Este va a ser un post en blanco y negro.
Tengo sentimientos encontrados este año. Será porque la crisis nos golpea más a nosotros que a los franceses, alemanes e ingleses, pero encuentro que la isla está muy llena este agosto. Más de lo que estaba acostumbrado y más, creo, de lo que la gente de aquí está preparada para gestionar. Cocinas saturadas, servicios de sala desbordados, carreteras y calles llenas, desconocimiento de los usos y costumbres de aquí por parte de los de fuera y tendencia a la sobreeexplotación (se quiere llegar a más con lo mismo que se tenía, y eso es imposible), acaban provocando momentos de tensión y de nervios que hacía tiempo que no vivía. El éxito no siempre es deseable y, por supuesto, no garantiza la supervivencia. Las malas experiencias se pagan y uno acaba decidiendo: "no volveré".
A mí ya me ha pasado con un lugar al que no había dejado de ir en 34 años. Playas con "chiringuito" digno en Mallorca hay muy pocas, lugares desenfadados donde uno pueda tomar una buena ensalada y un pescado casi en bañador y junto a la playa. Uno de ellos, justito en todo, sí, pero que nunca me había defraudado en lo básico (eso sí, renunciando al vino y dedicándome a la cerveza o al shandy), era la Taverna del Mar, de Cala Santanyí. En nuestra primera incursión (a Cala Santanyí, demasiado concurrida ya porque los coches aparcan junto al arenal, sólo vamos cuando el viento sopla del norte) este verano, encontramos por primera vez todas las mesas ocupadas. El propietario, un tipo que no deja respirar a sus trabajadores (literalmente: les está encima hasta la paranoia: os diría sus nombres de memoria porque en una hora y media los gritó cientos de veces), no admite reservas. Está en su derecho, claro... Pero cuando me acerqué a preguntarle si estaba cercana la cuenta de alguna mesa, me suelta un "¿no querrá que eche a la gente de las mesas, verdad?" En fin... el hambre y el cariño de los años pasados en la cala, me hicieron aguantar y al rato, pagaron unos y nos sentamos. Siempre tomamos sardinas a la brasa y trempó o ensalada.
Han tardado tres cuartos de hora en llegar cuatro sardinas, dos de ellas nada frescas, las otras dos decentes. Los nervios en la sola camarera que atendía las mesas eran evidentes y en el veterano que estaba tras la barra (aunque joven, veterano de mil veranos), no menos. La cocina estaba colapsada e iba sacando mesas sencillamente cuando podía. Un negocio que estaba dimensionado para atender (es así) con corrección a tres cuartos de las mesas existentes como mucho, andaba ya por el segundo turno con todas las mesas ocupadas. Quedaba un solo panecillo para hamburguesas y tres chicas de Madrid se han levantado, cuando ya les habían servido las bebidas, porque no podían comer lo que habían pedido. Los comentarios insultantes del propietario, justo a mi espalda, eran constantes hacia los clientes. Por supuesto no llegaban a sus oídos, pero sí a los míos...especialmente duro ha estado con una mesa de mallorquines (no olvidaré su número...) a los que ha tildado de imbéciles y gilipollas varias veces. Hasta que una gota ha colmado el vaso: "estos de la mesa X son más gilipollas que el resto". De lo que se deducía, claro, que el resto también éramos gilipollas.
Mesas llenas y cajas a rebosar no son sinónimo de éxito. El caso de La taverna del mar de Cala Santanyí será uno de esos. No sé si el único este verano porque estoy viendo algunos otros síntomas alarmantes...Te preocupas por mal explotar lo que te viene encima, no atiendes con corrección (¡más empleados!) a la gente que te da de comer (¡no se trata solo la gente a la que tú das de comer!) y acabas con lo que te mereces: nosotros no vamos a volver.