Revista Cine

Tenemos que hablar

Publicado el 01 marzo 2016 por Pablito

Con paciencia de monje pastrense y tomándose su tiempo entre proyecto y proyecto, el director y guionista David Serrano se ha ido labrando una filmografía por la que se ha convertido en uno de los principales renovadores de la comedia española de los últimos tiempos. Tenemos que hablar (2016), cuarto largometraje del madrileño, supone la consagración definitiva de un autor especialmente dotado para la comedia, género al que pertenecen todas sus películas. El principal valor de la nueva obra del máximo responsable de Días de fútbol (2003) o Una hora menos en Canarias (2010) es, por tanto, que está capitaneada por alguien que conoce perfectamente los códigos de la comedia y que, dada su amplia experiencia también como guionista, maneja las réplicas y las contrarréplicas de forma brillante, así como el humor verbal y visual. Tras 6 años sin dirigir Serrano alumbra la que sin duda es su mejor película hasta la fecha, un artefacto perfecto que necesita apenas unos instantes para estallar en comicidad, locura y chispazos de puro ingenio. Precedida por un prólogo que es todo un ejemplo de concisión narrativa, Tenemos que hablar va creciendo progresivamente, dando como resultado una comedia dinámica y frenética alérgica a los tramos muertos. 

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La trama y el estilo de esta película escrita por el propio director junto a Diego San José -autores también del libreto de El pregón (Dani de la Orden, 2016)- evoca a las screwball comedy, esos clásicos del Hollywood dorado de los años 30 y 40 en los que una pareja se enfrentaba a mil y un malentendidos para, finalmente, terminar juntos. Tenemos que hablar lleva hasta el extremo el concepto de comedia de enredo a través de un argumento en el que Nuria (Michelle Jenner) intenta conseguir por todos los medios que su ex, Jorge (Hugo Silva), le firme los papeles del divorcio para poder así casarse con su nuevo amor. Un trámite que la joven quiere hacer lo más agradable posible, máxime después de que tras un malentendido ésta piense que Jorge se ha quitado la vida, por lo que no le quedará otra que montar una farsa para que el que un día fue el hombre de su vida sufra lo menos posible. Silva y Jenner vuelven a demostrar una vez más la gran química que existe entre ellos en un largometraje en el que se compenetran a la perfección. Si encima están arropados por secundarios de lujo como Verónica Forqué, absolutamente en su salsa, y un Oscar Ladoire que tampoco puede estar mejor, la jugada pasa a ser imperdible. Junto a ellos brilla también el “robaescenas” Ernesto Sevilla y una Belén Cuesta que, tras quedar desaprovechada en 8 apellidos catalanes (Emilio Martínez Lázaro, 2015), tiene por fin aquí la oportunidad de demostrar su gran vis cómica. El director, en definitiva, rentabiliza y explota todo el potencial humorístico de sus actores. 

Otro de los puntos fuertes de la película es que todos los personajes interactúan entre ellos y que, al final, cada cual encuentra su sitio. No hay personajes que sobren, al igual que tampoco hay escenas innecesarias o ninguna que dure más de lo esperado. No estamos ante una de esas comedias que se alargan inexplicablemente o que optan por introducir gags de relleno; cada frase y línea de guión en Tenemos que hablar se nota meticulosamente pensada por su creador. Audaz en los diálogos y también en la puesta en escena, Serrano consigue un buen puñado de escenas para el recuerdo, como esa cena en la casa de los padres de Nuria, esa antológica entrevista de trabajo del personaje de Cuesta a Jorge o esa otra en la que los protagonistas son perseguidos por las calles tras abandonar un local sin pagar. Claro que en el conjunto hay situaciones absurdas, y otras que traspasan cualquier umbral de la credibilidad, pero, digo yo, ¿no consiste en eso la comedia? ¿Alguien pedía un mínimo de credibilidad en Con faldas a lo loco, la que quizá sea la mejor comedia de la historia del cine? En absoluto: el placer era que, aún sabiendo que lo que estábamos viendo era el dislate más absoluto, lo disfrutábamos. No le busquen tres pies al gato y entiendan esta película como lo que es. 

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Una película que no flaquea prácticamente en ningún aspecto y que puede congratularse de cumplir su principal cometido con elegancia y buen gusto: hacer reír al espectador -muchas veces a carcajada limpia- y que éste olvide sus problemas durante la hora y media exacta que dura la función. Y todo recurriendo al humor inteligente y a unos personajes con los que, con sus virtudes y miserias, empatizamos desde la primera escena. A pesar de estar construida en base a la mentira y de las apariencias, Tenemos que hablar es una película que rebosa buen rollo, de esas que dan ganas de volverla a ver una vez acabada la proyección. Y eso es algo que me sucede con pocas, muy pocas películas. 


Tenemos que hablar


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