No tengo una planificación de mis posts (temas, tipos de vino, zonas...) más allá de aquella que me manda la única norma sagrada: jamás repito un vino. Eso me obliga, muy gozosamente por lo demás, a beber siempre cosas distintas, a aprender algo de personas, bodegas o tipos de uva que conocía poco. Y etc. Sólo le veo ventajas a esa manera de proceder. No sé si el de hoy es un post obligado. Sé que cumple la norma básica (jamás había probado el vino blanco de Terra Remota) y sé que el vino procede del lugar del que hoy quería hablar. Entre Capmany y Sant Climent Sescebes. Una de las zonas más castigadas por los incendios en el Alt Empordà que, parece hoy, están ya bajo control. Quienes amamos la naturaleza y conocemos más o menos su evolución y su historia, sabemos que el fuego forma parte de ella. El fuego que surge de una manera espontánea y prende cuando la vegetación está, por así decir, preparada para recibir las cosas buenas que el fuego también conlleva.
No es el caso. Lo hemos visto. Lo sabemos. Seis colillas mal apagadas en un párquing de la autopista han quemado unas 15 mil Ha de vegetación. Han matado por lo menos a cuatro personas. Han malherido a muchas más. Han producido muerte, devastación, tristeza, impotencia. Vincent lo explicaba muy bien. No voy a añadir más. Pero necesitaba encontrar dos cosas para poder escribir hoy: una foto que mostrara de forma tan trágica como bella esa destrucción. Y un vino que simbolizara aquel lema latino, post nubila, clarior. He tenido suerte: lo más difícil, ha acabado siendo lo más fácil. Gracias a la generosidad de Mònica Quintana, puedo publicar hoy su foto Devastation. Cuando haya pasado la tempestad, el sol brillará con más fuerza. Cuando haya pasado el incendio y la tierra y quienes la cultivan puedan asimilar las heridas que algunos humanos le han infligido, la vegetación renacerá. Con más fuerza que antes. Más verde que antes. Pasarán unos años y el paisaje, aunque habrá cambiado, volverá a ser paisaje. Y los cultivos y los animales y las personas, también. La foto de Mònica muestra el presente pero anuncia el futuro: el cielo volverá a ser, todo él, azul, y el sol brillará sin filtros de muerte. El vino, Caminante 2010, simboliza también qué quiero decir. Está hecha por gente que escogió ese lugar, por gente que construyó una bodega ejemplar en ese lugar y por gente que está empezando a hacer vinos francos, sinceros, luminosos y abiertos. Como éste.
Garnacha blanca, chenin blanc, chardonnay. Fermentación en inox y en barricas usadas. Reposo con sus lías durante seis meses. 14%. Hay que abrir la botella y dejar que se airee. Hay que tomarlo sobre los 12ºC. Tiene el color amarillo del sol brillante cuando ciega tus ojos: casi blanco. Huele a lima-limón. A corteza raspada de limón. A anís estrellado. A infusión ligera de regaliz. Tiene un punto de mantequilla salada en la boca. Es un vino mordaz y ligero. Fresco y fragante. Sólo tiene un problema: es un vino caro (sobre los 17€ en tienda). Es, con todo, el tipo de vino (como algunos otros blancos en l'Empordà: tampoco era tan sencilla la elección hoy, de veras) del que quería hablar hoy porque representa ese sol que empieza ya a aparecer tras las nubes de ceniza. Los irreductibles (amigos) Galos sólo temían una cosa: que el cielo cayera sobre sus cabezas. La gente del Empordà, que vive bajo un cielo de mil matices, saldrá adelante. Y nosotros estaremos con ellos y les ayudaremos.