Revista Arquitectura
Josep Ferrando me regaló, hará un tiempo, el libro que el Colegio de Arquitectos de Cataluña editó sobre la vida y la obra de Sixte Illescas. A él va dedicado este artículo.
Enlace a la página de Actar con información sobre el libro.
Siempre he defendido que la arquitectura se ha de explicar a través de unas circunstancias externas a ella que le son consubstanciales. La arquitectura no es una Bella Arte, sino una arte aplicada, en minúscula, que, más que explicar la vida, es, o tendría que ser, esta vida. Es entonces cuando funciona y toma sentido como tal. Paralelamente, siempre he creído que hay un discurso formal totalmente independiente de estas circunstancias que discurre como un hilo conductor secreto que explica parte de esta obra como un invariante más, y que esto nos conecta con la parte más irracional e instintiva del arquitecto visto como artista. La buena arquitectura es la que tiene ambas cosas atadas tan estrechamente que no se sabe dónde empieza una y dónde termina la otra. Este es el primer libro que leo que me hace dudar de esta reflexión. Su estructura es extraña. No estoy seguro que si esta estructura es su parte más débil o de si, por el contrario, es su punto fuerte. Hace pensar, eso seguro. Explico y matizo: la vida y la obra del arquitecto aparecen casi completamente desligadas, la vida explicada en primer lugar, la obra después, ambas ordenadas cronológicamente, de modo que se podría llegar a desencuadernar el libro para venderlo como dos volúmenes completamente independientes. Esto solo ya desliga la forma de la arquitectura de los hechos que la organizan, haciendo buena mi teoría, y, simultáneamente, contradiciendo el discurso central de la primera parte. La vida de Sixte Illescas está escrita por él mismo a propuesta de su hijo Albert, que li pidió unas memorias que el padre mecanografió a tumba abierta, tan sólo unas pocas páginas sin trabajar a posteriori. Albert organiza las memorias dejando el texto de su padre intacto para glosarlo a posteriori, superponiendo la glosa al texto original en una malla que forma un texto único, inseparable. El texto de Sixte se distingue por un cambio tipográfico. La glosa de Albert ocupa mucho más que el texto original. En extensión debe de ser cuatro, cinco, seis veces más. Hay que decir que Albert escribe muy bien. Escribe tan bien, de hecho, que acabas lamentando que no se hubiese dedicado más a la escritura, sea en forma de ensayo o de ficción. Su prosa es llana, trabajada de modo que parezca un discurso de café. Consigues verlo con su sonrisa permanente, como si estuviese cachondeándose de todo, sentado en una mesa de la ETSAB con la misma indolencia que en el sofá de su casa, tranquilamente, mientras va soltando un discurso que se te queda calado y que, años más tarde, sigues recordando. Albert potencia esta estructura comentando a posteriori gran parte de la obra de su padre en el segundo bloque. Algunos edificios son comentados por los arquitectos Enric Massip-Bosch y Manel Brullet, buenos amigos de Albert. Ambos conocieron, en mayor o menor medida, a Sixte.
La primera parte del libro es la más interesante. Sixte Illescas es, junto con Josep Lluís Sert y Germán Rodríguez Arias, quien realmente funda el GATCPAC, mucho antes que el GATEPAC, todavía con otro nombre. Los tres jóvenes (escandalosamente jóvenes) son los introductores de la arquitectura moderna en Cataluña, como mínimo. Probablemente en España. Sixte y Albert explican la historia de este movimiento, la historia de verdad: los conflictos con Madrid, las relaciones con la Generalidad, las historias de celos, las conversiones y reconversiones de diversos arquitectos. Sixte Illescas es el único miembro “de verdad” del GATCPAC que, llegada la Guerra Civil, no se exilia. Sufre por todos lados: primero por la represión republicana, que lo obliga a esconderse, luego por la franquista, de la que no podrá huir. Esta segunda se alargará, encarnizadamente, durante todo el resto de su vida profesional. La dictadura lo hará, prácticamente, odiar la arquitectura. Sixte será oblifado a renunciar a la arquitectura moderna, vista como comunista. El GATCPAC será desmontado (destruido) en dos tiempos, uno primero consistente en una acta de renuncia firmada por arquitectos poco protagonistas antes de la guerra, afines al régimen, y un segundo, más dramático, consistente en la destrucción física del local social del Paseo de Gràcia, y de parte de sus archivos, por parte de unos milicianos falangistas comandados por un joven José Antonio Coderch de Sentmenat, vestido de uniforme, pistola en mano. No está mal como acto fundacional de la arquitectura española de postguerra.
Sixte fue condenado a muerte hasta tres veces. Salvó la vida únicamente por una mezcla de incompetencia y colapso de las fuerzas de orden, que tenían tanta gente a matar que no sabían ni por dónde empezar. Se intuye, también, la intervención de algún amigo suyo afecto al régimen. Siempre había pensado que unos hechos biográficos no afectan a la estructura profunda de una arquitectura. La lectura de este libro me ha hecho introducir una serie de dudas en esta afirmación. El desligamiento entre la vida y la obra en este libro es, en realidad, un diálogo entre unas circunstancias extremas y unos edificios que, finalmente, son capaces de defenderse por sí solos. La obra de Sixte es ya, originariamente, discreta (actualmente, la casa Vilaró es casi invisile: dudo mucho que este hecho lo molestase), poco efectista, eficaz. Sixte convence más que seduce, construyendo unos edificios que proponen más que se imponen. Dentro del GATCPAC, Sixte representa, desde del inicio, la obra más madura del grupo: aquella que huye de los manifiestos y de los edificios pedagógicos (siempre he odiado la arquitectura pedagógica) y pasa a construir edificios modernos con naturalidad, como si se hubiese hecho toda la vida. Todos sus edificios, así sean de estilo renacentista, conservan esta aura. Albert Illescas realiza, en el libro, una de las críticas más lúcidas a una opera omnia que jamás haya leído. Sólo este par de páginas merecen la compra del libro. Albert obvia, pero, un dato: la propia obar no concebida como un conjunto sino como una suma de edificios, en el peor de los casos, educados, dignos, discretos. Con momentos brillantes incluso después de la guerra, como el conjunto de edificios que constituía la fábrica RAM. Paralelamente se describe al Sixte tertuliano, carismático, bon vivant, amante del jazz, que, como Shakespeare, es capaz de esconderse tras la obra, dejando que ésta hable con voz propia, edificios vivos que esconden al arquitecto que hay detrás. Una actitud que, en otras circunstancias, encontramos también en la obra de Albert. Este libro es el manifiesto de una cierta manera de entender una arquitectura que, por su propia naturaleza, jamás ha conseguido entrar ni en las revistas ni en la academia. La historia, a parte de los vencedores, la escribe quien la quiere escribir. Como personas formadas, deberíamos ser capaces de pasar por encima de esto y, críticamente revisarla, no sea que se nos pase, como parece que ha sucedido, toda una raza de arquitectos más interesados en la dignidad que en exhibicionismo.