Revista Bares y Restaurantes
Decía Umberto Ecco en el Cementerio de Praga: ¿Quién soy? Quizá resulte más útil interrogarme sobre mis pasiones, de las que tal vez siga adoleciendo, que sobre los hechos de mi vida. ¿A quién amo? No me pasan por la cabeza rostros amados. Sé que amo la buena cocina: sólo con pronunciar el nombre de La Tour d’Argent experimento una suerte de escalofrío por todo el cuerpo. ¿Es amor? Y realmente creo que hay momentos en la vida donde nuestras pasiones se encaminan de manera preferente hacía el hedonismo epicúreo y solo el recuerdo de platos degustados en algún establecimiento nos trae recuerdos tan placenteros que soñamos con volver a experimentarlos. Y quedando esta taberna tan lejos de la Tour d´Argent, como lo está Murcia de París. Hay platos que han conseguido quedarse de manera permanente y grata en mis recuerdos. La taberna tiene entrada a dos calles, podemos entrar por la Avenida Don Juan de Borbón, pero también por el ajardinado paseo paralelo Ingeniero Sebastián, donde tienen una agradable terraza para los meses de entretiempo. El local no es muy grande, y está decorado con el estilo típico de las tabernas de aire andaluz. Allí hacen una cocina clásica, con matices innovadores, pero solo matices, pues hay veces que por comodidad o falta de tiempo vuelven a lo clásico, sin complicaciones.
De todas las veces que he tenido la oportunidad de ir a la Taberna, que no son pocas, rara vez he variado lo pedido, pues como me pasa en el Restaurante Acuario con la lubina al hojaldre, hay algunos platos que me gustan tanto, que no estoy dispuesto a dejar pasarla ocasión de tomarlos. Siempre ofrecen algo fresco del mercado, como almejas, calamares.... Empezamos pidiendo unas quisquillas, que bueno, nada excepcionales y después unos chopitos rebozados. Pero el entrante que más me gusta, un carpaccio de tomate. Un plato que vimos por primera vez allí, muy sencillo de hacer pero todo lo que tiene de sencillo, lo tiene de bueno. Un tomate cortado lo más fino posible, como papel de fumar, y sobre él, atún en aceite y huevo duro cortado muy pequeño. Ese plato tan sencillo aliñado, da un resultado de escándalo y es una forma distinta de hacer ensalada. Es de los platos que podemos hacer en casa de dificultad cero.
Mi plato principal fue rabo de toro, aunque he de confesar que últimamente estaba un poco desilusionado con este manjar. Un par de desengaños me había hecho arrastrar del pedestal en el que se encontraba este plato, y aupar la carrillera estofada. Y creo que no soy el único desilusionado. Decía hace unas semanas Martín Ferrán en el XLSemanal. que no es fácil encontrar auténtico rabo de toro de lidia. Ilusos quedan que creen que el rabo de toro que nos sirven es realmente de toro de las dehesas castellanas. Y ampliaba la información con un comentario de Alfredo Amestoy sobre los establos, que debido a la higiene de estos, el ganado mueve menos el rabo para quitarse las molestas moscas perdiendo músculo, textura y sabor el guiso. Esto me lleva a recordar algo que leí, sin venir mucho a cuento, del faisanaje, esa operación que consiste en dejar en un sitio fresco las pequeñas aves de caza, en especial el faisán, hasta casi llegar a la putrefacción, entonces las carnes se ablandan, cambia el sabor por la invasión de sustancias casi tóxicas de los intestinos en descomposición y entonces los franceses y algún snob disfrutan del manjar. Si al final la higiene no va a ser tan buena.
Volviendo al rabo de toro. La primera vez que lo tomé en el Siglo XXI, me cautivo, desmigado, con aceitunas y acompañado de arroz blanco, que se mezclaba con la salsa y daba un resultado que años después me sigue haciendo la boca agua. Lamento decir que de las innumerables veces que he vuelto después y lo he pedido, que ha sido siempre, ninguna ha conseguido igualar el de aquel día. No se si el reposo, las aceitunas o el desmigarlo, pero todo han sido desilusiones. Esta última vez lo hicieron con caracoles, patatas y arroz. Además los trozos eran considerables, sin deshuesar y la cocción en su punto. No estaba como el primero, pero consiguió que volviera a creer en el rabo de toro. Pienso que desmigado gana muchos puntos este plato. Aunque si en un restaurante tienen rabo y carrillera, creo que no tendría dudas en mi elección. El vino, fue un Vega Murillo de 2008, D.O. Toro recomendado por la casa. Esta vez no vi ningún cartel, pero antes daban la oportunidad de poder llevar nuestro propio vino con un incremento de tres euros por descorche. Buenísima opción.
Mi compañero de al lado pidió un solomillo al foie. Venía acompañado con las mismas patatas y arroz que mi plato y aunque juraba y perjuraba que estaba riquísimo, creo que el chef debería echarle un poco más de imaginación a la hora de emplatar.
El postre que siempre pedimos es el cremoso de la casa, muy rico, pero un poco empachoso, así que esta vez, cambiamos y con el grato recuerdo de la crema catalana del Miramar, pedimos sus homónimas. No fue una buena decisión. Café y a casita que mañana hay que trabajar.
El precio fue un poco alto, aunque es cierto que tomamos las quisquillas que siempre suben. El servicio muy acorde con el entorno de la taberna. Muy cercano y siempre queriendo agradar. Recomendable y buena opción si se va con niños. No es de los que tienen juegos para ellos, pero el parterre les permite jugar mientras los mayores hacen sobremesa.
La Taberna Siglo XXI, está en la avenida Don Juan de Borbón número 24 y para reservar, podemos llamar al teléfono 968 20 30 15.