos esté corroyendo el malestar y estemos hartos. Pasado el tercer intento sin éxito se da por finalizada la comida y ya no hay más intentos. Ya se espera hasta la hora de la merienda. Si de verdad no ha comido nada, no tenemos que preocuparnos. El cuerpo está preparado para resistir largos ayunos, y recordad que un niño pasa once o doce horas sin comer durante la noche ¡y no ocurre nada! Hay mucho tiempo por delante hasta que se le agoten los recursos energéticos, y seguro que vuestro hijo no llegará jamás a ese extremo.’ Nos asegura que con estas directrices (por no llamarlas de otra manera más hitleriana) en una semana el asunto está más que resuelto pero recalca que no tenemos que darle nada de comer hasta la hora de la merienda, ‘aunque él lo pida desesperadamente’. Mi opinión personal como madre: Lo hacemos todo lineal, todo metódico, todo uniforme, sin vida y además fingiendo a nuestro propio hijo que todo está bien, como si fuera tonto y no se percatara de lo que ocurre a su alrededor. Realmente deberíamos adentrarnos un poco más para ver realmente qué es lo que hace que nuestro hijo no quiera comer. Estoy convencida de que él nos está´diciendo con esta desgana y rechazo por la comida de que hay algo en nuestra vida que debemos arreglar (si, nosotros, no él) y que cuando todo esté bien, él estará bien y comerá. Simple y llanamente, ni más ni menos. Y aún puedo urgar más en la llaga: Nos expresan así su incomodidad e inconformidad de cómo los tratamos, cómo los educamos y cómo no les dejamos expresarse y ser ellos mismos. Los adiestramos para hacernos la vida más ‘cómoda’, para que no incordien ni molesten y lo único que conseguimos, con el tiempo, es crear adolescentes perdidos, descentrados y sin saber qué han venido a hacer aquí, quiénes son, ni a dónde van… Además, estos ‘especialistas’ con sus razonamientos ‘lógicos’ y estudios científicamente probados, engordan nuestro ego y así no nos sentimos culpables por nuestros comportamientos robotizados por mucho que nuestra intuición nos diga que no es la manera de educar y tratar a nuestros hijos. Así desaparece la culpa y seguimos sin remordimientos las reglas del juego sin salirnos del patrón. ‘Hasta el primer año, niño y madre son una sola unidad de tal forma que cualquier tratamiento precisado ante cualquier patología del bebé tiene que pasar por el filtro terapéutico de la madre. Absolutamente imprescindible. Muchas patologías se podrán resolver tratando a la madre y no actuando en el niño.’ Jose Luis Padilla. ‘El estado emocional de la madre tiene una influencia determinante sobre el estado emocional del niño. Los niños son particularmente sensibles al estado emocional de las madres. Aprenden imitando lo que ven; si un niño que ya puede comer solo ve que sus mayores disfrutan con la comida quedará asociada a algo placentero y no a un trámite biológico que deja insatisfecha la necesidad emocional.’ Isabel Menédez. Totalmente de acuerdo con estas dos citas. Más que seguir un método o un manual de instrucciones deberíamos preguntarnos a nosotras, las madres, o a nosotros, los padres, o a la persona que se encarga del pequeño, qué nos está pasando: ¿Somos felices? ¿Estamos satisfechos con nuestra vida? ¿Nos sentimos vivos? ¿Por qué ese resentimiento y esa actitud agria que les expresamos? ¿Por qué ese amargor de vida?… Una vez contestadas estas difíciles preguntas, siendo sinceros con nosotros mismos y trabajando en ello, estoy convencida de que nuestros hijos volverán a comer porque es algo tan natural, básico e imprescindible como respirar. Pero está claro que los ‘ahogamos’ y de esto se aprovechan otros adultos supuestamente expertos en ‘patologías’ infantiles para sacar tajada cuando la raíz del problema reside en nosotros, los adultos, y no en los niños. ‘Sabiéndole mantener el ritmo, el niño va a comer bien salvo que haya patología por parte de la madre. Al niño tenemos que recuperarle en el ritmo de la necesidad porque necesita alimento. Y en el ritmo de lo imprescindible y lo necesario: Primero debe comer lo que realmente necesite, lo que realmente le es imprescindible, para que no se convierta en un niño glotón, un niño desproporcionadamente obeso, por una parte. Por otra parte que recupere el deseo, la necesidad, las ganitas, el hambre.’ Jose Luis Padilla. Está claro que, además de todo lo anteriormente expuesto, actualmente también influyen los comedores escolares, la comida fast-food, los dibujos y programas infantiles, la publicidad engañosa infantil, la industria alimentaria infantil…, pero lo que también está claro es que esto no es excusa para ‘sacar el látigo’ y ponernos en plan autoritario o para esconder la pasión y hacerlo todo mecánico y sin chispa. Esto no trae nada bueno sino todo lo contrario: Chillidos, gritos, lloros, desesperación, amargura, indigestión emocional, diarrea o estreñimiento mental, pena, dolor, amargura y desesperanza… Insisto una vez más con este artículo de la importancia que tiene nuestra infancia para que luego llevemos una vida adulta sana. Insisto, en la parte que me toca, con una buena nutrición física y emocional infantil para que de mayores sepamos distinguir el verdadero dulzor de la vida. Por eso, antes de empezar a hacer una terapia nutricional paso un archivo a rellenar donde hago unas preguntas específicas referentes a la alimentación que se tuvo durante la infancia así como recuerdos y experiencias con la comida de aquella época y es increíble cómo todo ello ha influido a lo largo de nuestra vida en todos los aspectos tanto físicos, mentales como emocionales. Y la reflexión del día: ¿Os imagináis que todos los niños que ya supieran andar fueran por nuestras ciudades, de pie, andando en vez de en sus carritos? Sería una verdadera revolución. Tanto económica (al traste la venta de cochecitos y otros utensilios), física (niños más ágiles y sanos, adiós a la obesidad infantil) y emocional (sensación de libertad y confianza desde bien pequeños para tener una buena base psico-emocional que les ayudará en sus años venideros). Estamos de paso por la city y mi hija es de las pocas que va andando. Niños de 3 años en carrito como si estuvieran inválidos. Las madres de estos miran a mi hija con asombro. Pues no, no hace malabarismos, simplemente anda, camina y si, se cae, se mancha las manos con la acera pero se vuelve a levantar y seguimos ‘palante’. Salud y Buenos Alimentos. Yo Isasi www.nutricionencasa.com
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