“Las tapas eran de color cobre y brillaban al mover el libro. Al hojearlo por encima, vio que el texto estaba impreso en dos colores. No parecía tener ilustraciones, pero sí unas letras iniciales de capítulo grandes y hermosas. Mirando con más atención la portada, descubrió en ella dos serpientes, una clara y otra oscura, que se mordían mutuamente la cola formando un óvalo. Y en ese óvalo, en letras caprichosamente entrelazadas, estaba el título: La Historia Interminable“. Así se describe el ejemplar de La Historia Interminable que Bastian Baltasar Bux toma prestado de la librería del señor Koreander y lee a escondidas en el desván del colegio. Cada vez que leo este fragmento del clásico de Michael Ende, rápidamente una pregunta toma forma en mi mente: ¿por qué resulta tan difícil encontrar una edición que cumpla los requisitos descritos por el autor? ¿Por qué se empeñan en vendernos ediciones que no respetan la estética requerida? He visto infinidad de diseños de cubierta diferentes para La Historia Interminable y sólo uno se ha acercado a lo que un lector amante de la obra maestra del escritor alemán podría esperar. Hemos podido encontrar intentos de parecer lo que debía parecer pero sin llegar a serlo, hemos visto ilustraciones horrendas que nada tenían que ver con la historia (¿el símbolo de “infinito” sobre un intento de niño?, ¿ese diseñador se molestó en leer el libro?), recreaciones a color de un momento de la historia (no el más adecuado para captar la esencia de la novela) e incluso nos hemos topado con ejemplares que han utilizado el cartel de la película (sí, aquella película de la que el propio Ende se avergonzó hasta el punto de llegar a rogar que su nombre fuese suprimido de los títulos de crédito). Tampoco el hecho de que esté escrito a dos colores se respeta en todas las ediciones. He llegado a verlas en tinta negra. ¡Tinta negra! ¡La Historia Interminable escrita en tinta negra!
Y digo yo, señores diseñadores gráficos y maquetadores: si en el texto se les está indicando cómo ha de ser la cubierta del libro: ¿por qué se empeñan en no respetarla? ¿Se creen así más rebeldes?, ¿más artistas?, ¿más creativos? No pongo en duda su talento y capacidad, desde luego, pero cuando no procede, no procede. Y pregunto yo, señores editores: ¿por qué encargan y/o aprueban este tipo de atrocidades? Hagamos un pequeño ejercicio: cierren los ojos. Imaginen a un lector que toma en sus manos un ejemplar de La Historia Interminable y que comienza a leer: acompaña a Bastian cuando entra en el establecimiento del señor Koreander, es cómplice del protagonista cuando éste toma prestada la obra que el librero estaba leyendo, recorre con él los pasillos del colegio hasta llegar al desván y por fin se detiene a observar el ejemplar. En el momento en el que el lector lee el título de la novela que Bastian tiene en sus manos, una sonrisa se dibuja en su cara y piensa: “¡Se trata de este mismo libro!”. Ilusionado, lo cierra para admirar la cubierta y comprobar que, efectivamente, lo que guarda es La Historia Interminable. La sonrisa desaparece. “Vaya”, piensa, “no es el mismo libro”. Se ha roto la magia del momento, ¿no?
Y es que ofrecernos ediciones tan desacertadas me parece una injusticia y una completa falta de respeto ante una obra literaria sublime, única e irrepetible que además hizo resurgir el interés por la fantasía, ha sido considerada un nuevo clásico de la literatura juvenil, ha recibido merecidos premios y ha conseguido llegar al corazón de tantos y tantos lectores.