* Crítica de 'Solo se vive una vez' ('You only live once'; U.S.A., 1937), de Fritz Lang, con Sylvia Sidney y Henry Fonda).-
* ADVERTENCIA PREVIA: Esta reseña contiene numerosos detalles acerca de la presentación, el nudo y el desenlace de la película reseñada (que la destripa de manera inmisericorde, para entendernos...). Avisadas/os quedan...Nunca es fácil volver a empezar. No debió serlo, tampoco, para Fritz Lang, un hombre que, en la década precedente —la de los veinte del pasado siglo—, ya había firmado varios títulos que le reservaban un lugar incuestionable en la historia del séptimo arte (El doctor Mabuse, Metrópolis o M, el vámpiro de Düsseldorf, entre otros), y que, por mor de avatares políticos de sobra conocidos, se vio en la tesitura de tener que reemprender su carrera al otro lado del Atlántico. Nuevos tiempos, nuevos modos: había que sacrificar audacias formales en el altar de las convenciones cinematográficas, y Lang demostró saber estar a la altura de tales exigencias, renunciando al brillo para ganar en solidez, sin que ello significara un abandono absoluto de ciertas constantes creativas. 'Solo se vive una vez', la segunda entrega de su periplo estadounidense, es una buena muestra de tales premisas, y un ejemplo representativo de la solvencia de Lang para dar a su material narrativo un tratamiento asumible por la industria hollywoodiense sin que ello implicara la disolución plena de su personalidad como director.
'Solo se vive una vez' es, en esencia, un drama fatalista con ribetes criminales, que nos cuenta las vicisitudes de la pareja formada por Eddie (Henry Fonda) y Joan (Sylvia Sydney) Taylor; él, un hombre sencillo y sin pretensiones, al que las circunstancias de la vida han empujado, en cierta manera, a una carrera delictiva que le ha llevado a cumplir varias condenas en prisión; ella, la secretaria de un competente abogado, risueña y eficiente, portadora de un amor en cuyo fondo late un punto de ánimo redentor. Tras cumplir su tercera condena, Eddie sale de la cárcel con sus cuentas formales saldadas, pero en su actitud hay un fondo de desconfianza y resentimiento que ni siquiera la influencia benéfica de las personas más cercanas a él (Joan, por supuesto, y el padre Dolan, el cura de la prisión, en quien Eddie siempre ha tenido un pilar en que sustentarse moral y anímicamente) consigue eliminar, y que se refleja en el tono áspero y desabrido de su relación con su entorno personal.
Aún así, la historia nos ofrece un momento, breve, de atisbos de felicidad (que Lang plasma en imágenes óscuras, cargadas de un cierto punto de lirismo), una suerte de interludio previo a la caída definitiva: Eddie se casa con Joan, consigue un trabajo y concierta la compra de la vivienda en la que debe sentar las bases de un futuro convencionalmente feliz y sin sobresaltos (familia, hijos, tranquilidad...). Pero las cosas no tardan en torcerse de nuevo: Eddie, tras perder su trabajo, se ve acusado de un atraco a un banco que no ha cometido, e, inducido por Joan, se entrega para tratar de probar su inocencia, con un resultado desastroso, dado que lo que termina encontrando es una condena a muerte. Joan, corroída por un intenso sentimiento de culpa, termina atendiendo los requerimientos de Eddie, y, tras una accidentada fuga carcelaria de éste, marcha con él (tras dejar al hijo de ambos al cuidado de su hermana), en una huida desesperada hacia una frontera tras la que poder plantearse una nueva oportunidad vital. Empeño inútil: la suerte de ambos está definitivamente echada...
A lo largo de toda la historia, Lang incide en una serie de ideas-fuerza temáticas que impregnan la trama y la dotan de ese aliento angustioso y doliente bajo el que se despliega todo su desarrollo: la del falso culpable (ésa sobre la que el maestro Hitchcock llegaría a erigir toda una filmografía completa); la de la dificultad de reinserción de aquellos que, circunstancialmente, se han visto marcados por el estigma (o, más bien, la etiqueta) de un comportamiento rechazado socialmente, ante la incapacidad de los colectivos humanos de proyectar una mirada desprovista de prejuicios sobre aquello que les rodea; o la de que, en la partida de la vida, se juega siempre con cartas marcadas, para bien o para mal. Son estas ideas y conceptos las que determinan el posicionamiento de los personajes, los avatares a que se ven sometidos y, en última instancia, el desenlace final de su aventura vital, y Lang las maneja con convicción y con un aparato formal que, más allá de algún alarde puntual en angulaciones o iluminación de algún plano o secuencia (reminiscencias de sus deslumbrantes tratamientos expresionistas de la década precedente), se muestra sobrio y eficaz.
'Solo se vive una vez' quizá no está llamada a ser, en el contexto de la filmografia de su autor, una muestra señera del cine de Lang, pero sí que puede ser considerada, con todo merecimiento, una pieza estimable, y a la que su mirada profundamente pesimista sobre la condición humana en su vertiente social no merma un ápice de autenticidad —más bien al contrario, le dota de un verismo acusado— ni de interés. No debía ser casual esa mirada en el caso de un hombre cuya experiencia personal invitaba a albergar poca esperanza acerca de quiénes somos, cómo funcionamos y a qué destino nos abocan tales pautas. No...
* En las imágenes: De arriba a abajo, Fritrz Lang (director), Sylvia Sidney (protagonista femenina) y Henry Fonda (protagonista masculino).- Fotografías provenientes del fondo de Wikimedia Commons.-