Últimamente veo cómo están cambiando las relaciones sociales desde hace un tiempo no superior a una década contada desde los tiempos presentes. Supongo que cada uno tiene una visión particular de muchos hechos que me gustaría contar que han ocurrido en este tiempo, y que, de una manera u otra, han influido en la forma en la que se hacen las relaciones sociales. Intento acordarme de cómo eran las relaciones sociales cuando era un crío. No recuerdo mucho, pero me acuerdo de tener un contacto cercano con los vecinos, con los compañeros de clase, con los profesores,… No éramos amigos, pero podías sentirlos cerca de ti.
Pero llegó la era de las tecnologías, tecnologías que nos iban a facilitar nuestra vida diaria: mejoraron el acceso a la información, hicieron las comunicaciones mucho más rápidas y sencillas, crearon nuevas formas de entretenimiento,… Todo esto es cierto, pero, como todo, las tecnologías son como una moneda o como la economía, pues tienen dos caras: una, la que acabo de describir, la cara positiva, y otra, la que hace referencia a los efectos negativos que tiene, no la tecnología en sí misma, sino el uso que se hace a veces de ella.
Me acuerdo de cuando llegó internet por primera vez a mi casa. Me acuerdo que teníamos que usarlo por un tiempo limitado, pues mientras usabas internet, no funcionaba el teléfono (me refiero al fijo, pues para llegar a lo de los móviles aún falta un poco) ni el fax (que aún me acuerdo de usarlo más de una vez), y hasta un tiempo después no llegaría el ADSL. Aún tengo algún vago recuerdo de cuando tuve mi primera cuenta de correo electrónico. No es que lo usase mucho en aquella época (prácticamente lo usaba para eliminar el spam), pero cuando eres un crío, ese tipo de cosas te hacían ilusión. Unos años después vendría el Messenger, y con este programa empezaba la era de la mensajería instantánea, y con ello, vendrían horas de interminables conversaciones con los chicos y chicas que conocías (o no) en medio de una lluvia de emoticonos y zumbidos. Hubo una etapa posterior que yo me salté: la época del Fotolog. No pasé por esa etapa, así que, según nos dirían algunos psiquiatras y psicólogos, puede ser que tenga algún trauma ahora por no haber completado ese ritual de la adolescencia. Pero estad tranquilos, que la madurez ya se encarga de decirme que no me perdí demasiado.
Pasarían unos pocos años más para la llegada de la era de las redes sociales. Nos iniciamos en aquella red social con tanto acné por metro cuadrado: Tuenti. Que ilusión tener Messenger y Fotolog juntos y bajo una fórmula mejorada en un mismo sitio. Que ilusión subir miles de fotos tuyas de fiesta, de viaje, en casa,… Que famosas se hicieron las fotos de morritos, y las que te sacabas frente al espejo de un baño, mucho mejor si era el de una discoteca (por supuesto, que se note que te has ido de fiesta, y que lo sepa todo el mundo). Se forjaba ese término que tan usado está ahora: el postureo. Un par de años después, eres un pelín más maduro (pero sólo un pelín, eh) y entonces te decides a establecerte por los mundos de Facebook. Pero en realidad hacías prácticamente lo mismo que en Tuenti, sólo que ahora leías y compartías con la gente noticias y chorradas varias, dándole a me gusta a distintas páginas, y escribías extensos párrafos creyéndote un filósofo, un crítico, o un moralista. En algunos casos, también llegamos al uso de Twitter. Resulta que esa filosofía que proclamabas en Facebook ahora la tienes que reducir a 140 caracteres (cabe decir que a más de uno le sobraban 139 de esos caracteres), y que tienes que usar arrobas para mencionar a la gente, y almohadillas para poder estar en el candelero de los temas de moda en esta red social (los famosos trending topic).
Por otro lado, cuando yo era pequeño recuerdo que no había móviles. Y no pasaba nada, la vida se hacía igual sin móviles, había un teléfono fijo en casa y con eso ya bastaba (e incluso antes ni siquiera había teléfono fijo y se vivía normal). Los teléfonos empezaron a no tener cables con los teléfonos inalámbricos, esos que usas en casa por no ir a donde está el teléfono fijo, y que al cabo de un tiempo, los tienes que poner a cargar en una base.
En cuanto a los primeros teléfonos móviles, desde luego aquellos primeros ejemplares eran casi como una caja de zapatos, algo que supongo debía ser muy incómodo para llevar pegado a la oreja. Además, la gente por la calle se te quedaría mirando y pensando que estaría haciendo este extraterrestre. Pero eso es anterior a mis recuerdos, el primer recuerdo que tengo de un móvil (que por supuesto no era mío) es el de un Motorola amarillo y negro con teclas gordas, de un tamaño bastante grande (en relación con los móviles de ahora), y con una pantalla muy parecida a la de las calculadoras. Y, por supuesto, en blanco y negro. Pasaría un tiempo hasta que tuviese mi primer móvil, que era en color, y sin grandes lujos. Poco antes de ese momento, vi a muchos de mis compañeros de clase con unos móviles muy avanzados para ese momento, incluso más modernos que el que usaba mi padre en ese momento (conste decir que en el caso de mi padre era una herramienta de trabajo, no una nimia ostentación utilizada para aparentar riqueza como era el caso de estos críos). A lo largo de mi vida he cambiado varias veces de móvil, pero esos móviles que recibía siempre eran usados previamente por algún miembro de mi familia, o que la compañía telefónica te hacía alguna oferta (sobre todo por cambios de tarifas) por la que te dejaba un terminal gratis o a un precio bastante rebajado. De hecho, el móvil que tengo ahora lo obtuve mediante esto último. Es un buen móvil, y no me quejo. Pero parece que esto es algo demasiado “working class” para bastante gente. Yo me pregunto: ¿Qué es eso de gastarte 800€ o más en un móvil que lo único particular que tiene es una manzana mordida en un lateral como logo? ¿En serio? ¿Te das cuenta de cuánta gente en el mundo no tiene ese dinero para poder mantener a su familia durante varios meses?
Pero a lo que iba. En estos últimos móviles que hay ahora, los llamados “smartphones”, ahora puedes tener mogollón de aplicaciones, entre ellas, el archiconocido Whatsapp. Con esta aplicación (y sus homólogas de la competencia) y una buena tarifa de datos, ya mejoras todavía más la mensajería instantánea. Y si no te gusta estar mucho en el ordenador, pero te gustan las redes sociales, sólo tienes que bajar sus versiones en aplicaciones para móvil, y ya está, con todo este equipo ya puedes pasearte todo el rato por la calle adelante, que no te vas a enterar de si te cruzas con alguien, ni de si pasan coches cerca de ti en un paso de cebra, o si estás a punto de chocarte contra una farola, un poste, una persona, una pared,…
Todo esto viene a que, a medida que los avances tecnológicos se iban configurando, cada vez sentía más que la gente se alejaba de las personas, se volvía más individualista, se estresaba más, dejaba de interesarse por muchas cosas distintas a las que esta tecnología les podía aportar,… hasta llegar a estos tiempos presentes, donde esto ha llegado, en mi opinión, a niveles demasiado elevados. En este mismo blog, Orson López en su entrada ¡Malditos auriculares!, ya apuntaba algunas de esas cosas que la gente se perdía por el uso abusivo de la tecnología. A mí me gustaría incidir en el tema de las relaciones sociales en asociación con esto.
Son incontables los restaurantes y cafeterías alrededor del mundo en los que podemos ver mesas llenas de personas que supuestamente se conocen entre sí: familiares, amigos, vecinos, compañeros de trabajo,… pero prácticamente no se miran a la cara, pues están practicando la agilidad de su dedo pulgar con los móviles.
Es muy curiosa, pero también tristemente habitual, la situación en la que alguien te dice por Whatsapp que tiene ganas de quedar contigo, y entonces al final quedas con esa persona, y estás con esa persona en un bar, un parque, un piso,… pero sólo estáis en contacto físico, pues no te está atendiendo, porque está casi todo el tiempo mirando en el móvil y hablando por Whatsapp, seguramente hablando con otra persona sobre cuándo quedar, para que al final, el tiempo que queden, la persona con la quedaste lo utilizará para hablar contigo de nuevo por Whatsapp para que vuelvas a quedar con ella. Y así se repite el ciclo una y otra vez. ¿Y qué resultados ha cosechado todo esto? No creo que tenga espacio ni energía suficiente para poder hablar de todas las posibles consecuencias de estas prácticas, si bien intentaré hablar de unas cuantas de ellas.
La primera de todas es el estrés. Que estrés tenemos cuando mandamos un Whatsapp a alguien y no lo mira o no nos responde al instante. ¿Por qué tienes meter prisa a la gente de manera innecesaria? Alguien me puede utilizar el contraargumento de que a veces lo que mandas es urgente o tremendamente importante. Créeme, si le tienes que decir algo urgente o tremendamente importante a una persona, la llamas, no le mandas un Whatsapp.
Otra consecuencia es el control obsesivo que tenemos sobre algunas personas. Me refiero a lo del momento de última conexión. Que desde hace un tiempo lo puedes ocultar, vale, pero antes esto no era así. Cuantas parejas han roto porque alguno de los miembros de la pareja (o ambos), vigilaban constantemente el momento de última conexión de su pareja, y si veían que la hora no cuadraba, es que, por supuesto, les estaban siendo infieles o ya no les querían porque estaban haciendo otra cosa, y eso, según esta mentalidad, es señal de que su novio o novia no les consideraba como su prioridad. Mucha de esta gente no se da cuenta de que la desconfianza es uno de los peores ingredientes para cultivar una relación.
Que decir también de la falta de contacto cara a cara con la gente. Lo que describí anteriormente de las cafeterías. Apenas tenemos amigos de verdad, a los que puedas acudir si tienes un problema, o que te valoren realmente por cómo eres. Eso sí, tenemos miles de amigos en las redes sociales, que suben fotos, escriben párrafos sobre lo miserable que es su vida, y frases célebres con las que aparentan ser filósofos, además de insultos y críticas varias a personas que conocen, y que incluso a veces consideran amigas (eso sí, nunca mencionan quién es esa persona, no vaya a ser que tenga comentarios negativos en el muro de Facebook, o que sean demasiado valientes como para poder decirles todas esas cosas a la cara a esa persona), o incluso hacen demagogia política barata, creyéndose absolutamente todo lo que sale en los medios de información (pues claro, para esta gente, con leer la prensa ya es suficiente para poder conformar un pensamiento político). Por supuesto, no son capaces de ver las mentiras que se cuentan muchas veces en estos medios. Además, para qué leer un libro (ya no digamos dos) sobre política, eso es de frikis.
Y después de otro breve desvío sobre el tema que aquí nos ocupa, también hay que hablar de la infelicidad que se puede tener a largo plazo, cuando llevas tiempo viendo el perfil de Facebook de una o varias personas que no paran subir fotos suyas de vacaciones, en la playa, comiendo con gente, de fiesta en una discoteca,… Siempre suben lo bueno y lo mejor a Facebook, y claro, puedes pensar sobre lo feliz que vive esta gente y tú, que tienes que aguantar mucho tiempo de aburrimiento, muchos malos ratos o malos días con bastante frecuencia, pues claro, estás triste al ver lo bien que está esta gente. Esto se cura sabiendo que esta gente no sube sus problemas personales a las redes, por lo que todo es “postureo” y no tienen por qué ser más felices que tú. De hecho, a veces los que suben más fotos en momentos felices, son los que menos felices están, y los que menos autoestima tienen.
Y en la misma línea que Facebook, pero especializándose en las fotos, llegó Instagram, la herramienta definitiva para poder falsear nuestro rostro y creernos fotógrafos profesionales con los diversos filtros que ofrece esta red social, el culmen máximo de los preceptos que dicta esta religión contemporánea (o enfermedad de hoy en día) llamada “postureo” según algunos, “exposición pública y cibernética de nuestro ser” según otros, o “egocentrismo” y “narcicismo” según unos pocos.
En fin, no sigo más, pero seguro que a este tema le faltan muchas cosas, pero espero que seáis vosotros los que comentéis sobre ello o que digáis que opináis respecto a este tema.
Simón de Eiré