Te quiero, pero no puedo estar contigo. Te quiero, pero estoy confundido/a. Te quiero, pero necesito tiempo. Te quiero…pero ni me voy, ni vengo. ¿Cómo actuar cuando un te quiero, pero…te deja en tierra de nadie?
Tanto si te han dejado como si te has enamorado de una persona que te pone la adversativa por delante, tu pregunta será la misma: ¿a quién hago caso? ¿al te quiero o al pero? ¿me marcho de aquí o me quedo esperando?
Querer es una palabra que implica muchos y muy sutiles matices. Puedes querer mucho a tu padre y a tu madre. Puedes querer a tu mascota o a tu mejor amigo. Puedes tener cariño, sentir afecto o amar con locura. Y a pesar de que un te quiero en una frase con un pero puede ser totalmente honesto, no significa necesariamente eres el amor de mi vida sin el cual no quiero vivir y haré todo lo que sea posible para que seamos felices juntos.
Cuando una persona de la que quisieras algo más que cariño nos dice un te quiero, pero...solemos quedarnos con la primera parte de la frase, en lugar de atender a la segunda, que es la que realmente pesa.
Porque un te quiero significa te quiero. Pero un te quiero, pero…es una frase negativa. No quiere decir lucha por mí, reconquístame, quédate esperándome a ver si me aclaro. suplícame de rodillas…Quiere decir exactamente lo que quiere decir: esto es, un NO.
Un ejemplo práctico:
Me gustaría ir a este viaje, pero…
Quiero apuntarme a un curso, pero…
Desearía aprender un idioma, pero…
Sé sincero/a. ¿En cuantas de las ocasiones en las que utilizaste una frase así llegaste a hacer lo que dijiste que te gustaría, querrías o desearías hacer?
Cuidado con agarrarse a un te quiero dudoso, porque cuando ansiamos estar con una persona convertimos la incertidumbre en una esperanza que nos hace asumir situaciones que no nos gustan o que nos duelen con tal de convencer o hacer méritos para que nos amen sin peros. Nos guste o no, las relaciones se hacen por las ganas, la voluntad y el compromiso de dos.
Ante un te quiero, pero…, lo más sano es actuar como ante un no te quiero. Retirarse con dignidad, asumir que las dudas son problema del otro, no nuestro y que el discurrir de sus sentimientos está fuera de nuestra jurisdicción, por lo que a nosotros nos toca ocuparnos del único amor que debiera ser siempre rotundo y eterno: el amor propio.