Revista Cultura y Ocio

Traición

Por Humbertodib
TraiciónMarcelo tenía absoluta conciencia de que estaba cometiendo una de las traiciones más graves que se puedan consumar en el seno de una pareja: estaba metiendo una mujer en su apartamento, mejor dicho, otra mujer en el apartamento que compartía con su esposa, Laura. No se sentía feliz, al contrario, experimentaba una sensación de náusea y profundo desagrado frente a su propia actitud. Lo más desconcertante era que esa Vanesa, que apenas conocía y que había llevado a su hogar, no le importaba un comino, no valía nada para él, pero no podía dejar de hacer aquello: revolcarse en su cama matrimonial con cualquier hembra tonta que se le cruzara en el camino y que sólo le dejaba olor a alevosía en sus partes íntimas y la vanidad fraudulenta de haber sumado una más en su lista. Sin embargo, todas esas desgracias que ahora manaban de Vanesa no hacían más que incitarlo a seguir adelante. No lograba entender qué mecanismo psicológico hacía que su herejía se volviese tan apetecible. Vanesa no desconocía que Marcelo estuviera casado, incluso ella también tenía marido, y seguramente su propio deseo -el de ella, me refiero- estaba avivado por esta infamia. Marcelo se sentía desconcentrado, nervioso, recién estaban en la previa y ya eran las 4 de la tarde. Pensaba que, después de terminado el acto, todavía tenía que inspeccionar a fondo todo el lugar. Es que habían desacomodado demasiados objetos de la casa, no le alcanzaría el tiempo que le quedara para reparar cada una de las imperfecciones que a Laura no se le escaparían cuando llegara del trabajo, sólo en un par de horas. Cualquier elemento que estuviese incorrectamente ubicado se convertiría en la escena flagrante de la traición, pues se suponía que Marcelo también estaba trabajando en ese momento. El apartamento debía quedar en el mismo estado en el que ambos lo habían dejado por la mañana, cuando salieron juntos de allí, sonriendo y bromeando alegremente. Vanesa había notado que Marcelo estaba angustiado e incómodo, se lo marcó y pareció disfrutar de la tortura. Él se excusó tratando de explicarle lo difícil que le resultaba todo, le mendigó que entendiese su intranquilidad, le aseguró que había algo que lo tenía en estado de alerta, aunque no supiera explicar exactamente qué. Vanesa lo miró con desprecio, con esa clase de desprecio que sólo puede sentir una persona despreciable, pero lo abrazó y le apoyó la cabeza en el hombro. Marcelo sintió asco de los besos de molusco que Vanesa le iba trazando por la nuca. Cuando ya habían tomado varias copas de vino y se habían arrojado sobre el sofá para preludiar el coito, Marcelo creyó escuchar el rumor del ascensor deteniéndose en su piso. Salió disparado hacia la mirilla de la puerta y se encontró con el horror de que la figura que comenzaba a salir del cubículo se adecuaba en un cien por ciento a la de su esposa. Se dio vuelta y con gesto y voz suplicante le pidió a Vanesa que se escondiera en algún lugar -dentro del armario, detrás de la cortina del baño, debajo de la cama, no importaba- porque llegaba Laura. -No puedes hacerme esto- aseguró Vanesa- yo no soy una cualquiera que va a ocultarse y después se va escapar de la casa como una rata sólo porque venga tu mujercita. Afronta los hechos- lo desafió, mientras se escuchaba el taconeo aproximándose por el pasillo. -Por favor, por favor, por favor- lloriqueaba Marcelo. Intensidad, tono, acento, duración y volumen, todas las cualidades de una voz a disposición de la cobardía de un hombre. Y encima la llave que ya giraba en la cerradura.-Nada de por favor, carajo- dijo Vanesa y se dirigió hacia la puerta para encarar a Laura y decirle toda la verdad, pues este tipo de mujeres siempre quiere que se sepa la verdad. Después de unos segundos desoladores, la puerta al final se abrió y allí estaba Laura, colgada del cuello de un hombre joven y apuesto, quien traía una botella de champán en la mano.
Lo que sucedió después, no le interesa a nadie, ni siquiera a mí, esos son asuntos de vecinas chismosas.

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