Tras el inesperado éxito de la primera parte -tras el cual George Lucas pudo convertirse en productor independiente y empresario de éxito en Hollywood-, era de esperar la secuela de la saga espacial más importante de todos los tiempos. La segunda parte de Star Wars es más grande que su predecesora en todo: en presupuesto -18 millones-, en duración, en efectos especiales -las 380 tomas digitales de la primera entrega pasaron a ser 500-, en personajes -a destacar el emperador Palpatine- y, sobre todo -y aquí está la clave- en oscuridad. George Lucas acertó, por tanto, cediendo el timón en la dirección al que había sido uno de sus antiguos profesores de cine, Irvin Kershner, el cual imprimió a esta secuela de un tono y un estilo más sombrío que el Episodio IV; tono y estilo, dicho sea de paso, del que J. J. Abrams bebió para llevar a cabo el Episodio VII: el despertar de la fuerza (2015). La fórmula de Kershner al frente del Episodio V: El imperio contraataca (1980) es clara: potenciar todas las virtudes de la anterior entrega y mejorar lo que podía ser mejorable. El resultado es una de las pocas secuelas en la Historia del cine que superan a la original, así como una obra fascinante y operística del primer al último minuto.
La acción de esta segunda entrega de la saga -la quinta si nos ceñimos al orden cronológico- se sitúa tres años después de la destrucción de la Estrella de la Muerte. Después de un brutal ataque de las fuerzas del Imperio a los rebeldes, Luke Skywalker (Mark Hamill) y R2D2 parten en busca del poderoso maestro jedi Yoda, pozo inagotable de sabiduría. Mientras tanto, Han Solo (Harrison Ford) y Leia (Carrie Fisher) siguen más conectados que nunca, mientras el maligno Darth Vader solo piensa en la forma de aniquilarlos. Precisamente uno de los puntos fuertes de la película es la madurez que alcanzan los presentados en la primera entrega, mérito atribuible a la prestigiosa guionista de ciencia ficción Leigh Brackett, y también a Lawrence Kasdan, quien completó el guión después de que la primera falleciese antes de terminar su trabajo. Precisamente por lo bien trazados que están los personajes y los excelentes diálogos del film, J. J. Abrams fichó para la séptima entrega de la saga al propio Kasdan. Éste y Brackett, siempre basados en una historia del propio Lucas, le dieron a la obra y a los personajes un calado emocional del que no gozan ninguno del respeto de episodios de la saga -ya no sólo por la tensión sexual no resuelta entre Han y Leia, sino por todo el tejido familiar del personaje de Luke-, e introdujeron algunas de las frases más características de la serie, como la correspondiente a la revelación final de Darth Vader o todas las pronunciadas por Yoda –“la guerra no le hace a uno más grandioso”-, quien le enseñará a Luke los caminos de la Fuerza.
En el plano visual, aquí se agudiza aún más en el sentido de la estética, sacando el máximo partido a los efectos visuales y a la tecnología de la época -las explosiones, por ejemplo, están más trabajadas que en su predecesora, y los viajes en el espacio son más creíbles-. También se potencia el sentido del espectáculo, con unas secuencias de acción concisas y eficaces, que consiguen mantener en alerta al espectador todo el tiempo. Buen ejemplo de ello, junto al legendario duelo en la cumbre final, es la mítica batalla de Hoth, uno de los momentos cumbres de la saga. Conviene resaltar también el espléndido diseño de producción, que tiene su máximo exponente en el destructor estelar, importante arma del Imperio y todo un objeto de orfebrería bastante codiciado por los fans. En esta entrega, además, podemos seguir disfrutando del que sin duda es uno de los personajes claves de toda la serie, el C-3PO; su extraña mezcla entre entrañable, divertido, servicial y bondadoso hace que nos encariñemos de él, todo lo contrario a lo que suscita su compañero R2D2, quizá el rol más débil de la saga. También mejora respecto a su predecesora la música, que corre nuevamente a cargo de John Williams. Prueba de ello es La marcha imperial de Darth Vader.
Convertida en la película más taquillera de 1980, Star Wars. Episodio V: El imperio contraataca ganó 2 Oscar: mejores efectos visuales y mejor sonido, a lo que a este último seguro contribuyó la espeluznante respiración del malvado Vader, capaz de poner los pelos de punta. La película, la más compleja y mejor elaborada de todas, rompió moldes en su día por ser la primera gran obra maestra del género de space opera -obviando 2001: Una odisea en el espacio (Stanley Kubrick, 1968), claro está-, y por uno de los finales más abiertos e inesperados hasta la fecha. Habría que esperar 3 años todavía para ver el Episodio VI: El retorno del Jedi (1983), el broche de oro a una trilogía inolvidable.