Revista Vino

Tentenublo: por qué repican las campanas

Por Jgomezp24
Viñedo de garnacha en Viñaspre de Roberto Oliván Después de haber pasado media tarde con Roberto Oliván, me sentía como si hubiera estado en el túnel del viento tras un buen lavado: fresco, limpio y sin mota de polvo. Roberto es un vendaval de energía y de sabiduría vitivinícola acumulada por años de tradición (tan sólo de él no puede salir porque apenas roza los 30 años…: padres, tíos y abuelos tienen ahí no poca responsabilidad). Trabaja como asesor en algunas bodegas de txakolí, pero él es de Viñaspre (Rioja Alavesa) y sus viñedos más queridos (7 Ha tiene, repartidas en 19 parcelas) se encuentran entre el replano de Viñaspre y en Lanciego. Quizás tenga razón cuando llama a la zona “las Hurdes de hace 90 años”. Puede que esos replanos a los pies de la parte más amable de la Sierra Cantabria (suelos del Terciario, con un porcentaje elevado de arena, pero también con arcillas llenas de óxido de hierro y otras calcáreas), sean lo menos conocido de la Rioja, aunque algunas grandes bodegas no andan lejos y otras, de gente importante en el mundo del vino, se han instalado ya en la zona. Puede, pero eso va a cambiar. Y con rapidez. Las quebradas, los pequeños barrancos, los replanos, las zonas de valle, las laderas con inclinaciones de todo tipo se suceden entre los 650 y los 500 msnm. Diferencias térmicas, de suelo y de altura que hacen que Roberto pueda trabajar en bodega con sus tempranillos, sus garnachas y sus malvasías con más de un grado de alcohol de diferencia, con maduraciones que se alargan de forma amplia en el tiempo y con unas texturas, aromas, cuerpos y capas muy variados y personales.
Puede que con la cosecha de 2012 la cosa acabe en 1500 botellas de malvasía vinificada en seco, 5000 de tempranillo y 1500 de garnacha tinta. Hay que ir con cuidado porque alguna de las cosas que probé acabarán en gran vino. Y volarán todas. De la malvasía no puedo decir mucho porque estaba recién embotellada y todavía algo consternada por la brutal operación (embotellar siempre es traumático para un vino). Pero la tempranillo (Tentenublo se llama la marca de ese vino, que ya salió, y casi se agotó, en 2011…) tiene una carga de fruta inusual en la Rioja contemporánea (en un vino que no sale como joven de añada de maceración carbónica, entendámonos), tiene frescura cítrica (mandarina) y zarzamora, empaque, largura y un final serio y algo amargo (las lías con las que trabaja los tintos). Y procede de viñedos cuidados de una forma por completo natural, que fueron algo maltratados en el pasado, pero que se han regenerado con rapidez (la aparición de ajos silvestres es la mejor prueba, me señala Roberto). Claramente, una rara auis que recomiendo. Adictiva, hay que ir con cuidado. Me llevé al hotel la botella que descorchamos en la bodega y sin darme cuenta, casi me la pimplo entera, y solo. Conste que no tenía que conducir.
Si su tempranillo me da un toque de atención (a este chico hay que seguirle, sí o sí), sus garnachas centenarias me encienden ya todas las alertas. El vino, que quizás se acabe llamando “Escondite de Lagarcho” (el lagarto verde vive en sus viñedos y es un buen indicador de la salud del suelo de la zona), procederá de tres viñedos distintos y el que no te da sutileza y frescura, te da carga de profundidad, raíces y mineralidad. Creo que acabará siendo una de las grandes garnachas, no ya de la Rioja, sino del país entero. “Tentenublo” es la palabra con que se conoce al repique de campanas que se utilizaba en los pueblos de la Rioja para alejar a las nubes de granizo durante la maduración de la uva y en cosecha. De su efectividad no puedo hablar. Pero que Roberto escogiera, precisamente, un nombre de tradición tan arraigada en su tierra para el primer vino que ha hecho (2011 fue, en efecto, primera añada…), lo dice todo de las intenciones del joven: respeto máximo por la tierra (no son palabras, lo aseguro porque me las he pateado con él) y esmero por trasladarla a la botella. No es nada sencillo encontrar hoy en la Rioja paisaje sano y reconocible en una botella. Aquí lo encontraréis. Y es de una belleza arrebatadora. La cámara acorazada con el tesoro de Roberto Oliván

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