No quisiera que se me enfadara nadie en Sevilla. Me gusta la ciudad, me pierdo por alguno de sus lugares (sobre todo, qué poco original, en Triana y Santa Cruz) y, sobre todo, tengo a no pocos amigos entre sus habitantes. Estoy en la ciudad (no me gusta decir "voy y vengo": mi presencia es más o menos permanente desde el exilio interior que les tocó vivir a mis abuelos, allá a finales de los 50 del siglo pasado y primeros sesenta) desde los tres años y sus texturas, aromas y sabores forman parte de mi DNA emocional. De una forma más intensa, estoy y trabajo en la ciudad en los últimos diez años. Y caramba, tras mis dos últimas estancias (en junio y en septiembre de 2011), si no lo digo, reviento: ¿qué le pasa a la hostelería de esta ciudad con el vino? ¿Es un problema de la clientela? ¿Somos tontos, insensibles a buenos vinos servidos en buenas copas? ¿No pedimos jamás los vinos de la tierra? ¿Les trae al pairo a los hosteleros qué sirven y cómo lo sirven porque la gente bebe lo que se les pone y punto?
No consigo entenderlo, de verdad. Todos sabemos que es una ciudad donde se come bien o muy bien a ratos. Y el vino debiera formar parte del alma de cualquier gastromía. En estos meses, enumero, he comido en lugares muy interesantes: pongamos por caso dos establecimientos de tapas creativo-recreativas. Cádiz Nueve es uno de ellos (una morcilla espléndida; unas albóndigas de humus con cuscús muy ricas; un pionono con galleta María...). Pura Tasca es el otro (quesos bosqueño y pajarete, de delirio; morcón Sánchez, espléndido; arroz meloso con magret como tomado en Doñana, muy sabroso). He comido también en lugares correctos tirando a buenos en algunas de sus propuestas. Pongamos por caso, el Bar Giralda (con una fritura de verduras muy rica); o Modesto, el restaurante de toda la vida (en Cano y Cueto 5, junto a la Puerta de la Carne), con una fritura de pescado más que correcta; o el San Marco (el de la C/ Mesón del Moro), con un salmorejo en verdad delicioso. Nunca hemos pedido grandes vinos (presupuesto manda..) y siempre me he fijado en los que se servían como vinos de la casa, en las copas que tenían pensadas para esos vinos.
Un desastre sin paliativos. Sólo se salva (con buena nota, de veras) el Ocnos Rosado 2009 (tomado en Cádiz Nueve) de Colonias de Galeón (Sierra Norte de Sevilla), un rosado por sangrado de syrah, con frescura (hierbabuena) y estructura, con aires de especia delicada (pimienta roja madura). Las copas, con todo, no estaban por la labor. Y a cierta distancia, un Montsant, del que no diré nada porque no es un vino de la tierra. Quiero destacar sobre todo ese detalle: cada vez que pido vinos tranquilos de Andalucía (no hablo de velos en flor, aunque, vaya, el discurso no es muy distinto...), sean blancos o tintos (rosados hay pocos) o, directamente, de Sevilla, me miran como si fuera marciano. Cada vez que me fijo en las copas, se me cae el alma a los pies. Generalizar es malo y ya sabéis: sólo escribo de primera mano y a partir de mi experiencia (seguro que hay sitios que no conozco que van por otro camino...). Mi experiencia es mala, sin más, y sólo puede hablar de una pésima y muy falta de calidad "riojitis" (ni "riberitis" galopante, vaya) y de un notable poco amor por el servicio adecuado del vino. Que se pongan las pilas, por favor, porque si siguen así, flaco favor le hacen a la gastronomía y a la viticultura de Andalucía. Que no sólo de vender cualquier cosa vive la restauración.