Revista Cine
Quentin Tarantino siempre se ha caracterizado por reunir una amalgama de influencias sobre las cuales construye algo nuevo. Como uno de los máximos exponentes del posmodernismo en el cine, QT pertenece a una generación de realizadores que hacen cine a partir de la referencias procedentes de películas previas. Así ha sido como su poderosa filmografía se ha vertebrado entorno a sucesivos homenajes a los géneros y estilos narrativos de su predilección.
El rasgo más distintivo de su cine siempre queda definido por la acertada mezcla entre humor y tensión. Su objetivo permanente es el de trabajar mucho las secuencias, aderezándolas con buenos diálogos o grandes dosis de acción, mientras trata de buscar el lado más divertido en las situaciones más duras y extremas.
Estos principios fundamentales han podido funcionar mejor o peor según el proyecto que haya dirigido pero no se puede poner en duda el valor inestimable de su cine desde que en 1992 estrenara Reservoir Dogs. Tarantino quiere divertir y entretener al público y su impacto es indudable tanto en los que se consideran seguidores como en aquellos que visceralmente se declaran detractores.
En mi caso, tras haber disfrutado con todas sus películas, sufrí una contundente decepción ante el resultado de Malditos Bastardos (2009). Su audaz planteamiento pronto se diluía en un sentido del absurdo excesivo que, por momentos, la convertía en una traviesa payasada. Además, el film acusaba fuertes bajones de ritmo que demostraban cierta desconexión argumental provocada por la ausencia de secuencias que no pudieron entrar en el montaje final.
Ante esta situación, afrontar el visionado de Django Desencadenado me suscitaba ilusión pero también escepticismo. Afortunadamente, su nuevo trabajo es mucho más consistente y está mejor construido que el film precedente. Tarantino ha conseguido crear un largo guión que traza líneas narrativas completas. Con estos fundamentos, la película puede desarrollarse con la contundencia habitual preservando el buen desarrollo de los personajes y la clásica introducción de grandes canciones que, como siempre, tienen la virtud de haber sido sabiamente elegidas y mejor colocadas en las escenas adecuadas.
La idea de Django Unchained surge cuando Tarantino empieza a escribir un ensayo sobre Sergio Corbucci, uno de los directores más destacados del "Spaghetti Western". Analizando la carrera del realizador italiano y, en especial, su película cumbre, Django (1966), QT visualiza la posibilidad de producir un nuevo proyecto. Piensa en recoger el aroma de esas películas y llevarlas a su terreno, incluyendo un tema que le obsesionaba desde tiempo atrás: la esclavitud.
Así pues, empieza a trabajar en un guión que homenajeará a dos películas de Corbucci, El Gran Silencio (1968) y Django (sobre la que además aprovecha el título), y lo combina con influencias procedentes del cine de esclavos, cuyo principal exponente es Mandingo (1975), de Richard Fleischer.
Sitúa la acción, en los estados sureños, dos años antes del estallido de la Guerra Civil norteamericana y obtiene así el marco ideal para desarrollar esta historia de venganza y violencia descarnada. A partir de este inicio, presenciamos un gran espectáculo que combina adecuadamente la maestría habitual en el desarrollo de diálogos y las grandes "set pieces" de acción y tensión. La mayor virtud de la cinta creo que reside en el hecho de que el director es capaz de trasladarnos a la época y entorno social de la trama desde el primer minuto gracias a la brillantísima inclusión del tema principal del Django de Corbucci, mientras nos presenta al esclavo protagonista en un via crucis cuyo destino final no parece demasiado prometedor.
Tarantino focaliza su atención en Django y en el valor de superación que transmite desde el primer momento. Disponiendo de un escenario de contexto tan bien orquestado, el guión nos presenta al Doctor King Schultz (brillantemente interpretado por Christoph Waltz), un hábil y burlón cazarrecompensas, que se convertirá en el mejor aliado para la cruzada personal de Django: recuperar a su esposa de las manos del refinado, a la par de siniestro, Calvin J. Candie, propietario de una de las mayores plantaciones del estado de Mississippi y aficionado a las peleas de mandingos. Una vez más, resulta imprescindible reseñar la magnífica labor de Leonardo DiCaprio. Su crueldad, camuflada bajo el atuendo de un terrateniente afrancesado, supone un aliciente de reactivación dramática de la película en su segunda mitad. Y, a su lado, la habitual presencia de Samuel L. Jackson, en el papel del miserable Stephen, no hace más que mejorar el panorama ante un clímax final en la cumbre.
En Django Desencadenado no encontramos fórmulas de western clásico. QT construye una nueva narrativa dentro del mítico género norteamericano. El desarrollo, a diferencia de su acercamiento a la Segunda Guerra Mundial, resulta convincente y rotundo, con respeto máximo a los personajes. También es gratificante ver cómo el realizador amplía su scope rodando en grandes parajes naturales y sacando partido de su luminosidad gracias al fenomenal trabajo de Robert Richardson, director de fotografía.
Sobre cuestiones de estilo, me gustaría resaltar una secuencia que ocurre en Candyland y que evoluciona desde la aparente corrección de una conversación elegante hasta un estallido de furia, violencia y muerte. La facilidad con la que es capaz de intercalar planos, mientras va agregando elementos de tensión en el diálogo, convierte al enfrentamiento entre Schultz y Candie en uno de los grandes momentos de la película. Observar como podemos pasar de la más rotunda calma a la peor de las tempestades resulta un espectáculo brillante de sorpresa y contundencia. A pesar de la baja apreciación global que mantengo sobre Malditos Bastardos, debo decir que Tarantino también conseguía el mismo efecto en una brillante y larga secuencia en que Archie Hicox (Michael Fassbender) y su grupo se ven abordados por el mayor Dieter Hellstrom (August Diehl). La resolución de la escena es el ejemplo más cercano de este crescendo en tensión narrativa que acaba conduciendo a un brutal desenlace.
Estamos ante una película que va a generar opiniones muy diversas e incluso opuestas. Os invito a que lo debatamos en el apartado de comentarios. Mientras, os dejo con la magnífica canción que abre el film. Se trata de la pieza original, incluida en la banda sonora del Django de Corbucci. Compuesta por Luis Bacalov e interpretada por Rocky Roberts, esta canción tiene la virtud de entrar en el alma del público con efecto inmediato.