Revista Pareja

¡Toda la culpa es de los padres!

Por Cristina Lago @CrisMalago

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Infancias heridas, falta de cariño, patrones afectivos inadecuados, ausencias, excesivas presencias, sobreprotección, descuido…quién no tenga un trauma de la infancia, que levante la mano.

Hace un tiempo, un amigo mío publicó una carta a su padre fallecido en su muro de Facebook. No era uno de esos panegíricos laudatorios que acostumbramos a ver en el escaparate idealizado de esta red social. Eran palabras sinceras, en las que se traslucía una infancia emocionalmente huérfana con un padre duro y difícil pero en ningún momento había reproche en alguna de ellas.

Era una carta de agradecimiento.

Gracias, papá, porque no me hiciste depender de tu aprobación para aprender a estar orgulloso de mí mismo. Gracias, papá porque si no hubiera sido por ti, no habría comprendido lo importante que era no sólo querer a mis hijos, sino también demostrárselo. Gracias papá, porque intentaste hacerlo lo mejor que pudiste y supiste a pesar de todo. Gracias papá, porque sin ti, yo no sería la persona que soy.

No me es posible transmitir aquí la carta real por razones de privacidad, pero me pareció un ejercicio tan bello, que me lo guardé en algún anaquel de la memoria a la espera de que llegase alguna oportunidad para utilizarlo. Llevaba unos días meditando un artículo sobre padres, infancias y traumas y de repente, el recuerdo ha aparecido para darme el mejor de los puntos de partida.

Al tratar con otras personas y conocer diversos patrones afectivos, la conclusión llega con aplastante claridad: resulta muy complicado atravesar la infancia sin adquirir algún tipo de trauma. El mundo del niño se parece mucho a los cuentos de hadas. En él, todas las cosas buenas adquieren la cara de un hada o de un ángel; y las cosas que no comprenden, se convierten en monstruos de debajo de la cama o escurridizos hombres del saco.

Los niños aceptan el bien y el mal como partes integrantes del todo del universo con una mayor naturalidad de lo que hacemos los adultos, que cargados de juicios, críticas y rechazos, seguimos escondiéndonos de los monstruos y del hombre de saco. Porque nos dijeron que el mal no existía, en lugar de enseñarnos a afrontarlo.

En la España de mi generación, era común el modelo de familia tradicional: la madre, ama de casa y pendiente de la crianza de los hijos y el padre, que trabajaba fuera y al que no se podía molestar porque siempre estaba muy cansado. Los padres rara vez intimaban de alguna manera con los niños, salvo para indicarles que no gritasen, que no llorasen, que no comiesen y que a ser posible, no respirasen.

La carencia de cariño y cercanía de las figuras masculinas de anteriores épocas, es tradicional en nuestra cultura, al igual que el modelo inverso – la madre dominante y el padre débil y sobreprotector- y nuestros propios padres fueron hijos de otros padres que seguramente estarían demasiado ocupados en darnos de comer, como para ponerse a pensar en inteligencias emocionales y traumas existenciales.

Cuando empezamos la andadura en el mundo afectivo, el conjunto de nuestros traumas se convierte en una investidura exótica que nos hace sentirnos especiales. A falta de autoestima, el discurso de nadie me ha querido nunca, mis padres no me comprenden y soy la oveja negra de la familia, siembra de leiv motifs atractivamente atormentados la época de nuestra adolescencia.

El problema viene cuando nos encontramos con 30, 40 y 50 años todavía echando las culpas de nuestras elecciones, fracasos y conflictos a nuestros padres. Sí, hay infancias muy duras. Sí, hay traumas muy fuertes. Sí, hay padres que son para darles de comer aparte. Pero ¿no viene siendo hora de que seas tú quien comandes tu vida…y no tus padres?

No se trata de olvidar automáticamente lo que viviste en tu infancia y que a día de hoy, creas que aún te marca y te condiciona en tus actuales circunstancias. Se trata de afrontarlo, conocerlo, explorarlo bien y en última instancia, aceptarlo y hacer las paces con ello. Puedes ser independiente, tener tu propia familia, tu trabajo y tus hijos, pero mientras sigas encerrado en la casa mental de tu infancia y evadiendo la responsabilidad de tus actos porque toda la culpa es de tus padres, no habrás dejado de ser un niño.

Así pues, aprovecho desde aquí para homenajear esa hermosa iniciativa de mi amigo dándole las gracias a mis padres. Porque yo también tuve traumas, carencias y problemas de autoestima y sin embargo, cuando vacié mi mochila de todas estas pesadas piedras, lo que encontré al fondo es lo que realmente me han legado: integridad, inconformismo y cantidades industriales de sentido del humor que han terminado confluyendo, entre otras cosas, en la posibilidad de crear esta página. Un trato justo.


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