Ese hombre adherido a una pelota habla poco. Juega mucho. Pisa el tablero verde y no suelta órdenes a sus compañeros. Prefiere comer piezas con un pase a Zabaleta, algunas conexiones con Agüero o unos slaloms hacia el arco de Colombia. Así es Lionel Messi, el crack que energiza el ánimo de sus compañeros y paraliza el chip cerebral de los rivales. Algo más de 30 minutos le alcanzan para mostrar su cartel de líder. Intenta frenarlo su físico gastado o la falta de rodaje en las últimas semanas, pero pide más. Siempre, a bajo volumen. Con palabras escasas. Una marca registrada con la que galopa desde sus días de alumno en Rosario. Ya lo dijo Mónica Dómina, su maestra de primer a cuarto grado, en el libro de Leonardo Faccio: “Era un líder que ejercía en silencio, por acciones y no por palabras. Veo que ahora sigue igual”.