Revista América Latina

The Faculty o la escuela a la que nunca pude ir

Publicado el 17 noviembre 2014 por Javier Montenegro Naranjo @nobodyhaveit
Poster del film The Faculty.

Poster del film The Faculty.

Admitámoslo, no solo nos gustan las buenas películas, a veces encontramos joyitas del gusto personal que deberían darnos grima, pero no lo hacen. Un actor, la trama, el ritmo del film, los efectos especiales, algo no nos deja darle stop cuando sabemos que aquello no tiene ni pies ni cabeza. A mí me ocurre con Bruce Willis, en especial cuando encarna al mismo personaje una y otra vez, entiéndase que no hablo ni de The Fifth Element ni de Twelve Monkeys, sino de Armagedon, todas las partes de Die Hard, R.E.D., Looper, Sixteen blocks, y casi toda su filmografía donde mantuvo un rostro inmutable o se dedicó a entrecerrar los ojos mientras dejaba un rastro de cadáveres.

Pero hoy el tema no es Bruce Willis, sino una cinta bastante mediocre de Robert Rodríguez: The Faculty. Con todos los códigos del cine de palomitas, comercial puro y duro, el director mexicano construye un film que se dedica a realizar referencias al género de ciencia ficción e invasiones extraterrestres, y lo combina con todos los clichés de las cintas para adolescentes, a veces para parodiar, otras para utilizarlos como si se tratase del peor film de estudiantes de instituto.

Claro, tiene su gracia ver a Elijah Wood años antes de convertirse en el hobbit que salvó a toda la tierra de la Edad Media, o a Robert Patrick, ese Terminator modelo T-1000 actuando como Terminator modelo T-1000, o Salma Hayek robando cámara gracias a Rodríguez y por supuesto, Jon Stewart. Al director chiclano siempre la ha gustado plagar sus filmes de personajes conocidos y esta no es la excepción, desde el crítico Harry Knowles hasta Usher Raymond, o solo Usher.

La historia es sencilla: algo se está apoderando de la escuela. Primero los profesores, y luego los alumnos, excepto seis elegidos que deberán combatir a estos parásitos con un arma especial y absurda, como solo puede ocurrir en la ciencia ficción de serie B. Quizás Rodríguez no se recuperó del éxito de From Dusk Till Dawn y pensó que jugando un poco con el cine de adolescentes y los argumentos invasores de los cincuenta crearía otra joyita de culto. Tal vez olvidó que la principal virtud de su cinta de vampiros es la locación cerrada, lo cual le ayuda a evitar los plot hole o la bendita lógica de la nevera, bastante habituales en esta facultad.

Rodríguez realiza una obra semejante a Buffy The Vampire Slayer, donde su idea no es tanto parodiar, sino reinventarse a través de cierta complicidad del espectador, cambiando pequeñas reglas del juego, algo así como jugar al fútbol en un local cerrado donde las paredes eliminan los límites y los goles puedan marcarse de rebote como si se tratase de un billar. De esa manera, los personajes juegan con los estereotipos, así la víctima de bullying es el héroe del film, la marginada y el delincuente juvenil ponen la materia gris, el capi del equipo de fútbol intenta renunciar a su capacidad de líder y tipo duro, la hermosa y engreída reina del instituto prefiere comportarse como dicta su personaje a pesar de ser bastante inteligente.

Con el tema de las referencias, al creador de Machete siempre le ha gustado jugar con la cultura pop cinematográfica del espectador, un recurso facilista pero siempre efectivo y esta vez no es la excepción. Stokely da con la solución al problema de manera genial: matar a la reina, al igual que en Invasion of the body Snatchers, aunque no tengan idea de que esta exista.

La peli está hecha para gustar. Cuando un buen director está detrás de las cámaras, hasta el argumento es poco importante, pero incluso así es mala; a mitad de metraje le entra la indecisión entre mandarlo todo al diablo y hacer su película o respetar el cine de adolescentes. Por desgracia, se decide por lo segundo y el film se vuelve predecible, aunque guarda la carta de la identidad del monstruo final de manera decorosa.

No obstante, cuando la vi por los noventas, no me causó tanta impresión, ahora declaro su entrada oficial en mi lista de placeres culpables.


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